Mientras esperamos a que se confirme la fecha del próximo rescate de la economía española --que esta vez será una línea de crédito-- y su condicionalidad ("MoU2") (por cierto, aquí hay una entrevista bastante razonable de Roubini), vale la pena repasar la historia económica del periodo de entreguerras, que sufrió turbulencias aún mayores que las actuales.
Durante estas vacaciones he leído un libro que recomendó Luis en NeG, Lords of Finance: The Bankers Who Broke the World, ganador de muchos premios importantes, entre ellos el Pulitzer de Historia en 2010 (en español: Los señores de las finanzas). El autor es Liaquat Ahamed, un gestor financiero nada común, que trabajó también en el Banco Mundial.
El libro describe la agitada historia económica de Europa y Estados Unidos desde el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914 hasta 1933, cuando Hitler llega al poder (un breve capítulo final va hasta 1944). Está muy bien documentado y, sobre todo, muy bien contado; se lee como una novela (no hay teoría económica). Esto se logra siguiendo las vidas de los gobernadores de los cuatro bancos centrales más importantes de la época (de Wikipedia), Benjamin Strong del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, Montagu Norman del Banco de Inglaterra, Émile Moreau del Banco de Francia y Hjalmar Schacht del Reichsbank alemán. El quinto en discordia es John Maynard Keynes, quien da el contrapunto de sensatez a las posturas de los banqueros.
Como es sabido, el germen de la Segunda Guerra Mundial es la Gran Guerra, tras la que los Aliados impusieron unas excesivas reparaciones de guerra a Alemania (que esta consideró inaceptables), vinculándolas a la devolución de la importante deuda que incurrieron Francia y el Reino Unido con Estados Unidos debido a la guerra. Esto desencadenó desastres como la reocupación por Francia del Ruhr alemán en 1923-25 o la hiperinflación alemana de 1921-24, con la que acabó Hjalmar Schacht, lo que le consolidó como gobernador (un clásico sobre hiperinflaciones es "El fin de cuatro grandes inflaciones" del Premio Nobel Thomas Sargent).
El factor al que se dedica más atención en el libro es el sistema del patrón oro, en el que las principales monedas tenían un tipo de cambio fijo (paridad) con el oro, que estuvo en vigor desde 1870. En 1914 fue abandonado por la necesidad de financiar los gastos de la Gran Guerra emitiendo moneda, pues las naciones no contaban con suficientes reservas de oro para respaldar la paridad.
Como siempre que se emite mucha moneda en poco tiempo, durante la guerra la inflación fue muy alta y hacia 1920 los precios al por mayor se habían multiplicado por 3.5 en el Reino Unido pero "solo" por 2.4 en Estados Unidos. Tras la guerra, el Reino Unido aplicó una política contractiva --subiendo el tipo de interés al 7% y causando un aumento de 2 millones de parados--. Así se redujeron los precios un 50%, pero en Estados Unidos también cayeron y en 1925 todavía había una brecha de inflación acumulada del 10% entre ambos países. Es decir, que los bienes británicos eran aún más caros que los americanos. Además, el Reino Unido pasó de tener alrededor del 20% de las reservas de oro mundiales en 1913 a tener alrededor del 14% en 1923, mientras que EEUU tenía cerca del 70%. Lo correcto habría sido dejar que el tipo de cambio de la libra fluctuara libremente o, en caso de volver a una paridad fija con el oro, elegir un valor menor para la libra.
Sin embargo, Montagu Norman y sus coetáneos "no veían la devaluación como un ajuste a la nueva realidad sino como algo más, un síntoma de indisciplina financiera que podía desencadenar una pérdida de confianza colectiva en todas las monedas" (p. 159). Hasta 1914 el Reino Unido había sido el "banquero del mundo" y la libra la moneda de reserva internacional. El vano intento de evitar perder esa posición en favor del dólar llevó a Norman a convencer en 1925 al canciller (ministro de economía) Winston Churchill de restablecer el tipo de cambio de la libra en el nivel de preguerra; eso sí, contra el consejo de Keynes, que llamaba al patrón oro "reliquia bárbara", como mencionó Jesús Fernández-Villaverde. Desde luego, vincular la evolución de los precios y la actividad a los descubrimientos de un metal es realmente primitivo.
El nivel artificialmente alto de la libra mantuvo la falta de competitividad de la economía inglesa que, tras nuevas políticas fiscales y monetarias contractivas con un coste económico y social enorme (2.5 millones de parados), perdió sus reservas de oro y tuvo que volver a abandonar el patrón oro en 1931. Junto con la política monetaria de la Reserva Federal durante la Gran Depresión, esta decisión constituye uno de los mayores errores de política económica de la historia.
Todas estas cosas son bien conocidas, pero recordando estos desastres económicos, sucedidos en países tan avanzados como Alemania, el Reino Unido y EEUU, uno se da cuenta de que nuestra burbuja inmobiliaria no es tan excepcional en la historia económica mundial (Reinhart y Rogoff lo han mostrado) y que están fuera de lugar estigmas del tipo "europeos del Sur" y autoflagelaciones; más bien lo oportuno es diagnosticar bien nuestros problemas, elegir las políticas adecuada para resolverlos y llevarlas adelante con el máximo consenso posible. En cuanto al euro, la historia económica muestra que los sistemas de tipos de cambio fijos nunca han sobrevivido sin una unificación de políticas económicas (lo que normalmente requiere una unidad política), algo que hemos ido redescubriendo en los últimos cinco años.
Sobre los banqueros centrales, llama la atención que tenían muy poca formación económica; eran funcionarios grises, como Moreau, o banqueros privados como Norman. Tampoco los Consejos de los bancos centrales eran mejores; en el Banco de Francia era casi hereditario: en 1926 incluía varios barones y cinco de los doce miembros eran descendientes de los miembros fundadores... ¡de 1800! Ahora los economistas sabemos mucho más sobre cómo funcionan las economías (aunque aún demasiado poco, ¡ay!) y los bancos centrales son mucho más competentes, pero a veces sufren excesivas influencias políticas.
Hjalmar Schacht dimitió en 1930 pero maniobró para ser nombrado de nuevo gobernador en 1933 por Hitler, al lado del que se le ve en esta foto:
Después de la guerra fue procesado en los Juicios de Núremberg, aunque finalmente fue uno de los únicos dos acusados principales absueltos.
El banquero central que sale mejor parado es Benjamin Strong, quien llevó a cabo una política estabilizadora de la economía norteamericana tras la PGM, si bien su política de tipos de interés bajos fue negativa para Europa (y quizá coadyuvó a la burbuja bursátil americana). Strong murió en 1928, un año antes de la Gran Depresión. Las políticas monetaria y fiscal a partir de 1929 fueron demasiado contractivas, con resultados desastrosos.
Al menos EEUU aprendió. Como afirmó Ben Shalom Bernanke en 2002 en la conferencia en honor del Premio Nobel de Economía Milton Friedman al cumplir 90 años: You're right, we did it. We're very sorry. But thanks to you, we won't do it again ("Tenéis razón, lo hicimos. Lo sentimos mucho. Pero gracias a vosotros, no lo volveremos a hacer"). El agradecimiento incluye a la recientemente fallecida Anna J. Schwartz, coautora de Friedman en el famoso libro Una historia monetaria de Estados Unidos. (Nosotros, por nuestra parte, le agradecemos a Friedman el nombre del blog.)
El libro de Liaquat Ahamed revela que las personalidades importan y pienso que un gobernador que no tuviera el bagaje de conocimientos analíticos e históricos de Bernanke lo habría hecho bastante peor. También creo que el cambio de Trichet a Draghi ha sido claramente a mejor. En todo caso, los resultados de la política monetaria en la Gran Recesión son controvertidos y quedan para otro día.