Esta entrada es conjunta con Pablo Brañas-Garza e Ismael Rodríguez-Lara.
Te has quedado tirado en el aeropuerto y la tarjeta del banco no te funciona. Tienes que llevar tu perro al veterinario, pero estás veraneando fuera de tu ciudad. Quieres comprar una casa, y necesitas un consejo experto sobre qué hipoteca es mejor... En todos estos casos, vas a necesitar interactuar con gente a la que probablemente no vuelvas a ver jamás. Cuando te acercas a un extraño para ver si puede dejarte algo de dinero en el aeropuerto, o llevas tu perro a un veterinario que no conoces, o pides asesoramiento financiero, ¿qué esperas de los demás? Claramente, antes de interactuar con estos extraños, puedes formarte ciertas expectativas sobre cómo van a comportarse ¿Van a ser egoístas y preocuparse solo de su interés material, o van a ser generosos y ayudarte?
Los humanos esperamos que otros sean generosos. Esa es la conclusión de un estudio que acabamos de publicar en la revista Scientific Reports. En el estudio, para el que tenemos datos desde 2008, elicitamos las expectativas de 205 sujetos que se enfrentan al juego del dictador. El juego del Dictador es un juego estándar que ha sido frecuentemente utilizado en la literatura en preferencias sociales para medir la generosidad. Aunque seguramente nuestros lectores lo conocen de sobra, no está de más recordar en qué consiste: el experimentador da un dinero a una persona (el "dictador") y le dice que puede quedárselo todo o darle todo o una parte a un segundo sujeto (el "receptor"). En nuestros experimentos, los dictadores debían decidir cómo dividir la cantidad disponible y, una vez tomada esta decisión, le preguntábamos a los receptores cuánto esperaban recibir.
En el trabajo variamos las condiciones en las que se realizaban las expectativas, hasta completar un total de seis tratamientos. Para empezar, preguntamos por las expectativas de los receptores en una serie de experimentos de laboratorio (en Granada y en Valencia), bajo las típicas condiciones de anonimidad. En estos experimentos, además de preguntar a los receptores cuánto esperaban recibir de su dictador (una cantidad entre 0 y 10 Euros), les preguntamos cuánto esperaban que cualquier otro dictador de la sala donase. De este modo, podríamos ver si la gente que esperaba una donación para sí misma estaba afectada por algún tipo de wishful thinking o era pesimista/victimista sobre lo que esperaba recibir de sus dictadores. A continuación, aumentamos aún más la distancia social entre dictadores y receptores con dos tratamientos adicionales. En uno, obtuvimos las expectativas de terceros no involucrados en la decisión. Para ello, invitamos al laboratorio a una serie de sujetos a los que mostramos las instrucciones del experimento anterior, y les pedimos que tratasen de adivinar cuánto esperaban que donase el dictador en el juego. En otra variante, reclutamos a sujetos a los que pusimos delante una donación real de un juego del dictador realizado años antes para pedirles que adivinasen cuánto dinero había frente a ellos.
No contentos con los tratamientos anteriores, intentamos ver si los derechos de propiedad tienen alguna influencia, y para eso investigamos también las expectativas de los dictadores sobre el comportamiento de otros. Así, una vez que los dictadores tomaban su decisión, les pedíamos que dijesen cuánto pensaba que estaban donando otros dictadores de la sala. La guinda del trabajo experimental consistió en un experimento de campo: Interesados en saber cómo podía afectar la cantidad de dinero a las expectativas fuimos hasta México para ver qué predicciones realizaban los sujetos que se enfrentaban a este juego, en el que la cantidad de dinero a repartir era el equivalente a 50 Euros. En todos nuestros experimentos, las expectativas se incentivaron, es decir, se pagaba a los sujetos en función de lo cercana que estuviera su respuesta a lo que en realidad ocurría con las donaciones.
Los resultados, resumidos en el gráfico de tarta de abajo, hablan por sí sólos:
6 de cada 10 personas esperan comportamiento generoso (recibir la mitad o casi) de otras personas en este tipo de interacciones. Es más, tal y como muestra nuestro gráfico más abajo donde agregamos las expectativas para todos nuestros tratamientos, la gran mayoría de las expectativas (el valor modal) consisten en esperar un reparto igualitario (donación de 5) y el comportamiento egoísta (una donación de 0) es raramente esperado (sólo un 10% lo esperan).
Quizá más sorprendente aún es nuestro segundo gráfico, donde puede verse una distribución de las expectativas desagregadas por tratamientos.
En todos los casos, el valor modal está en la donación justa del 50% y el porcentaje de gente que espera un comportamiento egoísta de los dictadores nunca supera el 15%. Es decir, el haber acumulado los resultados sobre los tratamientos no es el responsable del resultado general, sino que todos los tratamientos llevan a la misma conclusión cualitativa: las personas esperamos en general comportamientos generosos.
Así pues, la mayoría de las personas no esperamos que los demás sean puramente egoístas. Por tanto, no es solo cierto que la gente sea generosa y altruista: los demás también esperamos este tipo comportamiento. Esto, en términos de cooperación, puede trasladarse a pensar que la mayoría de las personas esperamos una respuesta cooperativa como opción por defecto, lo que quizás puede explicar por qué muchas veces observamos cooperación entre extraños, en situaciones donde la teoría económica no predeciría tal comportamiento.
El estudio no estaría completo si no analizáramos si estas expectativas de los sujetos se corresponden con el comportamiento real de los dictadores o no. Si la gente espera que otros sean generosos, pero esto no ocurre, es lógico pensar que los receptores van a desilusionarse y esta decepción podría dificultar interacciones futuras. En nuestro estudio, comparamos las expectativas de los sujetos con las donaciones reales de los dictadores en cada condición y observamos que, por lo general, los sujetos son bastante acertados en sus predicciones, confirmando que tiene sentido esperar generosidad de los demás, porque, en efecto, los demás van a comportarse generosamente. Al medir la correlación entre las donaciones de los dictadores y sus propias expectativas, corroboramos lo que ya se ha encontrado en algunos estudios anteriores (entre los que merece la pena citar el trabajo de Nagore Iriberri y nuestro bienamado editor Pedro Rey Biel) y vemos una alta correlación positiva entre el comportamiento de los dictadores y sus propias expectativas. Esto viene a reforzar la línea de que la generosidad puede verse como una especie de “norma social” por defecto, en la que los dictadores son generosos y acaban esperando que otros también lo sean. De hecho, nuestros resultados sobre expectativas son el primer paso para mostrar que el ser cooperativo o generoso son una norma social en un sentido estricto, como por ejemplo el que define Bicchieri. Ahora lo que habría que saber es por qué entre determinados colectivos que quizá es mejor no nombrar la norma que impera es el saqueo...