Una de las labores más agradables de este blog es la de reconocer la labor de aquellos miembros de la academia en España que lo merecen. Hace unos días les contaba el premio Sabadell Herrero a Natalia Fabra y un poco antes Gabriele Fiorentini y Francisco Peñaranda el premio Jaime I a Enrique Sentana. Hoy toca Luis Corchón, también conocido como el hombre que sabía demasiado, porque además de brillante científico es un auténtico “scholar”. En este caso la excusa es un workshop que organizaron el mes pasado sus estudiantes en la Universidad Carlos III con motivo de su 65 cumpleaños, en el que participaron muchos notables economistas amigos de Luis, como el premio Nobel Eric Maskin, quien habló de sistemas de votación.
Antes de comenzar con la descripción de su trabajo, hay que reconocer que Luis no siempre acierta (después de todo es un economista). Entre sus errores se cuenta el de haberme convencido de que hiciera un doctorado (“oiréis muchos cantos de sirena, pero no quiero veros por aquí cuando acabéis la licenciatura” nos dijo a Roberto Serrano y a mí, y ante tal amenaza de un individuo físicamente imponente no hubo más remedio que tomar la maleta y nos fuimos a hacer las Américas) de manera que el castigo que sufren mis estudiantes y los que leen estas páginas o las revistas en las que publico ya saben a quién echar la culpa.
Como he tenido la suerte de ser su coautor, comenzaré por describir algunas de sus características como investigador. Es un tipo inquisitivo: todos sus trabajos (y algunos de los míos) se basan en las constantes preguntas que formula sobre los asuntos más variados, como cualquiera que haya estado en un seminario con él puede certificar. El ser “el hombre que sabía demasiado” le permite relacionar los temas más variados y esto hace que las preguntas que se formula sean especialmente interesante. Otro motivo por el que es un ejemplo es que no ha disminuido la intensidad de su trabajo con la edad, algunos de sus artículos más citados son muy recientes, y son en campos relativamente nuevos para él. Aunque su trabajo es teórico, sin concesiones al rigor formal, no estamos hablando de alguien que trabaja en “el arte por el arte” sino que siempre es obvio que el fin último es pensar en problema aplicados con un fundamento sólido. Y, finalmente, es exigente hasta la exasperación, pero muy divertido en un sentido profundo (no me olvido de aquella anécdota “Antonio, no te fíes de los que necesitan escribir todo el rato sobre altruismo, a menudo son de los peores”).
Como investigador ha trabajado en los temas más variados, pero fundamentalmente en teoría de juegos, organización industrial (con un fundamento de equilibrio general), teoría de implementación y economía política/teoría de conflictos. Pero sus intereses no acaban ahí, y esto se nota en su trabajo. Por ejemplo, tiene grandes conocimientos de historia (él me alertó hace mucho tiempo sobre los trabajos de crecimiento a largo plazo de Angus Maddison o Leandro Prados), economía de la educación (fue quien primero me habló del trabajo de Eric Hanushek, con quien coincidió en Rochester) e incluso macroeconomía, en la que de hecho ha publicado algunos trabajos, y hasta decidió enseñarla para forzarse a estar a la última.
Sus trabajos más citados se pueden dividir, como decía, en tres áreas. La primera es organización industrial, con un libro de texto avanzado,, y artículos como éste que aclara cuándo se puede esperar (y sorprendentemente no es siempre) que un aumento en el número de empresas en una industria disminuya el precio y aumente el bienestar; o éste otro que propone medidas sencillas, pero generales, para acotar las pérdidas de bienestar derivadas de oligopolio. En general, su trabajo en este área es interesante por la combinación de visiones que trae a la organización industrial, desde el equilibrio general, a la teoría de elección social.
En teoría de implementación (de la que ya les hablamos con motivo del premio Jaime I a Rafael Repullo) tiene otro libro de texto de postgrado, y su artículo más citado es éste en el que estudia lo que sucede si el agente que hace cumplir las decisiones sociales a las que se llega con un mecanismo de implementación no es un ente puro, sino que también tiene sus intereses, y hace un uso muy novedoso de los juegos de “parloteo” (cheap-talk). O éste otro, que aplica los avances de la teoría de implementación al diseño de un esquema de asignación de becas que, de nuevo, tiene en cuenta que los “recomendantes” y decisores también tienen sus sesgos (sí, sería mejor que no los tuvieran, pero recuerden que “no hay que fiarse de los que hablan mucho de altruismo” o de honestidad).
Finalmente en teoría de conflicto tenemos artículos tan citados como éste, que provee de fundamentos microeconómicos a las funciones de éxito en los conflictos típicamente usadas en la literatura. O éste otro, quizá mi favorito, en el que muestra cómo se pueden usar los pagos monetarios entre enemigos (a veces del menos poderoso al más poderoso, y a veces, sorprendentemente, al revés) para limitar el riesgo de conflicto, algo que ilustran los autores con interesantes anécdotas históricas.
Podría seguir, pero creo que ya se pueden hacer una idea cabal. Los homenajes se hacen por muchos motivos. Para empezar porque es de bien nacidos agradecer una labor que lo merece. Pero también porque los homenajeados sirven de ejemplo, y Luis lo es por la intensidad y dedicación que pone en este trabajo, que esperamos siga desarrollando muchos años más.
Hay 4 comentarios
La descripción de su forma de ser me ha recordado a Gary Becker.
Al poco de llegar a su clase de microeconomía I, en la UC3M, nos dijo que había dos tipos de estudiantes en el aula: los listos y los tontos. Los tontos, según él, eran aquellos que irían a clase todos los días, estudiarían mucho y al final aprobaría. Los listos eran los que se pasarían el cuatrimestre de fiesta y la última semana pedirían los apuntes y también aprobarían.
Su clase se quedó medio vacía al día siguiente. Eso si, el par de clases a las que asistí me parecieron muy interesantes. Es curioso ver como la mayoría preferimos pensar que pertenecíamos al grupo de los listos.
Yo también estudié en la Carlos III, no le tuve a él como profesor, pero igualmente este post me ha traído muy buenos recuerdos 🙂
Gran economista y mejor persona. Aqui otra victima suya que acabo en las americas.
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