La presidencia de Donald Trump es el síntoma más preocupante de otra pandemia que afecta a la humanidad: la desconfianza en la ciencia. Esto es llamativo, porque la buena noticia es que la ciencia avanza muy deprisa. Cuando empezó la pandemia actual, se hablaba de que una vacuna tardaría entre uno y dos años en llegar al mercado. La realidad es que estará en menos de uno, incluso a pesar algún retraso y por lo que parece la efectividad es mayor de la esperada.
La mala noticia es que la dispersión de noticias falsas puede hacer difícil que mucha gente se vacune. Sin ir más lejos el otro día hablando con el dueño de una tienda a la que voy con frecuencia me dijo que no sabía si iba a vacunarse porque en Brasil, en uno de los ensayos clínicos habían muerto decenas de personas por la vacuna. No tenía ni idea, pero hasta donde puedo ver, un paciente ha muerto y no parece que sea por la vacuna (“The BBC understands that the volunteer did not receive the vaccine” por tanto probablemente estaba en el grupo de control.)
Pero claro, vamos a ir más allá de la anécdota. ¿Qué sabemos sobre el poder de los antivacunas para distorsionar la realidad? Recientemente leía un artículo en la revista Nature de Neil Johnson y sus coautores que me dejó muy preocupado. En el artículo se analizan las opiniones de los 100 millones de usuarios de Facebook que expresan su opinión sobre las vacunas (de un total de unos tres mil millones). Se construyen grupos de usuarios, tomando como origen una página y todas las que siguen, interactúan y comentan el contenido de esa página. Así se construye una red en la que cada nodo es un grupo de usuarios y un enlace entre grupos/nodos ocurre cuando alguien del grupo A recomienda a todos los miembros de su grupo el grupo B. El tamaño del grupo se cuenta por el número de páginas que contiene. En la siguiente figura pueden ver el gráfico. Los nodos rojos son grupos antivacunas, los azules apoyan las vacunas. Los nodos verdes son grupos que hablan sobre vacunas, pero que no tienen una posición definida.
Del examen de la red se desprenden varios hechos sorprendentes. Hay menos nodos antivacunas, pero son más centrales en la red. El aislamiento de los que están a favor de la vacunación les puede hacer pensar que sus ideas están más aceptadas de lo que lo son en realidad. Otra observación importante es que los indecisos son los que están creando más enlaces hacia fuera, es decir, los que buscan más información, seguidos de los grupos antivacunas. Y estos indecisos interactúan más con los antivacunas.
Pese a ser pequeños, los grupos antivacunas tienen posiciones más centrales en la red. Además su contenido es más diverso y “entretenido” (ofrecen consejos de salud y bienestar, medicina “alternativa” y teorías de conspiración) mientras que los pro-vacunas son más monotemáticos. Los grupos antivacunas crecieron mucho más durante el brote de sarampión de 2019. Pero en general los grupos antivacunas que crecieron más son de tamaño mediano, y no levantan mucha atención. Por último, en términos de su ubicación geográfica, los grupos antivacunas o son muy locales, o son globales.
Utilizando todos estos hechos estilizados, los autores construyen un modelo de red y simulan su evolución. La predicción es muy llamativa, como se ve en el siguiente gráfico si el modelo es correcto los grupos antivacunas dominarán la escena en 10 años.
Obviamente, debemos estar preocupados, pero un modelo no es una herramienta perfecta, y hay todo tipo de razones por las que la extrapolación dramática puede estar equivocada. En todo caso la evidencia sobre su estructura y cómo han crecido estos grupos es interesante. Y esto sugiere que debemos mirar más evidencia, y sobre todo pensar si se puede hacer algo. Chiou y Tucker examinan una evidencia parecida. Facebook prohibió en 2016 la difusión de anuncios con noticias falsas en noviembre de 2016 (como consecuencia de los eventos en la campaña presidencial americana de 2016). Para ver si esta política tuvo algún impacto, examinan otra plataforma que no cambió de política, Twitter. Esto les permite hacer un análisis de diferencias-en-diferencias. Lo que observan las autoras es que los anuncios falsos en Facebook disminuyen en un 75% comparado con Twitter. Aunque el análisis estadístico es más sofisticado, el siguiente gráfico da una idea del efecto, comparando cuántos artículos (en logaritmo) con noticias falsas se comparten en los meses de octubre y diciembre en Facebook y Twitter.
Para que no parezca que tengo algo contra Facebook (que no uso), o contra Twitter (que sí contamino con mis tonterías), les dejo evidencia de otro par de lugares que no tienen que ver con las redes sociales. Biró y Szabó-Morvai nos traen evidencia de Hungría y se centran en una vacuna electiva (no hay mucho problema para las obligatorias en Hungría), la de la enfermedad meningocócica invasiva. Las autoras utilizan la variación local y temporal de la cobertura en prensa (en línea) en los que aparece la palabra meningitis. Los resultados indican que la publicación de un artículo aumenta la vacunación entre 170 y 410 personas por millón (entre 0 y 17 años), comparado con una media de 360 por millón. Aún más increíblemente, el número de casos reales no tiene un efecto significativo en la vacunación. Esto no es estrictamente un artículo sobre la influencia de las noticias falsas, pero muestra que si no estás en la prensa, no existes.
Hansen y Schmidtblaicher proporcionan un ejemplo para Dinamarca. Los autores estiman un modelo de series temporales sobre la incidencia de vacunación del virus del papiloma humano. Los datos presentan una gran variabilidad, pero una vez estimado el modelo se observa que hay una caída inicial en 2013 cuando comienzan a aparecer artículos en prensa directamente falsos o exagerando los efectos negativos de la vacuna contra el virus, y otra muy fuerte de las vacunaciones en 2015, coincidiendo con la emisión de un documental muy controvertido, titulado “las niñas vacunadas, enfermas y abandonadas”.
Parece claro que nos enfrentamos a un problema muy serio, sobre todo en un mundo donde pueden aparecer nuevas pandemias con regularidad, y especialmente dada la creciente inefectividad de los antibióticos. El impacto gigante de la prohibición en Facebook sugiere una solución. Alguna institución, con los debidos contrapesos democráticos, debería hacer algo. Los mensajes antivacunas son también un virus peligroso y por tanto objeto de intervención de salud pública.