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Alma mater (de Antonio Villar)

de Antonio Villar (Universidad Pablo de Olavide & Ivie). Cuando miro las políticas que se han venido desarrollando en relación con la universidad en los últimos años me cuesta mucho encontrar argumentos para el optimismo. No es fácil sustraerse a la impresión de que nuestras autoridades han dado por perdida la lucha por una Universidad competitiva. Porque toda la acción política en este campo resulta en conjunto tremendamente mediocre y parece que más orientada a acontentar a los distintos estamentos universitarios que a consolidar los logros alcanzados y abordar los retos del futuro. Con una sorprendente sintonía entre gobierno central, gobiernos autonómicos y gobiernos de las universidades. O quizás la sintonía, lejos de ser sorprendente, es lo que cabe esperar del sistema de incentivos que sustenta la organización de nuestras universidades.

En el ámbito de la investigación hemos visto cómo se ha promovido la identificación de la actividad investigadora individual con una suerte de coleccionismo de puntos tendente a cumplir con los parámetros del insensato baremo que diseñó la anterior administración. Muy pocos de los jóvenes catedráticos de las mejores universidades europeas y americanas podrían acreditarse en nuestro país, ni siquiera como Profesores Titulares. ¿Por qué? Pues porque típicamente no reúnen los puntos suficientes para el baremo ANECA: les falta gestión, han dado pocas clases, no han hecho cursos de actualización docente y, desde luego, carecen de todos los certificados –con sus correspondientes pólizas redondas, que diría Forges- que acrediten sus actividades en congresos y seminarios. Tampoco resulta posible contratar a jóvenes doctores salidos de las mejores universidades internacionales, salvo que se admita una interpretación muy forzada de la norma relativa a los Profesores Visitantes. No hay lugar para ellos en el sistema. Pero parece que a nadie incomoda esto en ningún nivel de responsabilidad (ministro, consejeros, rectores) … mientras no haya ruido en las universidades. Pelotas fuera que ganamos.

Por si esto fuera poco, la recién aprobada Ley de la Ciencia consagra el principio de que tan investigación es la generación de nuevos conocimientos como la mera divulgación (véase la Sección II del Preámbulo). Estupendo, ahora resulta que no hay diferencia entre Punset y Ramón y Cajal como científicos.

El experimento de unir ciencia con universidad, y ambas con la empresa, ha vuelto a fracasar estrepitosamente. Ya pasó con Aznar y ahora ha vuelto a ocurrir con Zapatero. Se ha optado, de nuevo, por llevar la gestión política de la universidad al ámbito de los colegios y de los institutos, en lugar de al ámbito de la ciencia y la tecnología. En la remodelación del gobierno de Abril de 2009 Zapatero le quitó las competencias de Universidades al Ministerio de Ciencia e Innovación y se las pasó al de Educación. ¿Y cuál fue la explicación de ese cambio de rumbo? El propio Presidente lo aclaró por sus propios medios, respondiendo a la pregunta de un periodista: el cambio se debía a “la personalidad del ministro de educación… Esa es la explicación”. (Y si no se lo creen –yo también he tenido que revisarlo para comprobar que mi memoria no me traicionaba- pasen y vean). Sin comentarios.

Pero el mal es más extenso. En estos últimos años hemos dedicado una enorme cantidad de medios materiales y personales a cambiar carreras de 5 años por carreras de (4+1). ¡Genial! Eso sí, ahora todo es mucho más complicado: hemos multiplicado artificialmente los grupos, articulado un denso, complejo y nada selectivo entramado de títulos de postgrado, sustituido los programas de las asignaturas por decálogos de competencias (transversales, verticales, horizontales, mixtas, genéricas y específicas, de titulación, de materia y de asignatura) … Todo con mucha prosopopeya y gran lujo de formularios y procedimientos. Con la excusa de Bolonia. ¡La pobre!

¡Ah, y no nos olvidemos de la calidad! Muy importante. Solo que … en lugar de cambiar las estructuras institucionales, los comportamientos de los profesores, el proceso de selección de los estudiantes, y mejorar el capital humano buscando el talento allá donde estuviere, nos hemos dedicado a crear oficinas, vicerrectorados, vicedecanatos, subdirecciones … de calidad. Y somos los mismos haciendo básicamente las mismas cosas, pero en el marco de una maraña de actividades burocráticas consistente en hacer informes, rellenar impresos, completar vistosos menús de objetivos ¿Alguien ha calculado cuánto cuesta todo eso y qué beneficios proporciona –un ejercicio sencillito de análisis coste-beneficio-? No estaría de más.

Algún colega me dice que este proceso le suena a lo de “cambiarlo todo para que todo permanezca” de “El Gatopardo” de Lampedusa. Pero a mí más bien me recuerda a aquellos inventos del TBO en los que para encender una cerilla se había diseñado una máquina enorme y complicadísima que ocupaba toda una casa y requería varios operarios para su funcionamiento.

¿Seré yo raro y sólo a mí me parece que todo esto es un disparate descomunal? Es posible. Pero confieso ser un pecador contumaz. Porque si repaso lo que conozco de algunas buenas universidades y centros de investigación, tanto europeos como americanos, la conclusión a la que llego siempre es que las cosas se pueden hacer de otro modo: mucho mejor y gastando menos. No sé qué pensar. Porque seguro que a alguien se le habrá ocurrido la idea de mirar cómo lo hacen los que lo hacen bien y copiar sus métodos ¿o no?
Afortunadamente todavía quedan algunos restos del aliento que insuflaron al sistema de ciencia Javier Solana y aquel magnífico equipo encabezado por Juan Rojo, con Luis Oro, Roberto Fernández de Caleya o Pedro Pascual, entre otros. Porque sin los mimbres que ellos urdieron, respetados hasta ahora por todos los gobiernos que han sido, la deriva que ha caracterizado a nuestras últimas administraciones hubiera sido todavía peor.

Pero no puedo remediar la profunda tristeza que me produce ver cómo en los últimos tiempos cada nueva administración parece empeñada en hacer buena a la anterior, en el ámbito de la Universidad. La actual contaba sobre el papel con uno de los mejores equipos a los que podíamos aspirar y con algunas buenas ideas. Pero ha naufragado resueltamente. No es que no hayan hecho nada o que lo hayan hecho todo mal, seamos justos. Pero sí podían haber hecho mucho más y haberlo hecho mucho mejor, porque tenían la capacidad, los conocimientos y los medios. Les ha faltado ambición y redaños. Amén de haberse metido en algunos charcos incomprensibles, como la definición de la investigación a que hemos aludido o el vergonzoso acuerdo a que llegaron con los Sindicatos sobre la carrera docente e investigadora (un acuerdo tan malo que hasta los propios Rectores, que no son precisamente el paradigma de la exigencia –véase este ejemplo- , han puesto el grito en el cielo por la barbaridad que supone).

La última: de todas las recomendaciones del “Informe de la Comisión Internacional de Expertos EU2015” , la única medida que parece que están tratando de abordar urgentemente es la de abrir la “fusión de universidades”. Es lo que se llama tirar por elevación. Nada de tocar el estatus del profesorado, la selección de los estudiantes, la oferta de titulaciones, los criterios de financiaciones de las universidades o los problemas de la gobernanza … No, eso es demasiado comprometido, mejor hacer grandes proyectos de futuro. A dos días de dejar el puesto. ¡Enhorabuena!