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Cambiar la universidad para cambiar el país

Hoy he publicado una columna en el diario El Mundo, en la sección Mercados de su edición impresa. sobre la necesaria reforma de la universidad, que no parece estar suficientemente explícita en las propuestas electorales de los principales partidos.

España está en una encrucijada histórica. Sufrimos una crisis provocada por un exceso de endeudamiento en un contexto en el que no tenemos autonomía en la política monetaria: no podemos monetizar la deuda, ni utilizar los tipos de cambio para salir de ésta, como se hizo en ocasiones anteriores. El exceso de deuda tampoco deja margen a la política fiscal, nadie nos va a prestar el dinero necesario.

La única salida, como argumentamos un grupo de economistas (Bentolila, Fernández-Villaverde, Garicano, Rubio, Santos y yo mismo, bajo el seudónimo colectivo Jorge Juan) en un libro de reciente aparición Nada es Gratis (ed. Destino), es un conjunto de reformas estructurales ambiciosas que liberen la capacidad de crecimiento de nuestro país. Reformas en el mercado de trabajo, el financiero, la sanidad, educación, pensiones, finanzas autonómicas, la administración y la justicia. Aunque las reformas tienen efecto a distintos plazos, la confianza que genera un plan ambicioso y bien dirigido permite a la gente planear mejor su futuro y a los acreedores les hace más fácil prestarnos sabiendo que el dinero estará bien empleado.

Como ejemplo, déjenme que les cuente brevemente algunas ideas para la reforma de las universidades. Las propuestas de los partidos para las elecciones generales son poco ambiciosas en este ámbito. Por ejemplo, el del PSOE habla de crear un “Foro de Empleabilidad y Empleo de la Educación Superior con el fin de coordinar las políticas de formación y empleo con los agentes sociales.” Claro, los mismos que han sido incapaces que hacer una reforma laboral que cree empleo en 30 años. O de agilizar “los procedimientos de evaluación, acreditación y verificación de títulos, profesorado y proyectos.” La misma burocracia, pero menos dolorosa. Hay más cosas, pero todas son por el estilo.

El programa del PP también tiene algunos brindis al sol: “Impulsaremos un sistema de becas que potencie la excelencia y la igualdad de oportunidades en los estudios universitarios, como factor clave para el éxito de una sociedad.” Muy bien, pero ¿de dónde va a salir el dinero? ¿Se atreverán como los británicos a poner, para los que puedan pagarlas, tasas que cubran algo más el 15% del coste del título como ahora? También dicen “Impulsaremos las alianzas entre facultades y universidades para la oferta de programas de mayor calidad.” Lo siento, fusionar al C.D. El Secarral con El Alpargateño C.F. no nos va a dar el ganador de la Champions. Pero en medio de bastante banalidad hay una perla, que digo, un auténtico diamante: “Impulsaremos sistemas de financiación que premien los resultados.”

Y es que la competencia y la autonomía universitarias son fundamentales para conseguir una universidad excelente. El análisis de un grupo de los mejores economistas europeos liderados por el profesor Aghion, de Harvard, ha demostrado que las universidades más autónomas y que se enfrentan a mayor competencia, tienden a tener mejores resultados en tienden a tener mejores resultados en el Academic Ranking of World Universities (más conocido como ranking de Shanghai). Competencia para atraer fondos de investigación y estudiantes. Autonomía para diseñar políticas de contratación y remuneración del personal, así como para diseñar planes de estudios y atraer estudiantes. Ésta es la receta para el éxito, que ha servido también para universidades públicas británicas, holandesas, suecas y suizas.

Un nuevo modelo de financiación debería ser la pieza clave en la generación de los incentivos para crear una universidad excelente. La financiación debería exigir buenos resultados de sus dos servicios fundamentales: docencia e investigación, no como ahora. Por poner un ejemplo: en Madrid, que es un sitio donde no se hace mal del todo, la financiación básica (un 85% del total), va en un 70% a algo que llaman docencia, pero que en realidad es pagar por el número de estudiantes en las aulas, y en un 30% supuestamente a investigacion, pero de manera realmente poco exigente, esencialmente por si sus profesores hacen algo de investigación y consiguen sus sexenios. Si pagáramos por resultados de manera muy exigente: cómo y cuándo se colocan los estudiantes (para docencia), o qué impacto científico de excelencia tiene nuestra investigación, se producirían incentivos para usar los recursos de manera mucho más eficiente. Porque como dije al principio en las circunstancias actuales no podemos seguir como si nada pasara; la alternativa a no reformarnos en serio es quedarnos descolgados de los países de primera.