Me avisa una lectora, Blanca Cañamero, de que el próximo informe de PISA, en el que toca hacer énfasis en matemáticas, va a tener también una parte importante de evaluación del conocimiento financiero de nuestros jóvenes. La OCDE ha elaborado un documento en el que se detalla cómo se hará esta evaluación. Hoy quiero hablarles de si la educación financiera es necesaria, de si la escuela puede servir para proporcionarla y de si es oportuno introducirla ahora. Las respuestas son respectivamente sí, sí, y depende.
No puedo resistir la tentación de comenzar con un par de anécdotas. En la familia tengo cierta fama de gurú financiero. Y no por mis artículos científicos, sino por algún pequeño consejo exitoso del pasado. En el año 2000, poco antes del estallido de la burbuja tecnológica le dije a un cuñado que no hiciera su primera inversión seria en Terra, cuyo precio se había multiplicado recientemente por un factor elevado. Si quieres invertir en algo, pon los huevos en más de una cesta, respondí. Más o menos por aquel tiempo, un primo me dijo que le habían ofrecido invertir en una empresa que garantizaba un retorno de al menos un 15% anual. Mi reacción inmediata, después de averiguar en qué invertía aquella empresa llamada AFINSA, fue decir que alguien que ofrecía esa garantía invirtiendo en sellos era un ladrón o un tonto, y uno no quiere dar su dinero a ninguno de los dos.
Ninguno de mis consejos requería ser un experto en finanzas, sino un conocimiento muy básico de historia y teoría financiera. Y no se trataba de personas con bajos niveles de educación o inteligencia, más bien al contrario. El primero de mis interlocutores es ingeniero, el segundo doctor en historia y licenciado en derecho y políticas. Pero ambos tenían un desconocimiento de algunas cuestiones financieras elementales, que pudieron corregir con bastante rapidez una vez se les explicó. Esto es algo más que una anécdota. Creo que los españoles, y muchos ciudadanos de países bien variados, han cometido suficientes errores financieros en los últimos años como para que un cierto conocimiento de asuntos financieros sea una cuestión casi de salud pública. La cuestión es si el sistema educativo puede realizar esa función. Mi conclusión después de revisar alguna evidencia existente, es que probablemente sí puede hacerlo.
Como nos cuentan Bernheim, Garret y Maki 29 estados americanos introdujeron un los currículos escolares asignaturas sobre educación al consumidor entre 1957 y 1985. Hasta en 14 de aquellos casos, la asignatura debía cubrir problemas de finanzas personales, tales como hacer presupuestos, controlar el crédito, nociones de interés compuesto y otros principios financieros. Estos autores usan unos datos que proceden de una encuesta de Merril Lynch del año 1995. En esta encuesta, a diferencia de otras (como el Survey of Consumer Finances o el PSID), se les preguntó directamente a los encuestados si habían recibido educación financiera durante la secundaria y de qué tipo. Además tenían información demográfica estándar (incluyendo renta, riqueza y tipos de activos en que estaba invertida) y algunas preguntas sobre tasas de ahorro, además de alguna pregunta menos estándar como las influencias infantiles sobre hábitos de ahorro y consumo.
Hay dos características de la introducción de estos programas que ayudan al análisis de los datos. La primera es que la introducción del programa no fue simultánea en los distintos estados en los que se hizo. Esto hace que cuando se realizó la encuesta los ciudadanos de distintos estados habían estado expuestos al tratamiento de manera variable. Por tanto, uno podría asociar las diferencias de tasas y composición del ahorro entre estados con la exposición diferencial al tratamiento educativo. Esto, sin embargo, genera la pregunta de si la introducción diferencial del mandato está revelando algo acerca de los ciudadanos de estos estados que invalide la inferencia causal. Por ejemplo, un estado más propenso al ahorro podría introducir el mandato con más rapidez y entonces estaríamos atribuyendo el mayor ahorro al programa, cuando en realidad se debe a las preferencias de sus ciudadanos.
Sin embargo, los autores piensan que esto no es muy probable. Por varios motivos, el primero es que la introducción de los programas está asociada a los movimientos de protección al consumidor de los 60 y 70 (asociados a la figura del activista Ralph Nader, también famoso por arruinarle la elección a la presidencia a Al Gore) y la educación financiera es solamente una parte de una asignatura que contempla muchos otros temas de educación para el consumo. Normalmente la asignatura se introduce tras algún desastre relacionado con el consumo y una encuesta a administradores escolares revela que la iniciativa para introducir la asignatura viene sobre todo de educadores y empresarios, y solo en un 10% de asociaciones de madres y padres de alumnos. Tampoco hay evidencia de que los estados que introdujeran la asignatura fueran distintos en renta o nivel de educación. Para acabar, en el artículo se controla por el efecto de diferencias pre-existentes en tasas de ahorro.
Y ¿cuál es el efecto? En primer lugar el grado de exposición es muy variable. De los encuestados, el 42% asistieron una clase de educación al consumidor, el 70% de los asistentes recibió educación financiera en esa clase, y el 39% de estos dice que la clase fuese obligatoria. En las regresiones se estima el efecto de una exposición al mandato, es decir si el individuo vive en un estado que obligó a dar la clase y efectivamente la tomó y años desde que el mandato comenzó. El coeficiente de exposición al mandato es pequeño y no significativo mientras que el otro es muy significativo, lo que sugiere que el programa tiene retrasos en su implantación efectiva, pero que una vez se estabiliza es realmente efectivo. Como puede verse en la tabla que reproducimos a continuación, el efecto sobre la tasa de ahorro (ecuación 1) es de aproximadamente 1,5 % mayor para la gente que ha sido expuesta al programa durante 5 años (la tasa de ahorro media era de cerca un 10% en la muestra, así que esto representa un aumento del ahorro del 15%). En la segunda ecuación, que es una regresión en percentiles, se puede ver que cinco años de exposición aumentan a un individuo alrededor de 4% en el ranking de ahorro. Otra observación de gran interés está en las últimas columnas de la tabla, donde se observa que el efecto del programa sobre la tasa de ahorro es casi inexistente para las personas que vienen de una familia frugal. La escuela tiene un efecto sustitutivo sobre la educación familiar en términos de la tasa de ahorro.
Por tanto, creo que no queda duda de que el programa es efectivo. Pero en el título de esta entrada introducía una nota de precaución. Nada es gratis, y para hacer un hueco a la educación al consumo, tenemos que sacar tiempo de algún lado. Además, es preciso que la información la proporcione alguien suficientemente cualificado para hacerlo. Respecto al primer punto, la misión principal de la escuela es enseñar herramientas que nos ayuden a procesar información. De ahí el énfasis en matemáticas y lengua a lo largo de todo el currículo. A mí me parece que ahora mismo nuestros estudiantes de secundaria reciben demasiado poca formación, y poco exigente, en matemáticas y lengua. Eso no se toca, por favor. Quizá no estaría de más que los rudimentos del interés compuesto, y nociones de estadística, que ya se dan (o se deberían dar) se ilustren con conceptos financieros. Esto es casi gratis y hasta útil para motivar a los estudiantes a aprender matemáticas. En los cursos de historia se puede pasar más tiempo en ilustrar sobre asuntos financieros, si se hace con rigor. Y, si los docentes recibieran suficiente capacitación por parte de los expertos apropiados, quizá se pudiera utilizar la educación para la ciudadanía para ilustrar a los chicos sobre la importancia vital del ahorro o una planificación adecuada de sus asuntos financieros y disminuir el énfasis de esta asignatura sobre otras cuestiones que se pueden hacer igual de bien o mejor en otros lugares.
Y si no se pueden hacer estas cosas, porque no hay manera de encajar el temario sin que algún grupo de docentes se siente agraviado al reducir sus horas, o no se pueden hacer bien porque falta el personal con formación adecuada, pues no se hace. Porque, en última instancia, no olvidemos que Bayer, Bernheim y Scholz (o Lusardi) han mostrado que la educación financiera también se puede recibir adecuadamente en la empresa.