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¿Por qué votamos?

En unos meses tenemos elecciones municipales y autonómicas en buena parte de España. Y me doy cuenta de que no hemos hablado hasta ahora en Nada es gratis de uno de los problemas clásicos de la economía política: ¿Por qué votamos? Hoy quiero explicarles por qué no es una pregunta tan tonta y cuáles son las consecuencias de que votar sea más o menos fácil.

Desde luego la pregunta parece tonta. Vivo en un pueblo al oeste de Madrid cuyo alcalde está procesado por corrupción (desgraciadamente estos datos no identifican el pueblo de manera única). En las últimas elecciones voté a un pequeño partido local independiente que ya había denunciado ante los juzgados varias actuaciones de muy dudosa legalidad por parte del equipo de gobierno del ayuntamiento. Si más ciudadanos (y algún directivo del partido de dicho alcalde) se hubieran preocupado de revisar la documentación que aportaba ese partido, a lo mejor nos habríamos ahorrado muchos millones de euros. Así que parece un poco raro preguntar por qué votamos. Pues para que las decisiones se tomen un poco mejor. O, en caso de que las preferencias no sean tan universales como con la corrupción, para que las decisiones estén mejor alineadas con mis preferencias.

Pero el ejemplo muestra que la cosa no es tan sencilla. Yo me tuve que leer un buen número de documentos para formar una opinión, y dejar mi ordenador aparcado un buen rato para ir a un colegio electoral. ¿Y para qué? El alcalde de marras volvió a salir elegido por mayoría abrumadora (más de dos tercios de los votos, si no recuerdo mal). De hecho estoy por ver una sola elección municipal, autonómica, regional o europea en la que mi voto (y sospecho que el de una proporción amplísima de los lectores) haya sido decisivo. Por tanto el cálculo coste-beneficio no parece ser muy satisfactorio. Es lo que se llama tradicionalmente la paradoja del voto, cuyo primer proponente parece haber sido Downs (por cierto, no confundir con otra paradoja política debida a Condorcet, de la que ya hablaremos en alguna ocasión y a la que a veces también se llama paradoja del voto).

En realidad el problema no es muy distinto al de cualquier bien público que se provee de manera voluntaria. El coste de informarse y acudir a las urnas tiene un pequeño beneficio privado y un beneficio público bastante mayor. Los beneficios individuales y los sociales no están bien alineados. Así las cosas, no es sorprendente que la provisión del mismo no sea eficiente. Como en el caso de otros bienes públicos o recursos comunes, las sociedades han inventado maneras de reducir las ineficiencias. Posiblemente la más habitual es la presión colectiva de nuestras personas cercanas. Una vez le expliqué a una compañera de Barcelona la paradoja y, como persona ingenua y comunicativa que era, no se le ocurrió otra cosa que explicársela al presidente de la mesa electoral donde votaba. Faltó poco para que fuera agredida y desde luego su salud mental fue seriamente cuestionada. Esto es mucho más que una anécdota. Un artículo muy interesante de Patricia Funk estudia el impacto de una reforma que se introdujo en Suiza justamente para disminuir el problema de la paradoja: el voto por correo.

El problema es que el voto por correo tiene dos efectos. Por un lado disminuye el coste y por tanto hace más probable que el beneficio supere al coste privado de ir a votar. Pero por otro lado hace más difícil para la comunidad detectar y castigar al jeta que se aprovecha del esfuerzo colectivo de los demás para impedir que el alcalde corrupto llegue al poder o se mantenga en él. ¿Cuál fue el resultado? La participación en las elecciones no varió de forma sustancial en el agregado. Pero, y esto es lo interesante, decreció de forma notable (alrededor de un 7%) en los cantones con comunidades pequeñas y aumentó (cerca de un 6,5%) en los cantones sin comunidades pequeñas. Esto es importante porque las comunidades pequeñas son justamente aquellas en las que debería ser más fácil conocer y castigar socialmente a los que no votan.

Una posible explicación alternativa es que los costes de voto sean más grandes en los cantones sin comunidades pequeñas. Para descartar esta posibilidad, la autora hizo un cuestionario en el cantón de Zurich, en el que hay comunidades de muy diversos tamaños, sobre los costes de ir a votar en distintos lugares para poder descartar esta teoría. Lo que encuentra es que el tamaño de la comunidad es muy significativo para explicar la variación de participación, aun cuando se controla la diferencia del coste de voto entre comunidades. Además, las comunidades con las horas de apertura de las mesas electorales más cortas experimentan la mayor caída por el voto por correo. Esto es justo lo contrario de lo que uno esperaría, ya que es en aquéllas en las que el voto por correo reduce más el coste de ir a votar. Pero claro, es también en esas comunidades en las que es más sospechoso no encontrarse con un determinado vecino cuando se va a votar.

Así que conseguir que la gente vaya a votar no siempre es sencillo. Pero, ¿qué pasa si lo conseguimos? Aquí resulta útil ver la evidencia que surge de otro experimento natural, en este caso en Brasil. Un artículo de Thomas Fujiwara, estudia los efectos de una tecnología de voto electrónico. Según el censo, el 23% de los mayores de 25 años en Brasil son incapaces de leer y escribir un mensaje simple y el 42% no completó el cuarto de primaria. Y, sin embargo, los votantes debían escribir el nombre del candidato o su número electoral y no tenían ayudas visuales hasta los años 90. La consecuencia era un número sustancial de papeletas con errores o en blanco. En los años 90 se introduce una reforma que, por motivos presupuestarios, se hace primero en municipios de más de 40500 votantes registrados.

Comparando el resultado de municipios justo por encima y por debajo de 40500 votantes, el autor encuentra que el voto electrónico reduce el voto nulo o en blanco (y por tanto la participación, en Brasil el voto es obligatorio) en un 11% del electorado. Este aumento de la participación política de los votantes menos educados (y en general más pobres) produjo efectos importantes. Desplazó el gasto público hacia la atención sanitaria pública, una política que es especialmente beneficiosa para los pobres en Brasil. Esto condujo a una mayor utilización de visitas prenatales para mujeres con un menor nivel educativo y una reducción en los nacimientos de niños de bajo peso (un indicador muy fiable de salud infantil) en este grupo. En cambio, no se observaron efectos sobre la utilización de servicios sanitarios y en el peso de sus recién nacidos para madres más educadas.

En resumen, no es evidente como superar la paradoja del voto pero las consecuencias de hacerlo son importantes. Yo empezaría por hacer más transparentes y de fácil acceso los informes sobre la gestión de los cargos electos.