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Los ayuntamientos como barreras a la entrada

Aunque en principio estas semanas estaban dedicadas a reposiciones de antiguas entradas, no me resisto a contarles un par de anécdotas de sabor veraniego con algún interés económico para ir abriendo el apetito. Los malos de esta peli vuelven a ser los ayuntamientos. Estrictamente lo que voy a contar no es corrupción, y tampoco pasa de ser más que un par de anécdotas sobre cuya veracidad no puedo dar fe. Pero tal vez haya algo ahí y tengo curiosidad por ver si alguien más ha escuchado cosas como estas. En concreto, me refiero a utilizar el poder de otorgar licencias y poner multas de los ayuntamientos para crear barreras a la entrada a la actividades económica en el municipio para individuos de fuera de él.

Una anécdota se refiere a un pueblo costero en cuya plaza mayor, enfrente del ayuntamiento, se establece una pizzería/heladería, negocio que dirigen y en el que trabajan varias personas de fuera del municipio. Estábamos tomando un café, e intentando huir del sol, del que apenas nos protegían varias exiguas sombrillas. La camarera, que se dio cuenta de nuestra rotación heliotrópica, vino a disculparse. "nos han roto las sombrillas grandes esta noche, y tenemos temporalmente éstas que nos ha prestado de urgencia el distribuidor de cervezas". Nosotros echamos la culpa al excesivo consumo de alcohol de los desenfrenados veraneantes de la localidad. "No quiero hablar mucho", dijo la chica, "pero yo creo que no ha sido esto". Y nos contó que desde que se establecieron, ya les habían avisado los competidores locales que no iban a permitir que "nos robéis los puestos de trabajo". Con alguna complicidad del ayuntamiento que, según esta persona, era mucho más estricto en cualquier reglamentación con ellos. La colocación de las mesas en la terraza, que parece bastante caótica e irregular en todo el municipio era más estricta para este bar. Las inspecciones sanitarias, la colocación de la nevera de los helados, todo parecía ser más lento y difícil para ellos. Y, para colmo, el vandalismo que se cebaba desproporcionadamente en este negocio.

Otro ejemplo, esta vez de un pueblo de montaña en una comunidad en el extremo opuesto de la península. Lo cito de memoria, así que a la precaución de inverificabilidad con el que comencé, añado el de distorsiones en la memoria propias de mi avanzada edad. Una amiga nos contó que había comprado una casa antigua en el pueblo y quería restaurarla. Le avisaron de que lo mejor sería que contratara al albañil del pueblo, que coincidía ser el concejal de urbanismo. Nuestra amiga tenía un albañil de confianza que le haría el trabajo a su gusto por un coste y en un tiempo razonable. Además, como abogada pensó que no tendría problemas en hacer el papeleo necesario, que conocía bien, en el ayuntamiento. Grave error. Cada paso que daba requería una licencia, que se eternizaba o se denegaba, a veces previo cambio de las ordenanzas municipales. Al final tuvo que rendirse y acabar la obra con el concejal.

Ya comencé diciendo que no sé si hay algo general en lo que cuento, que además puede ser eso, un cuento. Pero si no lo es, tenemos un problemas más para añadir a los muchos que nuestro país tiene que enfrentar. Los ayuntamientos y sus políticas de ordenación territorial, o de asunción de responsabilidades por encima de sus capacidades financieras de largo plazo, están en la base de muchos factores de nuestra crisis. Sería triste que además estuvieran dificultando la actividad empresarial que es necesaria para una recuperación duradera.