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¿Le compro el Call of Duty 4 a mi hijo?


Call of Duty 4
es un juego de ordenador de una gran violencia y muy realista. No es que me lo haya pedido, pero cuando decidí que quería escribir sobre este tema pregunté a mi hijo de 10 años cuáles estaban de moda en esa categoría. Me citó este juego yalguno más (uno se llama Mafia II). De manera que ya sabe que existe y deben haberlo discutido en el colegio. También me ha dicho que no le gustan los juegos violentos, que prefiere “los de Mario, los de deporte o los de lógica”. Pero puede estar simplemente diciendo lo que imagina que quiero oír, y en todo caso los chicos cambian. De manera que me pregunto: ¿debemos preocuparnos si nos lo piden? ¿Es verdad que los videojuegos (o las películas) violentos fomentan la violencia? La respuesta a la primera pregunta es “probablemente” y la respuesta a la segunda “tal vez no”.

En realidad yo quería haber hablado de la funesta influencia de la televisión en los resultados escolares. Hace tiempo que no aguanto más de cinco minutos frente a la televisión. Y me da rabia que mis hijos pasen más de ese tiempo. El problema es que no encuentro buena evidencia del efecto causal de la televisión en los resultados escolares. No es que no haya evidencia de una asociación entre las variables. Al contrario, la evidencia de que existe es abrumadora. Por ejemplo, la que muestran Hancox y sus coautores con una base de datos que incluía a todos los nacidos en Dunedin (Nueva Zelanda) en 1972 y que aún vivían en la provincia de Otago en 2005. Los resultados se pueden ver en el siguiente gráfico, en el que cada barra señala los porcentajes de distintos niveles de estudios (de abajo arriba: no acabaron los obligatorios, los terminaron, formación profesional y universidad) para distintos números de horas ante el televisor por día.


Como pueden ver la asociación entre ver la televisión y malos resultados escolares es impresionante. Esta asociación persiste si la correlación se condiciona a variables como el nivel socioeconómico de los padres o el cociente intelectual. El problema es que a pesar de que a los autores del artículo (o a mí mismo) les gustaría afirmar que el efecto es causal, como ellos mismos reconocen “no podemos descartar la posibilidad de causalidad inversa”. Es decir, los chicos que son más propensos de por sí a tener malos resultados (por baja motivación o simple pereza) ven más la televisión para escaparse de los libros.

No es éste el único estudio que revela esta asociación negativa de la televisión con la educación. Nunez-Smith y sus coautores revisan más de 173 estudios y en el 80% de ellos se observa que una mayor exposición a los medios está asociada a resultados negativos para la salud y la educación de niños y adolescentes. No me he leído los 173, pero sospecho que no hay estudios experimentales o cuasi-experimentales para resolver el dilema de causalidad inversa que les planteaba antes.

A falta de pan, buenas son tortas, pensé. Y recordé un artículo muy interesante del Quarterly Journal of Economics en el que Gordon Dahl y Stefano Della Vigna se preguntan si la exposición a películas violentas aumenta las actividades violentas. Los autores describen una evidencia anterior que muestra una mayor actividad violenta de sujetos sometidos en condiciones de laboratorio a la visualización de cortas películas violentas. Pero es difícil saber si la evidencia es extrapolable a condiciones de campo más realistas. Asimismo hablan de una robusta asociación estadística entre individuos que han cometido crímenes con violencia y su gusto por las películas violentas. Pero esta evidencia tiene el mismo problema que afecta a la que citaba antes sobre la posibilidad de que la causalidad esté invertida. Puede no ser el caso que las películas generen violencia, sino que a los violentos les gusten esas películas.

La forma en que Dahl y Della Vigna sortean ese problema es utilizando el hecho de que las películas de máxima audiencia (los “blockbusters”) tienen la audiencia muy concentrada en el fin de semana de su estreno. Y dado que estas películas tienen grados de violencia muy distintos y se estrenan de manera esencialmente aleatoria, podemos encontrar una variación cuasi-experimental de exposición a la violencia que afecta a varios millones de personas entre distintos fines de semana.

El efecto que encuentran de la exposición a películas violentas es insignificante de 6 de la mañana a 6 de la tarde. En las horas de la noche (de 6 de la tarde a 12 de la noche, que es cuando se ven generalmente las películas) en cambio, detectan un efecto negativo significativo en la delincuencia. Por cada millón de personas que van a una película de violencia fuerte o leve (usando la escala de violencia de kids-in-mind.com) los crímenes violentos disminuyen, respectivamente, en un 1,3% y 1,1%. El efecto no es estadísticamente significativo para las películas no violentas. Los autores controlan por el efecto de la estacionalidad (el crimen no es igual en todas las épocas del año), el clima y otras variables que están relacionadas con el crimen.

En cuanto a la explicación de por qué sucede esto, el artículo es más tentativo, pero los autores documentan que los grupos demográficos más propensos a actos violentos (los jóvenes, por ejemplo) tienen más tendencia a ver esas películas y por tanto tienen menos tiempo para las actividades violentas. Y al mismo tiempo, es probable que por ver la película dediquen menos tiempo a actividades que pueden provocar crímenes, como consumir alcohol. Esto es consistente con el hecho de que los crímenes que se reducen más son los relacionados con la ingesta de alcohol, como las agresiones bajo la influencia del alcohol o las producidas por individuos que acaban de cumplir la edad legal para tomar bebidas alcohólicas (en comparación a los que les faltan pocos meses).

Ustedes juzgarán, pero a mí me resulta convincente. Y en cuanto a las preguntas por las que comencé, espero que ahora quede clara mi contestación. Si al chico le gusta la violencia cinematográfica debemos preocuparnos porque sabemos que a los violentos les suele gustar más que los no violentos. Pero parece claro que la causa de esa violencia no es la película. Más bien al contrario, para alguien violento por naturaleza jugar a Mafia II puede ser un sustituto relativamente inocuo a la actividad real.

La pregunta que queda en pie es la que me interesaba más para empezar: ¿es la televisión (violenta o no) mala para la educación? Pues como científico no puedo asegurar que lo sea. Pero como padre, lo siento mucho hijo. No más de una hora de televisión al día mientras no se demuestre que verla es muy bueno.