- Nada es Gratis - https://nadaesgratis.es -

La economía sumergida: crimen y ¿castigo?

Algunos lectores preguntan cuando hablamos de déficit por qué no planteamos la disminución de la evasión fiscal como una alternativa. Confieso que mi reacción original negativa al asunto venía de que la petición me recuerda demasiado a los programas políticos. En lugar de decir en concreto cómo van a atacar el déficit público, los partidos suelen decir que ellos sí (imagino que por contraposición al resto) van a atacar el fraude fiscal y así resolverán todos los problemas sin molestar al votante mediano con subidas de impuestos, tiques moderadores u otras herramientas propias del, según quien lo diga, neoliberalismo o neocomunismo. Pero después de examinar el problema un poco más despacio reconozco que es algo que hay que pensar mejor, y que desde luego es una opción potencialmente muy útil, por muchos motivos.

Para analizar el problema, la primera cuestión importante es tener una idea de la magnitud del mismo. Y buscando documentación me he dado cuenta de que nuestros amigos Brindusa Anghel y Pablo Vázquez ya habían recorrido ese camino hace un par de años con un interesante resumen de la literatura. sobre medición de la economía sumergida (de la que este artículo es uno de los mejores ejemplos recientes), en un libro que además estudia muchos otros aspectos del problema.

La OCDE define economía sumergida como la realización de actividades en principio legales, pero que se esconden a las autoridades para evitar el pago de impuestos, cotizaciones sociales o para evitar determinadas regulaciones o trámites administrativos. Teniendo en cuenta lo que se quiere medir, la primera nota de cautela que nos regalan los autores es que “Medir la economía sumergida en un país es, por su propia definición, una tarea compleja. Realizar comparaciones homogéneas sobre la economía que no se ve de diferentes Estados es algo todavía más complicado.” Pero también reconocen que el problema es suficientemente importante como para de todas formas haya que ponerse a la tarea. Y pasan a explicarnos los distintos tipos de estimación que se utilizan comúnmente.

El primer tipo de método consiste simplemente en preguntar a la gente para saber si están implicados en actividades de este tipo. A los inconvenientes habituales de las encuestas (coste monetario y de tiempo; búsqueda de una muestra representativa; subjetividad, imprecisión o errores en las respuestas) se le añade en este caso que estamos preguntando por algo ilegal. Aunque los encuestadores hagan el máximo esfuerzo posible por garantizar el “secreto de confesión”, no es difícil imaginar un sesgo considerable en las respuestas.

El segundo tipo de método consiste en medir la actividad sumergida indirectamente a partir de una o varias actividades “visibles”. Todos estos métodos requieren algún tipo de supuesto discutible y probablemente tendrán errores de bulto. Pero si los errores no son sistemáticamente diferentes en los distintos países o no varían de manera sistemática en el tiempo, pueden servir para hacernos una idea de la magnitud del monstruo, y de las ventajas de enfrentarnos a él. Dos muy utilizados son la diferencia entre renta y gasto nacional y la diferencia entre población activa real y registrada. Ninguno de estos dos es muy útil por motivos que tienen que ver con la forma cómo se calculan (y alisan) estas magnitudes. Potencialmente más interesante es un método que supone que hay una relación relativamente estable entre volumen de transacciones y PIB real. Si las transacciones se pudieran medir bien, la diferencia entre el PIB calculado por transacciones y el oficial nos daría una magnitud de la economía sumergida. Aquí el problema fundamental es que no tenemos una estimación fiable del volumen de transacciones y la relación de éstas con el PIB real.

Hay otros dos métodos muy utilizados en los estudios empíricos. En primer lugar la demanda de efectivo en relación con los depósitos bancarios. Bajo el supuesto de que las actividades sumergidas utilizan primordialmente el dinero en efectivo, un aumento de la demanda relativa de efectivo es prima facie evidencia de un aumento de la actividad sumergida. El inconveniente principal de este método es que la causa fundamental del uso de efectivo es la evasión fiscal y hay muchas otras razones para el sumergimiento económico. Por esto resulta útil una versión más sofisticada de este método: el MIMIC (Multiple Indicators, Multiple Causes) que tiene en cuenta que la economía sumergida tiene causas múltiples y su identificación requiere indicadores múltiples y una metodología econométrica adecuada. Lógicamente, este último método no está exento de problemas: en última instancia una estimación econométrica es tan buena como los datos y las especificaciones que se usen.

He dedicado tanto espacio a la metodología para que los lectores se tomen los siguientes datos cum grano salis, vamos con una tonelada de sal. Pues aquí va el primero, que nos muestra la consabida tabla de campeones de la OCDE.

¿Y quiénes son los campeones? Pues los de siempre: Grecia, Italia, España y Portugal. Pero quizá hay algunas sorpresas, que me parecen muy significativas. Nótese que los santificados suecos aunque significativamente mejor que los españoles no están órdenes de magnitud por debajo de nosotros. Mientras que nuestra economía sumergida es el 20% la suya es del orden del 15%. Quizá curiosamente los menos sumergidos son los Estados Unidos con poco más del 7%, y Francia tiene alrededor de un 10%.

También resulta interesante observar la evolución temporal de la economía sumergida. Y vamos a hacerlo con dos gráficos, de Francia y España respectivamente.

En ellos se puede ver una moderada correlación con el ciclo económico. La economía sumergida aumentó rápidamente con la crisis de principios de los 90, disminuyó apreciablemente en la expansión y ha vuelto a aumentar en estos tiempos. En cuanto a las causas de estas diferencias, Dell’Anno Gómez-Antonio y Alañón-Pardo identifican justamente el desempleo, la carga fiscal, y el auto-empleo como las causas principales de nuestro negativo desempeño en este ámbito.

Ahora ya podemos poner en su justa perspectiva la pregunta de nuestros lectores. Si consiguiéramos un nivel de cumplimiento fiscal parecido al francés, por hablar de un país suficientemente parecido a España, afloraría un 10% adicional de PIB. Teniendo en cuenta que los impuestos son aproximadamente un tercio del PIB, este afloramiento recaudaría algo más de tres puntos de PIB, magnitud parecida al exceso de déficit estructural que identificábamos en nuestro libro respecto al aceptable para nuestros socios de la zona euro.

Y, ¿qué hacer para conseguirlo? El libro marrón (¿a quién se le ocurrió un nombre tan horrible?) del que hemos comentado el artículo de Anghel y Vázquez tiene otro artículo muy interesante con multitud de propuestas técnicas que parecen bien fundamentadas, de Jose María Peláez, un Inspector de Hacienda con amplia experiencia en el asunto. Vale la pena que las lean, pero en resumidas cuentas lo que dice es que la evasión fiscal es un crimen y merece un castigo. Esto requiere reformas legales para facilitar la tarea de castigar a los criminales y dotar de más recursos e incentivos a los responsables. Además de políticas represivas, Nacho Conde y Florentino Felgueroso nos recuerdan en esta entrada que una dosis de zanahoria puede ser complementaria con un palo gordo.

Desde estas páginas animamos a los responsables actuales de Hacienda a no dilatar estas necesarias reformas. Los ciudadanos están dispuesto a pagar más impuestos en esta situación crítica de España, pero preferirían no ser los únicos tontos que lo hagan. Es verdad que el nivel de desarrollo y el desempleo pueden explicar que en Estados Unidos se cumpla más, pero la mayor certidumbre de una pena por incumplimiento tiene que ser un factor importante en su mejor resultado. Recuerden que Al Capone no fue a la cárcel por su labor como líder mafioso; fue por evasión fiscal.

P.S. Vale la pena leer el comentario que hace Jesús Fernández-Villaverde más abajo para tener una idea más realista de las posibilidades recaudatorias del afloramiento fiscal.