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Igualdad de Oportunidades: algunas lecciones de big data y de un experimento de campo

Una de las pocas cosas en las que todos los partidos políticos coinciden, al menos nominalmente, es en la necesidad de aumentar la igualdad de oportunidades. En España, la falta de datos hace que todavía sepamos bastante poco acerca del grado de movilidad social y de sus determinantes (aunque en ocasiones, la necesidad agudiza el ingenio). Pero a nivel internacional, se está produciendo una auténtica revolución y cada vez hay más información disponible gracias a dos herramientas empíricas imprescindibles en las ciencias sociales actuales: big data y experimentos de campo.

Uno de los autores más influyentes es Raj Chetty. Chetty y coautores han analizado la movilidad social de los americanos utilizando información de unos 40 millones de familias (Chetty, Hendren, Kline y Saez 2014ver presentación). Entre otras medidas de movilidad, han calculado la probabilidad de que un individuo que ha crecido en una familia cuyos ingresos están en el 20% más pobre de la población americana consiga a lo largo de su vida situarse entre el 20% más rico. En EEUU solamente en torno al 7.5% de los pobres lo consigue, una cifra muy inferior a la de Dinamarca (11.7%) o Canadá (13.5%). En otro artículo, Chetty y coautores también muestran cómo ha evolucionado la movilidad social en Estados Unidos durante las últimas décadas. Sorprendentemente, a pesar del conocido aumento de la desigualdad, la movilidad social se mantiene constante. Es decir, las distancias entre pobres y ricos aumentan, pero la posibilidad de que un pobre consiga llegar a rico no ha variado.

Otro dato interesante es que, dentro de los EEUU, existen enormes diferencias entre las distintas zonas geográficas. En algunos condados del Medio Oeste, la probabilidad de subir al quintil superior es mayor que en los países nórdicos (>17%), mientras que, por el contrario, en algunos condados del Sur prácticamente no hay movilidad (<5%).

 

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¿Por qué varía tanto la movilidad social de un lugar a otro? Podría tratarse simplemente de un efecto selección. Quizás las familias pobres que residen en zonas con poca movilidad son incapaces de que sus hijos progresen, independientemente de donde vivan. Sin embargo, la evidencia empírica muestra que este no es el caso (Chetty y Hendren 2015). Los hijos de las familias que se mudan a una buena área experimentan durante su vida una mayor movilidad social, especialmente los hijos que tenían menor edad en el momento del traslado. A los 9 años, la ganancia en movilidad social se acerca al 70% de la movilidad de la localidad de destino; a los 19 años el efecto se reduce al 20%. Este mismo patrón se mantiene cuando comparamos a los hermanos de una misma familia o cuando se controla por el estado marital y la renta familiar, lo que sugiere que no se trata de una correlación espuria. En definitiva, la principal ventaja de crecer en un sitio con alta movilidad social no es la disponibilidad de buenas oportunidades laborales, la clave parece estar más bien en las cosas que nos ocurren en estos sitios mientras que somos niños.

 

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Chetty identifica cinco rasgos que caracterizan a las zonas de alta movilidad social: (i) bajo nivel de segregación socio-económica y racial, (ii) escuelas de calidad, (iii) predominio de la clase media, (iv) abundancia de la familias biparentales y (v) elevado capital social. Si usted vive en EEUU, tiene hijos pequeños, una renta relativamente baja, y lo que más le importa en este mundo es el futuro (económico) de sus hijos, ya sabe a qué tipo de área debería intentar mudarse. Pero si un gobierno quiere aumentar la movilidad social no es obvio qué política sería la más efectiva. A mediados de los años 90, el gobierno americano decidió realizar un experimento de campo para averiguar cual era la política de vivienda más adecuada para ayudar a las familias con renta baja a salir de la trampa de la pobreza. En el experimento, denominado “Moving to Opportunity”, participaron voluntariamente unas 5,000 familias de cinco ciudades a las que se les asignó, de manera aleatoria, tres posibles tratamientos. Una tercera parte de los participantes recibió un cheque-vivienda de unos 6,000 dólares anuales que podía utilizar para pagar el alquiler de su piso, con la condición de que el piso estuviera localizado en una zona con un nivel de pobreza bajo (cheque-vivienda condicional). Otra tercera parte recibió el mismo cheque-vivienda, pero podía alquilar piso en cualquier zona de la ciudad (cheque-vivienda incondicional). Y el tercer grupo, el grupo de control, tenía acceso a un piso de protección oficial situado en una zona desfavorecida, que era el lugar de procedencia de los participantes en el experimento. Por ejemplo, en Nueva York el grupo de control permaneció en unas viviendas protegidas en Harlem (foto inferior derecha), gran parte de los receptores del cheque-vivienda incondicional se establecieron en el sur del Bronx en una zona relativamente pobre pero no tanto como Harlem, y un gran número de los receptores del cheque-vivienda condicional se mudaron a una zona residencial en la parte norte del Bronx (foto superior izquierda).

 

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Varios trabajos han mostrado que el programa mejoró el nivel de satisfacción de los adultos y sus hijos adolescentes, pero no observan ningún impacto sobre su desempeño laboral o educativo. Más recientemente, Chetty, Hendren y Katz (2015) han analizado qué consecuencias tuvo el programa para los hijos de las familias participantes que tenían menos de 13 años cuando se implementó. En su caso, “empujar" con un cheque-vivienda condicional a que los padres se muden a un entorno mejor tiene efectos muy positivos. En comparación con las familias que permanecieron en viviendas de protección oficial, su renta futura es muy superior (+30%), es mucho más probable que vayan a la universidad (+30%), y cuando son adultos viven en mejores barrios. Solamente teniendo en cuenta el futuro aumento en el pago de impuestos por parte de los participantes, el cálculo coste-beneficio de esta política es netamente positivo. Por otro lado, ofrecer cheques-vivienda incondicionales tiene un efecto mucho menor, probablemente porque las familias no aprovechan para trasladarse a zonas que ofrezcan un entorno substancialmente mejor.

Se pueden extraer varias lecciones de este experimento, al menos en el contexto americano. Es mucho más beneficioso llevar a cabo un programa descentralizado de cheques-vivienda que no concentrar a las familias con rentas más bajas en una misma zona. Además, es importante que este tipo de programas este bien diseñado, dando prioridad a las familias con hijos pequeños. Y aunque puedan parecer programas caros, su coste es mucho menor que el aumento futuro en la recaudación de impuestos que generan. Estados Unidos y España son tan diferentes que es difícil saber si el éxito de este programa puede ser extrapolable a nuestro país, pero los resultados son tan prometedores que quizás se podría implementar de una forma controlada, de forma que pudiera ser evaluado. También sería útil si, siguiendo el ejemplo de las sociedades más avanzadas, el gobierno español pusiera a disposición de los investigadores los datos fiscales anonimizados. Así podríamos conocer mejor el grado de movilidad social de nuestra sociedad y sus determinantes. No deberíamos desperdiciar esta oportunidad.

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