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Fraude electoral: evidencia de un experimento de campo en Rusia

(por Manuel Bagues y Natalia Zinovyeva)

Hace poco más de un año miles de rusos salieron a las calles para protestar por un supuesto masivo fraude electoral en las elecciones legislativas. A pesar de las numerosas denuncias, las autoridades rusas se apresuraron a desmentir el fraude, minimizando su posible impacto y atribuyendo las protestas a “agentes extranjeros” (NYTimes y Economist). A priori, metodológicamente es difícil probar la existencia de una posible manipulación electoral. Sin embargo, un excelente experimento de campo realizado por varios economistas rusos muestra que en ausencia de fraude el partido gubernamental, Rusia Unida, habría obtenido en Moscú como máximo el 36% de los votos, en lugar del 47% de votos atribuido oficialmente (Enikolopov et al. 2013).

No es la primera vez que un artículo académico sugiere la existencia de fraude electoral en Rusia. Un análisis realizado por Klimek et al. (2012) muestra que en Rusia existen dos tipos de mesas electorales: aquellas donde vota en torno al 50% de la población y aquellas donde la participación es cercana al 100%. Curiosamente, en este último grupo de mesas electorales Putin recibe prácticamente la totalidad de los votos. Por ejemplo, a pesar de la cruenta guerra que enfrentó a Rusia con Chechenia, los chechenos no parecen guardan ningún rencor a Putin: más del 99.4% de la población participó en las elecciones y el 99.5% votó a su favor. Este patrón contrasta con la distribución de voto en las democracias occidentales, incluyendo España, donde no se observa ninguna irregularidad estadística de este tipo.

Por otro lado, un trabajo realizado por Sergey Shpilkin muestra otro tipo anomalía estadística en las elecciones rusas. El porcentaje de votos recibido en cada colegio electoral por el partido de Putin, Rusia Unida, tiende a acabar en 5 y en 0. Es decir, como muestra la siguiente gráfica, es mucho más probable que obtenga un 80%, un 85% o un 90% de los votos, que no un 79%, un 81%, o un 84%. El autor sugiere que este patrón es difícil de explicar, a no ser que exista algún tipo de planificación centralizada que indique a cada colegio los resultados electorales.

Los trabajos de Klimek y Shpilkin han sido corroborados por un estudio independiente realizado por el Wall Street Journal e indican de una manera muy convincente que algo extraño sucede en las elecciones rusas. Sin embargo, no permiten cuantificar directamente la magnitud del fraude, a no ser que el investigador adopte algún supuesto acerca de la forma funcional de las preferencias de la población.

La ventaja del experimento de campo realizado por Enikolopov et al. (2013) es que proporciona una estimación muy transparente del fraude cometido o, al menos, de su límite inferior. En colaboración con la ONG Гражданин Наблюдатель ("Ciudadano Observador"), los investigadores asignaron de manera aleatoria observadores indendientes a 156 de las 3164 mesas electorales de Moscú. Un detalle clave del experimento es que esta asignación se mantuvo en secreto hasta el mismo día de las elecciones, de forma que se minimizase la posible reacción por parte de las autoridades. En concreto, se decidió que los observadores estuvieran presentes en las mesas número 1, número 25, número 50 y así sucesivamente de cada distrito. En estas mesas electorales el porcentaje de votos obtenido por el partido gubernamental fue del 36%, once puntos inferior al resultado obtenido en el resto de mesas electorales, donde Putin obtuvo un apoyo del 47%. Además, la simple presencia de los observadores “redujo” la participación electoral en 6.5 puntos porcentuales, lo que sugiere que en gran parte el fraude electoral se realizó añadiendo votos adicionales.

Los autores consideran que su estudio proporciona únicamente una estimación parcial del fraude existente y creen que el fraude real podría ser muy superior. En algunas mesas electorales, las autoridades expulsaron a los observadores o no les permitieron asistir al recuento (35 de 153 mesas electorales). Además, la presencia de observadores dificulta algunas formas de fraude, como la introducción de votos falsos, pero no impide otras formas de manipulación más sofisticadas, como el voto con documentación falsa.

Es posible extraer varias lecciones del artículo de Enikolopov y coautores. En primer lugar, en ausencia de fraude electoral, el partido de Putin no habría obtenido la mayoría absoluta en la Duma, lo que habría supuesto un dramático cambio del panorama político ruso. El estudio también muestra que la presencia de observadores independientes puede reducir el fraude. Por último, este trabajo también pone de manifiesto que el uso de experimentos de campo puede ayudar a detectar las malas prácticas electorales. Muy a menudo diversos organismos y ONGs internacionales envían observadores a las elecciones que se celebran en las democracias más frágiles. Quizás no sería una mala idea que estos observadores fueran asignados a las mesas electorales de forma aleatoria. De esta manera no solamente contribuirían a evitar el fraude en aquellos lugares en los que estén presentes, sino que además sería posible conocer la magnitud del fraude en el resto del país.