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¿Suspenso en mates? – A trabajar un rato más, en clase y fuera

Este año vuelvo a marcharme a Inglaterra con mis hijos en el verano (este año a Cambridge, Birmingham me gusta mucho, pero los ingleses parecen ser muy sensibles a los acentos y un español con acento Brummie no parece una gran idea). El primer “shock” que uno recibe cuando llega allí el 16 de julio, es que los estudiantes de la escuela privada terminaron sus clases el día anterior, y los de la pública todavía tienen una semana más de clase. Y luego vuelven a comenzar el uno de septiembre. Dado que el verano es época fértil para pensar en soluciones a los fracasos del año, hoy vamos a comentar alguna evidencia sobre los efectos en el aprendizaje de los calendarios y horarios escolares (y extraescolares).

En España hay un debate recurrente sobre los calendarios escolares que, por desgracia, tiende a centrarse en si un alargamiento del mismo mejoraría la “conciliación laboral” de los padres o “destruiría una conquista social” de los profesores. Todo ello muy comprensible, pero nos aleja de otro debate, para mí más interesante, sobre el papel del tiempo de instrucción en los resultados escolares. ¿Hacen falta más horas de clase?

Una primera pista de que sí que hacen falta más horas de clase es que los colegios concertados y privados, generalmente más sensibles a las exigencias de los padres, suelen tener más horas de clase a la semana, y pagan por ello. Una frase de Mariano Fernández Enguita en el artículo de El País que les enlazaba antes es muy reveladora: “Si sumamos todas las horas de clase de la educación obligatoria, de los 6 a los 16 años, resulta que el alumno de un colegio privado ha estudiado un año más que uno de la pública.” Pero claro, dado que el debate sobre el calendario tiene que ver con la calidad de vida de profesores y padres, es enteramente posible que no se pueda sacar una conclusión acerca del rendimiento académico basándonos solamente en la observación del profesor Fernández Enguita. Es decir, puede ser que los privados estén simplemente haciendo de “guarderías.”

Por esto es hora de revisar un poco la evidencia disponible. En un artículo clásico, Wiley y Harnischfeger se quejaban de la poca seriedad con que se trataba la evidencia sobre el efecto del tiempo en la escuela sobre los resultados. En su artículo relatan una anécdota curiosa. Dos investigadores que se enfrentaban a una evidencia recogida por el New York Times de que una huelga de profesores de dos meses había supuesto un retraso equivalente a dos meses de curso en los resultados de lectura, la habían desestimado diciendo que era el resultado de un efecto cualitativo de la huelga, en lugar de un efecto cuantitativo producido por la reducción del tiempo de instrucción. Wiley y Harnischfeger presentan alguna evidencia aprovechando la variación de horas escolares entre colegios (debida sobre todo a la variación entre estados) que sugieren que una variación del tiempo escolar de un 24 por ciento lleva a una ganancia de hasta dos tercios de desviación típica en comprensión lectora y un tercio en matemáticas y habilidades verbales.

Pero, como sabemos, correlación no es causalidad. Aunque se controle por algunas características observables entre estados y colegios, puede que aquéllos expuestos a más horas escolares sean también los más motivados o inteligentes, y los resultados se deban sobre todo a estas variables. Por esto, el análisis de nuestro invitado habitual Victor Lavy resulta tan útil. Lavy utiliza dos tipos de datos. Por un lado los de PISA y por otro lado unos datos israelíes. En los datos de PISA (la ola del 2006) explota la variación de horas de clase entre asignaturas para el mismo individuo. Es decir, aprovecha que una persona puede estar expuesta a un número de horas de clase distintas en matemáticas que en lengua, o en ciencias naturales. Al no usar la variación “entre individuos,” como en el artículo de Wiley y Harnischfeger, no se puede argumentar que confundimos la mayor motivación/inteligencia de los más expuestos con el efecto de las horas de clase. Algo que hay que tener en cuenta para interpretar los resultados es que las notas de PISA miden el rendimiento de un estudiante respecto a la media. Por tanto, el autor está atribuyendo a las diferencias de horas de clase en cada asignatura las diferencias en el ranking de notas, no en su valor absoluto.

El resultado principal es que aumentar una hora a la semana las clases de una asignatura aumentan la nota del orden de 5 puntos, es decir alrededor de un 15 por ciento de la desviación típica de un individuo, lo cual no es un efecto gigantesco pero sí muy notable para una intervención no muy costosa. También encuentra que el efecto es mayor al pasar de dos a tres horas, que de tres a cuatro, o más allá. El artículo también muestra evidencia de que el efecto es mayor para estudiantes de menor nivel socioeconómico y para inmigrantes. Finalmente, la productividad de estas horas extra es mayor en sistemas donde las escuelas tienen más sistemas de rendición de cuentas (tales como la publicación de índices de resultados en exámenes estándar) o mayor flexibilidad en la utilización de los recursos escolares. Una posible objeción a la forma de identificar el efecto de las horas de clase en PISA es que supone que el efecto de una hora más de clase es igual en matemáticas y en lengua. Por esto el autor recurre a datos israelíes en los que puede seguir a un individuo de quinto curso a octavo y así explotar la variación de horas de clase entre distintos años para el mismo individuo. En este caso, los efectos estimados son algo menores en magnitud, pero igualmente positivos y significativos.

Así que lo siento mucho, chicos. Tanto si suspendéis como si no, vuestros padres tendrán razón si os quieren hacer pasar unas horas/días más en el colegio. Y, por si alguno se quería después relajar haciendo menos tarea, hay otra evidencia, de Aksoy y Link, que muestra que las horas de tareas en casa mejoran la nota, y las horas de televisión la empeoran. A trabajar, pues.