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El Gordo de Navidad y la envidia

Este "post" va a ser, entre otras cosas, una ilustración del concepto de la diferenciación vertical de producto. Jesús F-V nos deleita en su último "post" con un producto elegante en el que aprendemos de filosofía, historia y economía, enlazadas de manera relevante. Yo, en cambio, les voy a hablar de mi suegra y de una de mis cuñadas. Principalmente por imposibilidad tecnológica de estar a la altura de Jesús. Pero también porque viene a cuento. Y es que les ha tocado a las dos el Gordo de Navidad.

A los británicos les fascina nuestra Lotería de Navidad. Hace unos años vi un programa de la BBC en el que hablaban del tema. Y esta semana el Economist se hace eco de las costumbres que rodean al sorteo (aquí). En ambos casos, el aspecto que les llama más la atención es el hecho de que el premio no da varios millones de euros a una, o unas pocas, personas (como la Lotto, que es un producto muy estándar internacionalmente) sino algunos miles, o centenares de miles de euros en el mejor de los casos, a mucha gente. Además se forman redes sociales espontáneas de intercambio de pequeñas participaciones, lo que garantiza que el reparto sea aún mayor. La BBC veía esto como una forma de socialismo cooperativista muy positiva. Al Economist simplemente le parece un tipo de impuesto menos regresivo que su lotería, más cercana a nuestra Lotto, porque las redes de participaciones hacen que no solamente jueguen los pobres.

A mí lo que más me interesa es la razón por la que la gente juega. Es muy reveladora una cita del Economist: "As one banker says, 'I don’t want to be the only idiot who has to turn up to work if the office number wins'.” Efectivamente la gente juega para no ser el único tonto que no compró el número de la oficina, el bar, la asociación de vecinos o lo que sea. La comida de Navidad estuvo regada de anécdotas sobre la profunda tristeza de varios compañeros de mi cuñada que no compraron el número. Mi propia cuñada, que está de baja maternal, hizo ir a su marido a pagar y recoger el número el día de una intensa nevada en Madrid, víspera del sorteo.

En otras palabras, estamos dispuestos a pagar un coste significativo para reducir la probabilidad de acabar con un nivel de renta inferior a nuestros vecinos. Me parece una evidencia relevante en favor de modelos del estilo de Fehr y Schmidt en los que los agentes sufren desutilidad por tener una renta menor a los demás. Aunque la evidencia a favor de estos modelos es muy robusta en experimentos de laboratorio, es más difícil ser contundente con datos de campo, porque cuando la evidencia es consistente con estas preferencias, también puede explicarse de otras maneras.

A mí me resulta aún más interesante el que nuestro comportamiento con la lotería de Navidad no solamente revela que nos molesta tener menos que los demás, sino que nos molesta especialmente que acabemos con menos renta que gente cercana a nosotros. Al fin y al cabo, si no ganamos El Gordo vamos a acabar con menos renta que alguien. Pero no compramos cualquier número. Solamente los de aquellos suficientemente cercanos a nosotros. Esto es importante para mí porque en algunos de mis artículos recientes (éste o éste) he discutido las implicaciones para el mercado laboral de que los individuos experimenten desutilidad si otros cercanos tienen más que ellos. Este tipo de preferencias genera, por ejemplo, segregación de los individuos entre empresas por niveles de habilidad (unos trabajan en la universidad de Chicago y otros en la de Libertonia occidental), promociones graduales, subidas salariales no relacionadas con la productividad, y otras curiosidades de los mercados de trabajo internos a las empresas. Y es que la envidia complica mucho la vida a los directores de recursos humanos. En lo que no había reparado es que además ayuda a sostener una fuente muy respetable de impuestos.