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Nos atacan los zombis... ¡y quizá están ganando!

imagesAmable lector, lo siento si esperaba encontrar en este post un comentario sobre Bankia u otros muertos vivientes similares. Por un lado, este tema ya ha sido muy bien tratado en NeG por Luis Garicano (por ejemplo, aquí, aquí o aquí), y por otro, éste es el post mensual de ciencia, y hasta donde yo colijo, poca ciencia (económica o de cualquier otra) hay en esas instituciones. No. Hoy voy a hablar de otros zombis, posiblemente más paradigmáticos y que, lo que es peor, pueden estarnos derrotando. Cómo lo oye.

Que conste que la comparación que voy a hacer no la inventé yo, sino Chuck Klosterman, en una columna en el NY Times hace un par de años, en la que hablaba de que los zombis se estaban convirtiendo en una commodity. En un momento, dice que muchas de las cosas de la vida moderna son como matar zombis, un acto por otra parte razonablemente fácil: si ellos te matan es porque son muchos y siguen viniendo. Y entre los ejemplos de esas situaciones cotidianas está... el correo electrónico. Así, dice: "Cada guerra zombi es una guerra de desgaste (...) matar zombis es filosóficamente lo mismo que leer y borrar 400 correos de trabajo una mañana de lunes (...) o hacer tareas tediosas en las que el único riesgo es perecer bajo la avalancha. Lo malo de cualquier ataque zombie es que nunca dejan de venir."

Y claro, Klosterman no es el único que piensa así. Yo, sin ir más lejos, lo comparto. ¿Pero no se había inventado el correo electrónico para facilitarnos la vida? (Paréntesis/confesión personal: el primer uso que le di a internet cuando ni siquiera tenía tal nombre, allá por 1987, fue intentar ligar con unas chicas en Lisboa, y no, no funcionó.) Pues sí, pero al final a lo mejor es que no, y para ver si es que sí o que no, nada mejor que estudiar la cuestión científicamente.

Empezaré por hablar de este trabajo, en el que Barley y colaboradores analizan si el correo (y otras fuentes de zombis similares) son una contribución creciente a aumentar el estrés en nuestra vida. Los autores intentan efectivamente arrojar luz sobre la controversia de si las nuevas tecnologías de comunicación ofrecen más flexibilidad y control sobre el trabajo o si, por el contrario, contribuyen a sobrecargarnos. Es muy recomendable leer el resumen que hacen de este debate, demasiado largo para incluirlo aquí. El artículo en sí describe un análisis sobre 79 empleados de una compañía informática internacionalmente conocida, mediante registros de actividad (tanto automatizados como registrados por el participante, incluyendo su actividad en fines de semana) y entrevistas, es decir, datos tanto cuantitativos como cualitativos. Otra cosa interesante del trabajo es leer los comentarios que transcriben (yo me he visto reflejado en varios, he de decir). La conclusión a la que llegan los autores es que el correo electrónico genera más estrés. Estudios anteriores atribuían ese estrés a la accesibilidad del correo electrónico fuera del ámbito laboral, así como al alargamiento de la jornada horaria y las interrupciones que supone; Barley y colaboradores encuentran, además, que el correo electrónico genera estrés en sí mismo, más allá de esos factores intermedios, debido a la manera en que lo usamos y a las normas que vamos construyendo socialmente (como la de cuánto se debería tardar en responder un correo). Pero, peor aún, ven que el correo se ha convertido en un símbolo de sobrecarga, socialmente aceptado, que uno puede utilizar para decir que está "muy liado" ("recibo cientos de correos al día", por ejemplo). Y al convertirse en símbolo, dificulta identificar otras causas de estrés en el trabajo, que quedan ocultas bajo la marea de correos electrónicos. ¡Estamos buenos!

Pero, siendo esto malo, no es lo que me ha motivado a escribir este post, sino otro trabajo más reciente: " 'A pace not dictated by electrons': An empirical study of work without email", de Mark y colaboradores. Lo que estos investigadores hicieron es exactamente lo que dice el título: cogieron a 13 trabajadores de una compañía informática y les quitaron el correo electrónico cinco días (sí, amigo lector, cinco días, para que luego hablen de no hacer sufrir a los animales en experimentos, imagine), comparando luego su actividad con la normal, con correo electrónico. Eso sí, todas las otras formas de comunicación, como reuniones cara a cara o telefónicas, estaban permitidas. Ah, y por supuesto, usar el ordenador para cualquier otra cosa. Los experimentadores registraron datos cuantitativos de diversas maneras: Así, tenían datos de como se usaba el ordenador mediante un programa que registraba como los voluntarios se cambiaban de ventanas o cuanto tiempo permanecían en ellas. También tenían monitores del ritmo cardíaco (éste) permanentemente conectados a cada voluntario para evaluar su estrés directamente de la señal fisiológica. Adicionalmente, les hicieron extensas entrevistas y, lo que más me impresiona, se convirtieron en la sombra de cada voluntario para controlar toda su actividad durante dos de los cinco días de cada experimento. Este método, de carácter etnográfico, incluía hasta tomar detalles de las conversaciones que tenían con otros colegas, por ejemplo. Un trabajazo, como se puede ver.

Con tal cantidad de datos, son muchas cosas las que se pueden averiguar, y de hecho los resultados de Mark y colaboradores son bastante contundentes (de nuevo, es interesante leer los comentarios de los voluntarios), y los expondré en sus propias palabras: "Nuestros resultados muestran que sin correo electrónico la gente se concentra más en sus tareas y hace menos multi-tarea, medida tanto por la mayor duración del trabajo en cada ventana como por la menor frecuencia de salto entre ventanas. En otras palabras, los datos ponen de manifiesto que el correo electrónico induce una mayor fragmentación del trabajo. (...) También medimos directamente si el correo electrónico causa estrés, a través de la variabilidad del ritmo cardíaco. Encontramos una tendencia clara en el sentido de que el estrés era menor sin correo electrónico. Esperamos que este resultado se confirme significativamente usando más sujetos."

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Las implicaciones de este estudio son obviamente importantes. El correo electrónico puede estar planteando un problema de salud laboral debido al aumento del estrés. Además, sin el correo, la gente se toma descansos en el trabajo más frecuentemente y se mueve más por la empresa, lo que puede mejorar su salud. Al estar sin correo, las interacciones cara a cara aumentan, y los voluntarios informaban de que disfrutaban más del aspecto social de su trabajo cuando no podían acceder a su correo. Y encima se sentían más relajados, mientras que, y esto es muy interesante, sus colegas de trabajo, que no participaban en el experimento, no informaron de problemas especiales cuando los voluntarios no tenían correo (sí, resulta que se puede vivir sin correo, curioso). Si está usted preocupado de lo que pasa cuando se vuelve a conectar al correo, sepa, querido lector, que no está solo en su preocupación: los voluntarios estaban aterrados de lo que les esperaba, pero para su sorpresa luego no resultó tan malo, y algunos incluso desarrollaron estrategias eficaces para limpiar su inbox. (Paréntesis/confesión personal: una vez estuve 25 días sin mirar el correo, bueno, era agosto, pero aún así; cuando me conecté, en dos horas lo había liquidado.)

Los autores sugieren que mirar el correo en bloques, sólo algunas veces al día, puede mejorar el uso de esta herramienta (pero otros investigadores, como los del estudio anterior, no están de acuerdo). Finalmente, el ritmo de trabajo se acelera; los autores no discuten si eso es bueno o malo para la organización, pero constatan el hecho. Con todo esto, lo que los autores concluyen es que hace falta un estudio profundo sobre el balance entre correo electrónico, ritmo de trabajo, estrés y colaboración, que además nos permita estar atentos a otros 'zombis' que vendrán con los avances tecnológicos (o que ya están aquí, como twitter y similares; créanlo o no, twitter puede ser una herramienta de trabajo). Ah, y de ninguna manera proponen eliminar el correo, que quede claro.

Así las cosas, parece que los zombis/correos van a seguir asediándonos... y, lo que es peor, mi impresión (no apoyada en estudios científicos, ojo) es que van ganando, porque nosotros los borramos, pero ellos nos van disminuyendo las capacidades de concentración (Paréntesis/confesión personal: en las dos horas y pico que trabajé en el núcleo de este post miré el correo siete u ocho veces) hasta quizá acabar por convertirnos en zombis también, con actividad cerebral nula. Visto lo visto, voy a intentar aplicarme en acceder a mi correo sólo de cuando en cuando. Para empezar, no voy a estar pendiente hoy de los correos que me avisan de los comentarios a este post, así que ¡no esperen respuestas fulgurantes!