Por Manuel Bagues y Chris Roth
Los estados modernos se enfrentan al reto de conseguir que sus ciudadanos compartan una identidad común. Autores como Fukuyama sostienen que la existencia de una identidad nacional es imprescindible no solo para la seguridad nacional, sino también para fomentar una buena gobernanza política, favorecer la confianza entre los ciudadanos y para incrementar el apoyo al estado del bienestar y las redes de protección social.
Gran parte de los españoles nos sentimos más apegados a nuestra identidad local que a la nacional y esta tendencia se ha acentuado en las últimas décadas. Según el CIS, el porcentaje de ciudadanos que se siente muy orgulloso de ser español disminuyó entre 1998 y 2017 desde el 48% al 41%. Este descenso ha tenido lugar en prácticamente todas las regiones y ha sido especialmente fuerte en Cataluña, donde ha bajado del 29% al 16%. Algunos autores han atribuido estos cambios a la descentralización del sistema educativo (e.g. Clots-Figueras y Masella 2013). En un reciente trabajo exploramos una explicación adicional. La llamada hipótesis del contacto (Allport et al. 1954) sostiene que el contacto entre los grupos contribuye a que mejoren sus relaciones, especialmente cuando se produce en un contexto de cooperación y ambos grupos tienen el mismo estatus. En las últimas décadas las oportunidades que tienen los españoles para interactuar con ciudadanos de otras regiones han disminuido drásticamente. En 1991, uno de cada cuatro españoles de entre 25 y 55 años vivía fuera de su región de su origen. En 2011 vivía fuera solamente uno de cada seis. El menor contacto con gentes de otras regiones podría haber afectado negativamente a las relaciones interregionales y haber debilitado el sentimiento de pertenencia a una misma nación.
Para estudiar qué efecto tiene el contacto con gente de otras regiones explotamos un experimento natural fascinante: la asignación geográfica de los reclutas en el servicio militar obligatorio (la “mili”). En la mili, una lotería celebrada en cada provincia decidía la región a la que iban destinados los reclutas. Como ilustra la siguiente imagen, este sorteo atraía grandes multitudes de mozos interesados en conocer su suerte (ver video del sorteo aquí).

Aproximadamente a una tercera parte de los mozos le tocaba hacer la mili en su región de origen, mientras que el resto era destinado a otras regiones. Hacer la mili fuera facilitaba un mayor contacto con reclutas y civiles foráneos. Además, para la mayoría de estos reclutas la mili suponía la única ocasión de su vida en la que vivirían fuera de su región. Naturalmente, este diseño no era casual. Desde el siglo XIX los estados nación europeos han utilizado el servicio militar como un melting pot en el que se mezcla a los reclutas de distintas regiones con la esperanza de que desarrollen una identidad común (Bertaud, 1979; Krebs, 2004).
Entre Diciembre de 2019 y Febrero de 2020 realizamos una encuesta a unos 3,200 varones de entre unos 45 y 65 años que hicieron la mili y fueron sorteados. Para minimizar la posibilidad de falsos positivos, la especificación principal fue pre-registrada en el registro de la American Economic Association. La existencia una lotería facilita el análisis. Comparamos a individuos que fueron sorteados el mismo año en la misma provincia pero que, por azar, fueron asignados a hacer la mili dentro o fuera de su región.
En primer lugar, tal y como cabía esperar, comprobamos que no existen diferencias significativas entre los mozos que fueron sorteados a distintos destinos en términos de sus características pre-determinadas familiares (educación, ocupación y origen geográfico de sus padres). En segundo lugar, observamos que los individuos a los que les tocó hacer la mili fuera declaran haber tenido mucho más contacto y más amistades con reclutas de otras regiones que los que la hicieron en su propia región. En tercer lugar, se confirma que el contacto tiene un efecto positivo en términos de afecto y confianza. Los antiguos reclutas manifiestan un mayor aprecio por la región en la que realizaron la mili, a pesar del largo tiempo transcurrido. Para medir la confianza, les pedimos que adivinen cuantas carteras fueron recuperadas en cada ciudad española en un experimento de campo en el que unos autores `perdieron' carteras con 20 euros y una dirección en distintos lugares, y luego midieron cuantas eran devueltas. Los encuestados son relativamente más optimistas en torno al comportamiento cívico de los habitantes de la región donde hicieron la mili.
Por último, investigamos cómo hacer la mili fuera afecta al sentimiento identitario utilizando tres preguntas diferentes: (i) si se identifican más con España o con su comunidad autónoma, (ii) si están orgullosos de ser españoles y (iii) si se emocionan al ver la bandera española en un acto oficial. En los tres casos observamos que hacer la mili fuera incrementa el sentimiento de españolidad entre los reclutas originarios de regiones con nacionalismos periféricos (e.g. catalanes, vascos, navarros, gallegos y baleares) en torno a un 20% de una desviación estándar, pero no tiene un efecto significativo sobre el resto. Este resultado es cualitativamente consistente con la evidencia obtenida en un reciente estudio por Cáceres et al. (2020).

En resumen, nuestro análisis muestra que, hasta su abolición, el servicio militar obligatorio jugó un importante papel promoviendo el contacto entre individuos de distintas regiones. Desde un punto de vista más general, también indica que el contacto entre gentes de distintas regiones puede tener efectos positivos sobre la cohesión nacional, especialmente si tiene lugar en edades tempranas. Los gobiernos interesados en promover una identidad común deberían considerar la posibilidad de implementar políticas que faciliten estos contactos. Un candidato natural es la universidad. Actualmente únicamente el 14% de los estudiantes universitarios estudia en otra comunidad autónoma. De la misma manera que la Unión Europea promueve una identidad europea a través del programa Erasmus, sería útil recuperar y potenciar programas como las modestas becas Séneca que, hasta su desaparición en 2013, facilitaron que miles de universitarios completasen parte de sus estudios en otras regiones. Aunque es un contexto muy distinto, la experiencia de la mili sugiere que si hubiese más gente del resto de España estudiando en Cataluña, y catalanes en el resto de España, probablemente nos entenderíamos mejor unos a otros, habría una mayor confianza y, quizás, desarrollaríamos una identidad común.