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La inteligencia y la obesidad se contagian, ¿o no?

Creo que a nadie le sorprenderá que les diga que los niños con mejores resultados en los colegios no están distribuidos aleatoriamente entre los mismos. Los más listos y aplicados tienden a estar desproporcionadamente en los mismos colegios que otros niños listos y aplicados. Y viceversa. Lo mismo sucede con los estudiantes universitarios, los trabajadores en las empresas o las personas que sufren de obesidad. El problema metodológico serio es distinguir hasta qué punto esto es porque "Dios los cría y ellos se juntan" o porque "todo se pega, menos la hermosura".

Es decir, los buenos resultados de los chicos listos en colegios (o universidades) con otros de su nivel pueden ser independientes de la cercanía de otros chicos listos. Igualmente los tendrían en un colegio de menor nivel medio. Pero ese colegio tiene mejores profesores y los mejores estudiantes se ven atraídos como las polillas a la luz por ese tipo de institución, que además ante la avalancha de solicitudes, escogerá solamente las de los mejores. Alternativamente, los profesores de esa universidad con estudiantes muy distinguidos pueden ser incluso peores que los de otras (seguro que se os ocurre algún ejemplo). Pero los estudiantes saben que van a aprender tanto de sus compañeros que no les importa que los profesores sean mediocres.

Distinguir entre estas dos posibilidades es muy importante. No querríamos por ejemplo recompensar a la universidad con profesores malos solamente porque ha tenido la suerte de que los mejores estudiantes han decidido concentrarse allí. Pero el problema metodológico de identificar la posibilidad correcta es muy complejo. Uno de los artículos de economía más famoso que habla del problema es de Charles Manski, quien lo bautiza como el problema de "reflexión". Para que se hagan una idea de la importancia y dificultad de la cuestión, Google Académico le adjudica cerca de 1500 citas al artículo.

Un buen ejemplo de la dificultad la encontramos en un artículo reciente de Christakis y Fowler del New England Journal of Medicine. La noticia del artículo dio la vuelta al mundo: "la obesidad se contagia". Los autores son conscientes del problema de "reflexión" porque nos dicen que la observación de que los obesos suelen estar juntos, no parece solamente atribuible a la formación selectiva de lazos sociales. Entre amigos, hermanos o esposos la probabilidad de que uno se vuelva obeso si está relacionado con un obeso es mucho mayor que si se relaciona con alguien que no lo está. Pero Cohen-Cole y Fletcher encuentran un resultado muy diferente reanalizando los datos. Sus argumentos son complejos, pero hay buenas razones para dudar del resultado de Christakis y Fowler. Imaginemos que las personas con tendencia a la obesidad se juntan antes de ser obesas (porque, por ejemplo les gusta salir a comer hamburguesas en lugar de a correr veinte kilómetros). Es muy probable que uno llegue a ser obeso antes que el otro. Y entonces parecería que el primero contagió al segundo, que es la estrategia de identificación del efecto de Christakis y Fowler.

De manera que no se preocupen si tienen algún amigo o familiar obeso. Dudo que les vaya a contagiar. ¿Pero qué pasa en educación? Aquí lo primero es señalar que no es problemático gastarse el dinero en enviar a los niños a un colegio con buenos compañeros. Igual no se les pega la inteligencia de los otros, pero entonces los profesores serán buenos. El problema es para la autoridad pública que quiere desentrañar cuál de los dos efectos domina. Aquí la solución pasa por obtener datos de suficiente calidad como para evitar la "reflexión". Es lo que hacen Victor Lavy, Olmo Silva y Felix Weinhardt (aquí hay una explicación más sencilla) que explotan el hecho de que los chicos ingleses pasan por dos exámenes estandarizados, a los 11 y a los 14 años. Como los compañeros de muchos niños cambian en el tiempo miran el efecto en la variación de las notas entre los 11 y los 14 para cada estudiante de estar rodeado de estudiantes con mejores o peores notas a los 11 años. Y encuentran que efectivamente estar cerca de niños con mejores calificaciones mejora significativamente la nota de todos. De hecho los efectos positivos proceden de manera muy marcada del mejor 10% de los estudiantes.

El resultado de Lavy, Silva y Weinhardt podría leerse como negativo para una política de separación a los chicos por nivel de habilidad. Al "segregar" estaríamos privando a los chicos de nivel medio y bajo del efecto positivo de la presencia de buenos estudiantes en el grupo. Otro artículo reciente de Duflo, Dupas y Kremer sugiere que a lo mejor ni siquiera existe ese problema. El estudio al que me refiero es experimental. Hacen un examen de nivel a varios grupos de estudiantes. Y a unos grupos los separan por nivel de habilidad inicial y a otros no. El resultado final es que los estudiantes que estuvieron separados por nivel de habilidad tuvieron mejores resultados. Y además todos ellos, no solamente los mejores. Dado que el estudio también encuentra (por los resultados de los grupos no separados) que la presencia de chicos brillantes es bueno para todos (y por tanto no invalida los resultados de Lavy y compañía) la razón tiene que ser que agrupar a los chicos por su nivel de habilidad es beneficioso porque permite a los profesores adecuar su enseñanza al nivel de los chicos.

Así pues, mi interpretación de la evidencia es que, al menos en educación, efectivamente "todo se pega, hasta la inteligencia". Y además que si "Dios los cría y ellos se juntan" vamos a dejarlos, que ya está bien así.