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Madres chinas y disciplina en las aulas

Cuando estuve en Denver, hace un par de semanas, me desayuné el sábado con el Wall Street Journal que me pusieron en la puerta de la habitación. Por un segundo pensé que era un regalo de Jesús, que estaba por allí. El artículo estrella en la sección de sociedad se llamaba ¿Por qué las madres chinas son superiores? La autora, Amy Chua, es una profesora de derecho en la universidad de Yale, y resumía en unos párrafos los argumentos principales de un libro que acaba de publicar (Battle Hymn of the Tiger Mother). En esencia viene a decir que el éxito escolar de los niños chinos no tiene mucho misterio. Esos niños trabajan y lo hacen, en buena medida, porque sus padres se empeñan en que lo hagan.

Por si son como yo y no leen mucho los periódicos, a no ser que se los encuentren por casualidad en la puerta de su hotel, o alguien se lo regale, voy a traducir algunas partes del artículo.

“En un estudio con 50 madres americanas de origen occidental y 48 madres chinas inmigrantes, casi el 70% de las madres occidentales decía que ‘enfatizar el éxito académico es malo para los niños’ o que ‘los padres tienen que fomentar la idea de que el aprendizaje es divertido’. En contraste aproximadamente el 0% de las madres chinas pensaban eso. En su lugar, la gran mayoría de las madres chinas decía que creían que sus hijos podían ser ‘los mejores’ estudiantes, que los ‘logros académicos reflejan una paternidad exitosa’ y que si los chicos no tenían éxito en la escuela era ‘un problema’ y que los padres ‘no estaban haciendo su trabajo’. Otros estudios indican que comparados con los padres occidentales, los padres chinos pasan aproximadamente 10 veces más tiempo ejercitando actividades académicas con sus hijos.”

El principio del siguiente párrafo también es interesante. “Lo que los padres chinos comprenden es que nada es divertido hasta que no eres bueno en ello. Y para ser bueno tienes que trabajar, y los chicos por su cuenta nunca quieren trabajar, y por ello es crucial pasar por encima de sus preferencias.”

Chua nos dice que hay tres diferencias importantes entre los padres occidentales y orientales: “los padres occidentales están preocupados por la psique de sus hijos. Los padres chinos no lo están. Ellos suponen fuerza, no fragilidad, y como resultado se comportan de manera muy diferente…Los padres chinos exigen calificaciones perfectas porque creen que sus hijos puedan tenerlas. Si su hijo no las tiene, los padres chinos suponen que es porque el niño no trabajó lo suficiente.”

“En segundo lugar, los padres chinos creen que sus hijos les deben todo. La razón de esto es un poco confusa, pero es probablemente una combinación de piedad filial confucionista y el hecho de que los padres se han sacrificado y hecho tanto por sus hijos. … De todos modos, el entendimiento es que los niños chinos deben pasan su vida pagando sus padres obedeciéndolos y haciendo que se sientan orgullosos.”

“En tercer lugar, los padres chinos creen que saben lo que es mejor para sus hijos y por lo tanto pueden pasar por encima de sus deseos y preferencias. … ningún niño chino jamás se atrevería a decir a su madre, ‘Tengo un papel en la obra de la escuela, soy el Aldeano Número Seis y voy a tener que quedarme después de clases para ensayar todos los días de 16:00 a 19: 00, y también tendrás que llevarme en coche los fines de semana.’ Dios ayude a cualquier niño chino que intente algo así”.

Afortunadamente, esto no solamente pasa en China o Japón. Aquí también hay padres y chicos ejemplares. Déjenme que les explique una anécdota que me contó un amigo de la secundaria. Mi amigo fue un buen tenista, suficientemente bueno como para participar en unos campeonatos de España juveniles. Aquellos campeonatos los ganó Emilio Sánchez Vicario. Según mi amigo, Emilio no era obviamente mejor que la mayor parte de ellos. Lo que le hacía especial es que estaba en la pista a las 8 de la mañana practicando y se pasaba allí el doble de tiempo que los demás, que no salía por las noches, que no bebía y tenía una dieta muy rigurosa. En otras palabras, era con gran diferencia el más disciplinado de todos los jóvenes atletas de la concentración. El resto es, como dicen, historia.

No me quiero quedar en las anécdotas. Déjenme volver a la entrada que la semana pasada nos regalaban Florentino Felgueroso, Luis Garicano y Sergi Jiménez. Lo más significativo de esa entrada para mí era el gráfico 3, que vuelvo a reproducir aquí.

En el gráfico se ve que una diferencia muy importante entre España y otros países es la proporción de chicos que ven perturbados en su aprendizaje por problemas de disciplina. Alguien me dirá que dado que España tiene una media en PISA muy parecida a la de otros países, este factor no puede explicar lo que pasa aquí. Estoy rigurosamente en desacuerdo. Creo que mis compañeros pueden haber encontrado una clave de nuestro problema más singular, la falta de excelencia.

En otros países también hay escuelas muy problemáticas. Seguro que los más mayores se acuerdan de Rebelión en las aulas y que casi todos habrán visto alguna película en la que un profesor heroico e idealista consigue cambiar la vida de estudiantes del ghetto que al principio de la película eran como mínimo objetores escolares y a menudo delincuentes juveniles. Lo que descubren las estadísticas que analizan mis compañeros es que en España el mal comportamiento está más generalizado. Mi hija estudia en un colegio que está en el 5% superior de colegios de la comunidad de Madrid por su nota en exámenes estandarizados. Y a pesar de los esfuerzos de disciplina de la dirección y los profesores, la clase se ve frecuentemente interrumpida por el comportamiento incívico de otros compañeros, que tratan a los profesores con la misma falta de respeto, sospecho, con la que sus padres les dejan tratarlos. Esto no ocurre en muchos otros países. Los colegios mejores no tienen tantos problemas de comportamiento en las aulas (y en algún país, casi todos, miren si no la sorpresa con la que los periodistas describen lo que pasa en un aula finlandesa).

En la universidad también sufrimos el problema. Mis compañeros extranjeros, lo mismo en Barcelona que en Madrid, se sorprenden del mal comportamiento de nuestros universitarios. Una cita típica: “había un chico que no paraba de hablar. Paré la clase, me puse a mirarlo y seguía hablando. En Alemania esto no habría pasado”. Y esto es así porque los alumnos de peor comportamiento, los que hacen que la media de otros países no sea tan distinta de la nuestra, no llegan a la universidad.

En resumen, creo que Occidente tiene un problema serio de permisividad con los niños y adolescentes, y que España tiene un problema particularmente serio. La Comunidad de Madrid ha lanzado una campaña publicitaria para pedir respeto a los profesores, y ha dotado de algún medio legal adicional para mejorar la disciplina en las aulas. A mí me gustaría que se fuera bastante más lejos, como ya indiqué alguna vez: hacia un carné por puntos escolar. Al padre cuyos hijos no se comporten se le van retirando puntos y, en última instancia, la subvención escolar (vía una multa o aumento de impuestos). La lógica económica de esta medida es aplastante: el niño genera una externalidad, y el responsable legal debe hacerse cargo de la misma. El que contamina, que pague.