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Dos de cada tres docentes rechazan que los resultados repercutan en su salario

Un titular de La Vanguardia llamó mi atención el pasado miércoles: "Dos de cada tres docentes, reacios a ser evaluados. Rechazo a que los resultados repercutan en su salario." El titular hace referencia a un estudio dirigido por Elena Martín de la FUHEM. Y se refiere a una pregunta, cuyo resultado se puede ver en el gráfico 22 del estudio. "Porcentaje de docentes que creen que todos los docentes deberían ser evaluados y los resultados de la evaluación debería repercutir en las condiciones laborales." Solamente el 32.3% de los docentes en la enseñanza privada y el 34.7 en la pública están de acuerdo con la afirmación.

Pues es bien triste, porque como ya dije la última semana, añadir incentivos a los docentes es una reforma necesaria si de verdad queremos mejorar nuestros resultados educativos. Y, al menos en principio, los principales partidos están de acuerdo. Hasta que vean el estudio, me temo. Yo, en cambio les ofrezco dos estudios para hacerles entender que no deberían hacer caso a las presiones si se ponen en serio a reformar el sistema. En uno de ellos, de Victor Lavy, se analiza un programa de incentivos a profesores de secundaria en Israel (1 millón de euros, distribuidos entre el mejor tercio de profesores, en términos de mejora de resultados de sus estudiantes, en 62 institutos). El estudio muestra que los incentivos monetarios han tenido resultados positivos en las puntuaciones medias, en la probabilidad de terminar los estudios obligatorios (sobre todo para los estudiantes de familias más desfavorecidos) y en un aumento de los estudios post-obligatorios. Otro estudio de Atkinson con otros autores analiza un programa británico. Los maestros con un cierto número de años de experiencia podían participar y ganar un bono anual de 2000 libras, a pagar sin revisión hasta el final de su carrera, si lograban unos determinados resultados. Los maestros que eran elegibles para el pago de incentivos aumentaron su rendimiento en casi medio punto del GCSE (un examen estandarizado) por alumno, en relación con los maestros no elegibles, un efecto muy significativo.

Los efectos positivos de los incentivos no son muy sorprendentes para una audiencia de economistas. Pero parece que cuesta mucho de entender. Por ejemplo, cuando a un funcionario educativo se le habla de evaluación docente, su reacción es inventar esquemas muy complicados en los que miden la programación docente, las páginas web que uno crea, la variación de contenidos año a año, el esfuerzo en controlar los conflictos, y así sucesivamente. Como ejemplo representativo (y terrorífico), aquí tienen un documento que resume un cuestionario sobre evaluación docente elaborado en Asturias (lo siento, Floren, a mí también me duele). Es comprensible que se quiera medir el "input" de los docentes en el proceso educativo. Pero me parece una misión imposible. Y además costosa. Con lo fácil que es medir el "output". Justamente para esto están los exámenes estandarizados, las selectividades y otros instrumentos parecidos. Ya están en marcha, mejor que los usemos para este propósito.

En este punto surge la última línea de defensa del perezoso. Y es que medir y recompensar el "output" puede dar lugar a injusticias. En mis conversaciones con docentes de primaria y secundaria el argumento sale muy a menudo. Debería medirse el esfuerzo de los profesores, porque el resultado de los chicos tiene todo tipo de azares asociados al mismo. Sí.por supuesto. Está en la naturaleza de las cosas. Pero me temo que por más que se empeñe el funcionario, el esfuerzo de verdad no puede medirse. Y por tanto hay que fiarse del "output". Y aquí solamente hay dos posibilidades. Puedes no recompensar el resultado. Y entonces no hay injusticias. Nadie produce y todo el mundo, docentes y estudiantes reciben poco. La otra posibilidad es recompensar el resultado. Y como desgraciadamente la relación entre esfuerzo y resultado no es determinista, todos se esfuerzan, pero algunos reciben recompensa y otros no. Yo esto lo observo todo el rato. Hay gente mucho más lista, y posiblemente más trabajadora que yo (en mi parte meritocrática del mundo universitario) que no tienen ni la mitad de las ventajas y el reconocimiento que yo he conseguido. Pero todos nos hemos esforzado. Y, colectivamente, hemos empujado un poquito la frontera del conocimiento. El mundo universitario también tiene zonas no meritocráticas. Nadie hace nada, es un desierto intelectual. Pero, eso sí, no hay injusticias. Todos reciben cero por su inexistente resultado. ¿Contentos?

La situación presupuestaria actual es desesperada y los mercados internacionales nos vigilan. Dada la posibilidad real de que la financiación de la deuda se haga inviable, habrá que recortar seriamente el gasto público. Y no me sorprendería que, al igual que ha pasado en California o Arizona, nos tocara ir a una bajada de salarios a los docentes. Es una oportunidad única para poner en marcha un programa de incentivos. bajemos la parte fija del salario, digamos un 20%, y transformemos esta parte en un complemento de productividad asociado a resultados en exámenes estandarizados.