Las crisis económicas traen bajadas de ingresos, un mayor déficit público y eventualmente una llamada a la reducción de gastos. Como ya dije hace un tiempo los funcionarios, particularmente los de alto nivel, suelen pagar el pato y ya expliqué que me parece mala idea. Otro grupo perjudicado es el de los representantes políticos. Un vistazo rápido a los medios sugiere que la medida populista clásica vuelve al ataque. Ellos nos han metido en el lío, que se bajen el sueldo. Otra vez, mala idea. Muy mala idea. Tomemos ejemplo del fútbol. El Olympique de Lyon elimina al Madrid en cuarto de la Champion. ¿Alguien pide que se le rebaje el sueldo a Pellegrini? No, se le pide que dimita. Pues eso.
La primera respuesta a los populistas vociferantes es que bajar los salarios de los políticos no llevaría a nada importante. El coste total del Congreso de los Diputados, por ejemplo, no llega a los 100 millones de euros. No es una cifra pequeña, pero en el gran panorama de las cosas es el chocolate del loro. Pero claro, si los políticos fueran completamente inútiles, mejor nos ahorramos los 100 millones.
Por tanto nos tenemos que plantear en serio el coste de oportunidad de la clase política. ¿Obtenemos algo pagando más? Para contestar a esta pregunta resulta útil leer un artículo reciente de Stefano Gagliarducci y Tommaso Nannicini. Stefano y Tommaso utilizan una discontinuidad en los pagos a los alcaldes italianos para identificar el efecto de una subida de sueldo en el tipo de personas que se dedican a ser alcaldes y en los resultados de sus políticas. En Italia los salarios de los alcaldes se deciden de manera centralizada. Y cuando una ciudad pasa de 4999 a 5000 habitantes el salario de su alcalde pega un salto discreto de casi un 30%. Y como se demuestra en el artículo las ciudades de ligeramente menos de 5000 y ligeramente más de 5000 habitantes son, a todos los efectos prácticos, indistinguibles. Por tanto, la selección de alcaldes a uno y otro lado del punto de corte no se debe a que el trabajo sea más duro o complicado, sino a la atracción que supone el sueldo.
¿Y qué resultados se observan? Este aumento del 30% del sueldo atrae alcaldes que en media tienen un año más de educación y hay más profesionales cualificados:abogados, médicos, empresarios. Luis Garicano escribió hace unos días sobre un asunto parecido. Y algún lector decía que no estaba convencido. Una buena formación no es garantía de una mejor gestión. Pues bien, Stefano y Tommaso se preocupan de mirar alguna medida de eficiencia en la gestión. Estos políticos mejor pagados y con mayor nivel de educación también proporcionan un mejor servicio público: reducen los impuestos y tasas per capita (alrededor de un 13% para los primeros y un 86% los segundos) y también reducen el personal y otros gastos corrientes (entre un 11% y un 22%, respectivamente).
Ahora voy a dar un salto en el vacío. Imagínense que aumentamos el sueldo de los parlamentarios un 30 por ciento. Es decir, de los 100 millones actuales, pasamos a 133. Y luego imaginen que esto supone una bajada de impuestos de un 13% a base de reducir personal y gastos corrientes. Ahora calculen el coste-beneficio de esta subida. ¿A que vale la pena? Evidentemente los resultados no son extrapolables. No sé si un buen político nacional podría operar una hazaña semejante. La cuestión es que no lo sabemos, y quizá vale la pena probar. Pero claro, para que una subida de sueldos pueda operar un milagro de esta naturaleza tiene que tener una buena amenaza sobre la cabeza. Si ganas la Champions te prorrogamos el contrato de lujo, pero si pierdes, a la puñetera calle.
Esta observación, por cierto, debería ser ampliable a otros servidores públicos. Los profesores de universidad, los inspectores de Hacienda o los jueces deberíamos rendir cuentas de nuestra actividad con mayor asiduidad. Que mis evaluaciones docentes, las colocaciones de mis estudiantes de doctorado y mi lista de publicaciones sea pública. Que los expedientes tramitados y el dinero del contribuyente sean públicos. Que las sentencias dictadas o los sospechosos que he liberado y después han delinquido sean públicos. Y así sucesivamente. Y que los que lo hagan bien se lleven su recompensa. Y que el resto vaya a donde van los entrenadores cuyos equipos pierden partidos de cuartos con un equipo en el que cada jugador vale más o menos lo que un Congreso de los Diputados.