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La teoría de la búsqueda encuentra al Nobel

Supongamos que soy un informático con formación de FP de grado medio y 6 años de experiencia, al que una empresa de telecomunicaciones acaba de despedir; ¿cómo hago para encontrar empleo? O que soy la jefa de Recursos Humanos de un gran banco que necesita contratar a alguien con formación técnica en informática y algunos años de experiencia; ¿qué debo hacer para encontrar a alguien que encaje con el perfil? Todos sabemos que estas búsquedas son a menudo muy costosas. Pues bien, la investigación de Diamond, Mortensen y Pissarides, quienes recibieron ayer el premio Nobel de Economía, reconoce estos costes y estudia qué efectos tienen sobre los salarios, el empleo y el paro. Son tres economistas con grandes méritos, ahora justamente reconocidos.

Cuando se anunció la concesión del Nobel a Elinor Ostrom el año pasado, la respuesta más común entre los economistas fue “¿Elinor qué?” (Aunque el otro premiado, Oliver E. Williamson, sí era muy conocido y respetado en la profesión). Este año, por el contrario, el caso se parece más al de Vargas Llosa (¡gran alegría del cronopio!), pues hace tiempo que estaba bastante extendida la opinión de que los tres merecían el premio. Por ejemplo, el pasado 30 de septiembre, a la pregunta que me hizo Michael Burda (Univ. Humboldt) sobre quién recibiría el Nobel este año, contesté sin titubear (es testigo mi colega Pedro Mira) que debían dárselo a Diamond, Mortensen y Pissarides. Burda me dijo que pensaba lo mismo que yo. (Por supuesto, no teníamos ni idea de que acertaríamos, o habríamos hecho apuestas por internet).

Peter Diamond (MIT), Dale Mortensen (Northwestern University) y Christopher Pissarides (London School of Economics) han recibido el premio “por su análisis de los mercados con fricciones de búsqueda”, escueta frase que no refleja bien hasta qué punto han revolucionado todo el análisis económico, y en particular la economía laboral y la macroeconomía.

Buscar empleo suele implicar actividades como preguntar a parientes, amigos y conocidos, ir a los servicios públicos de empleo, enviar currículos a empresas, apuntarse en empresas de trabajo temporal y en bolsas de trabajo en internet, y preparar y tener muchas entrevistas de trabajo (y pasar el trago). Cubrir una vacante suele implicar anunciarla entre los empleados de la empresa, contratar a una empresa de selección, entrevistar a varios candidatos (a menudo con cierta frustración), evaluarlos y hacer ofertas. Las partes deben calcular si el emparejamiento entre ambas será mutuamente beneficioso, a veces (si una de las partes no tiene todo el poder de negociación) negociar las condiciones (salarios, jornada, tipo de contrato, etc.) y decidir si no sería mejor esperar a encontrar un mejor emparejamiento. Los economistas denominamos “fricciones” a los costes derivados de todas estas actividades.

Sin embargo, como recuerda la página web del premio Nobel, en el enfoque económico clásico se supone que no existen fricciones: empresas y trabajadores tienen información perfecta sobre las vacantes disponibles y los salarios que se ofrecen, y se encuentran y emparejan sin coste alguno. Bajo estos supuestos tan irreales, todos los que quieren trabajar encuentran empleo y todas las empresas pueden cubrir sus vacantes.

Como relata la Academia Sueca de Ciencias (aunque es el Banco Central de Suecia el que dota el premio) en una útil memoria científica en su página web, estos tres autores desarrollaron su teoría de la búsqueda y el emparejamiento bajo el supuesto mucho más realista de que los trabajadores y las empresas tienen información limitada e incurren en costes de búsqueda (“search”) para encontrarse y emparejarse (“matching”).

El análisis de Diamond es genérico, se aplica al precio de cualquier mercado, no solo al precio del trabajo (el salario), aunque tiene varias contribuciones específicas de éste. Ya en 1971 demostró que los costes de búsqueda generan resultados económicos muy distintos de los clásicos. Destaca “la paradoja de Diamond”, que muestra que el precio de equilibrio de una economía no es el competitivo (que es igual al coste de producir una unidad adicional –el coste marginal–) sino un precio de monopolio, igual para todas las empresas. (Luego se encontraron condiciones más generales bajo las que el resultado de equilibrio único no se mantiene.) Este equilibrio no es en general óptimo (“eficiente”). Diamond también demostró que el equilibrio no tiene por qué ser único sino que puede haber varios. Ambos resultados justifican que se pongan en práctica políticas económicas que faciliten que la economía converja al equilibrio que genere un mayor nivel de bienestar.

Por su parte, Mortensen y Pissarides, primero por separado y luego conjuntamente, desarrollaron modelos en los que los trabajadores, teniendo en cuenta el coste de búsqueda y la incertidumbre sobre los empleos disponibles, siguen buscando hasta que encuentran un empleo que esperan que les proporcione el máximo nivel posible de renta laboral futura. La regla óptima es fijar un “salario de reserva”, que es el mínimo aceptable. Un factor que eleva el salario de reserva y retrasa la aceptación de ofertas de empleo es contar con prestaciones por desempleo (u otras rentas no laborales), que por tanto contribuyen también a alargar la duración de paro.

Por otra parte, estos autores representaron las decisiones de creación de vacantes por parte de las empresas como una función del coste y de las expectativas de beneficio de crearlas, que a su vez dependen de la productividad y los salarios y otros costes laborales esperados de los trabajadores que contraten. De esta forma se pueden analizar los efectos de instituciones laborales como los salarios mínimos o los costes de despido.

Dadas las fricciones y la incertidumbre, lo normal es que no todos los trabajadores y las empresas que podrían formar “una buena pareja” lleguen a encontrarse. Mortensen y Pissarides representaron este proceso mediante una función de emparejamiento simple, que depende de cuántos trabajadores estén parados y cuántas vacantes existan. De esta forma puede captarse la eficiencia con la que una economía empareja a trabajadores y empresas y, por tanto, evaluar los efectos que pueden tener cambios tecnológicos como la creación de bolsas de trabajo por internet o la mejora de las políticas activas llevadas a cabo por los servicios públicos de empleo, por ejemplo de asistencia a la colocación o la formación de los parados.

La negociación salarial se modeliza asignando a la empresa y al trabajador poderes de negociación relativos. En 1990 Hosios demostró que para un valor concreto del poder de negociación del trabajador, el equilibrio es óptimo. Esto demuestra por tanto que si el poder de negociación del trabajador es nulo, el equilibrio no es eficiente y son deseables políticas que eleven ese poder. También hay algunos trabajos que incluyen la negociación colectiva, común en Europa, en este modelo.

Los trabajos de Mortensen y Pissarides (en particular su artículo de 1994) se han hecho muy populares por varios motivos. En primer lugar, sus modelos se prestan a una contrastación empírica que se ha facilitado mucho con la aparición de nuevas bases de datos individuales de trabajadores y empresas. En segundo lugar, permiten incluir formulaciones del mercado de trabajo más realistas y a la vez suficientemente sencillas en los modelos macroeconómicos (como mencionaba Jesús Fernández-Villaverde en su entrada de ayer), lo que ha generado nuevas predicciones sobre las propiedades cíclicas de los salarios, las vacantes o la tasa de paro que se pueden contrastar mediante calibraciones de modelos de equilibrio general dinámico.

En tercer lugar, la investigación de Diamond, Mortensen y Pissarides permite llevar a cabo un análisis riguroso de los efectos de las instituciones laborales (como las antes mencionadas) sobre la tasa de paro de equilibrio o estructural de una economía, enlazando con una gran multiplicidad de trabajos empíricos que encuentran tales efectos. De esta forma, nos han ayudado enormemente a dotar de fundamentos más sólidos a los análisis orientados a entender e intentar reducir las tasas de paro que venimos sufriendo, algo que no habrá escapado a la atención de los miembros del Comité de Economía de la Academia Sueca.

Por ejemplo, un trabajo de Pierre Cahuc, Juan Dolado, Thomas Le Barbanchon y mío, en que se comparan los efectos del empleo temporal sobre el aumento del paro en Francia y España durante la Gran Recesión, se basa en el modelo de Mortensen y Pissarides de 1994 ampliado para considerar la existencia de empleos temporales e indefinidos (aprovechando aportaciones previas de Blanchard y Landier y de Cahuc y Postel-Vinay). Una versión de este trabajo se publicará a fin de este mes como un capítulo de la Monografía Anual de Fedea.

Por último, como recuerda Luis Garicano en un artículo de hoy en Expansión, las recomendaciones sobre reformas de instituciones como los costes de despido, la negociación salarial, las prestaciones por desempleo y las políticas activas de empleo incluidas en el Manifiesto de los 100 de abril de 2009 se basan tanto en la literatura teórica iniciada por estos tres economistas como en los abundantes resultados empíricos disponibles acerca de los efectos de estas instituciones.

 

P.S.: He añadido un par de cambios sobre el poder de negociación para responder a un comentario de "Mendigo".