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El laberinto de la publicación científica (y sí, a usted también le importa): I. El negocio

Me va a permitir, amable lector, que hoy vuelva sobre el tema de las publicaciones científicas; estoy seguro de que le parecerá otra muestra más de cómo los académicos nos miramos el ombligo (y no es la primera vez, véanse por ejemplo este y este posts), pero espero convencerle de que a usted también le importa (o debería importarle) porque al final, como en casi todos los posts de este blog, están su dinero y su bienestar en juego. Vayamos al tema sin más dilación (aunque algunas cosas, como lo que es una publicación científica, ya las conté en mi post mencionado antes, pero es más cómodo que se lo resuma aquí otra vez).

Desde hace más de 300 años, la comunicación de los resultados científicos se realiza mediante artículos en revistas especializadas. Los investigadores trabajan en sus laboratorios, desarrollan su investigación, y cuándo juzgan que tienen material que puede ser relevante y de suficiente interés, bien para un campo concreto o bien con un alcance más general, lo envían a una de esas revistas. A su vez, los editores de la revista hacen una primera lectura del trabajo, y si lo juzgan interesante lo envían a otros investigadores del campo para que les den una opinión fundamentada de la validez del artículo, y si esa opinión es buena, el artículo aparece publicado en la revista. Ese proceso, llamado revisión por pares, (peer review), que garantiza en teoría la calidad científica del trabajo con el aval de los evaluadores, fue usado por primera vez en 1665, cuando la Royal Society publicó el primer número de Philosophical Transactions of the Royal Society. De esta manera, los resultados de la investigación se comunican, es decir, se hacen accesibles a otros investigadores y a la comunidad en general... en principio, y de ese "en principio" es de lo que quiero hablar hoy.

Si bien inicialmente las publicaciones estaban controladas por las sociedades científicas, formadas por científicos e interesadas básicamente en que la comunidad conociese los avances a medida que se iban produciendo, andando el tiempo hubo quién vio una oportunidad de negocio, y así comenzaron las revistas editadas por entidades ajenas a la ciencia y, claro, con ánimo de lucro. Uno de los hitos más importantes en este sentido es la aparición de la revista Nature, fundada en 1869, con el loable objetivo de facilitar la transmisión de información entre distintos campos científicos. En 2007, a esta revista, junto a la igualmente famosa Scienceles fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades por constituir "el canal de comunicación más solvente que tiene hoy la comunidad científica" (texto completo de la mención aquí). Voy a dejar a un lado esta más que cuestionable afirmación para centrarme en el aspecto económico.

Tras haber pasado por distintas fases y dueños en sus casi 150 años de historia, Nature es hoy propiedad de Springer Nature, que se describe a sí misma como la "editorial global dedicada a dar el mejor servicio posible a la comunidad investigadora", y es parte del gigante editorial alemán Springer. Esta compañía, a su vez, es más clara en su página web sobre sus intenciones: "Nuestro negocio es publicar. Con más de 2900 revistas y 250 000 libros, Springer ofrece muchas oportunidades para autores, clientes y socios." 2900 revistas científicas, nada menos. Springer no está sólo en este negocio, y hay otras grandes compañías con las mismas intenciones en el mismo nicho de negocio, destacando Elsevier, que dice ofrecer más de 20 000 "productos", y Wiley-Blackwell. En 2015, estas tres editoriales y otras dos más controlaban más de la mitad de la producción científica desde 2006. ¿Y qué quiere decir controlar? Pues que una vez que han aceptado, gracias al informe de los evaluadores, publicar un artículo, lo publican y cobran por leerlo.

Dicho así, amigo lector, puede usted estar pensando que cuál es el problema, que publicar artículos científicos puede ser un negocio como cualquier otro, y que si esta gente gana dinero, pues bien por ellos, ¿no? Pues..., no, y le voy a decir por qué no.

En primer lugar, como modelo de negocio es absolutamente redondo. Le cuento. Los investigadores nos escribimos nuestros trabajos, actuamos como editores (en prácticamente todo los casos sin sueldo) en el proceso de evaluación de un artículo, actuamos como evaluadores cuando así nos lo piden (también sin sueldo) y si finalmente un trabajo nuestro es aceptado nosotros hacemos todo el trabajo, todo, de la maquetación y terminación del artículo, satisfaciendo requisitos que a veces rayan en la demencia. ¿Qué hace la editorial? Básicamente, nada. Tiene un pequeño equipo administrativo que gestiona la recepción y publicación de los trabajos, así como la impresión de la revista, si bien cada vez más el modelo de impresión en papel desaparece dejando paso a la publicación electrónica; en este último caso, la revista tendrá unos servidores y unos informáticos encargados de gestionarlo. Luego la revista cobra la suscripción al papel, o el acceso al repositorio electrónico, o ambos, y listo. Realmente, como ve, no hace falta mucho para tener una revista científica, y, como en el caso del café que se toma usted en un bar, casi todo lo que paga es ganancia para el que se lo pone.

Por si esto fuera poco, las grandes compañías tienen recursos para redondear aún más el negocio, que es la venta de paquetes. Las editoriales como Springer o Elsevier ofrecen suscripciones a revistas individuales a personas individuales, a precios que a veces hasta son moderados, pero su cliente realmente importante son las instituciones: universidades y centros de investigación, fundamentalmente. Y a esos clientes les venden todo el paquete de publicaciones, las que le interesan a la institución (porque hay investigadores de ese campo que las van a consultar) y las que no, las de mayor prestigio y las de menos, todo el paquete entero (para más detalles, vea este artículo de Antonio Villareal en El Confidencial, uno de los periodistas que más está siguiendo el tema como luego veremos). El resultado son unas ganancias que para estas grandes compañías se mueven en los cientos de millones de euros al año. Cientos de millones de euros al año por publicar cosas que ellos no hacen, revisadas y producidas por los mismos que las hacen y no cobran. Dígame usted que no mola la idea.

A todo esto, y como también cuenta Villareal, las editoriales cobran distintos precios a distintos colectivos. Las instituciones de muchos países se agrupan para intentar conseguir un precio colectivo mejor y el resultado de esas negociaciones es confidencial, con lo cual unos acaban pagando más que otros. ¿A qué no adivina quién es uno de los más paganos? Pues claro que sí: España, que paga, solo a Elsevier, unos 25 millones de euros al año. La buena noticia es que muchos países se están hartando ya del asunto, y en los últimos meses Francia o Alemania han roto las negociaciones con varias grandes editoriales, que de momento no se han atrevido a cancelarles la suscripción. Hace tres días, Suecia ha cancelado definitivamente sus suscripciones con Elsevier, y seguramente habrá más noticias en las próximas semanas. Estos movimientos, de consecuencias todavía desconocidas, apuntan que la comunidad científica está harta de esta explotación. Pero bueno, habremos acabado con los explotadores, pensará usted.

Pues no, y la razón es que se están adaptando muy rápido al cambio. Verá usted, el ingrediente más perverso del negocio de la publicación científica es que la investigación que se publica en esas revistas es, en un altísimo porcentaje, financiada por dinero público, o sea, por usted, vaya. Sí, querido lector, sí: estas editoriales le están cobrando a usted por leer los resultados de una investigación que ha pagado usted, y cuya difusión debería contribuir a hacer seguir avanzando a la ciencia que, al final, va en beneficio suyo. Por tanto, la Unión Europea está obligando a los investigadores a los que financia a publicar en abierto: publicar sus trabajos de manera que cualquiera pueda acceder a ellos. Y aquí entran de nuevo los gigantes editoriales: en los últimos 10 años están apareciendo nuevas revistas con otro modelo de negocio, en el que ahora son los autores los que pagan por publicar, y luego el artículo es libremente accesible en internet. Ah, bien, dirá usted, asunto resuelto. Sí, claro, excepto que el precio de publicar un artículo va típicamente de los 1000 (por ejemplo, Scientific Reports, del grupo Springer Nature) a los 5000 euros (Nature Communications, del mismo grupo). Que, tachán, vuelven a salir de su bolsillo, paciente lector, porque claro, los autores lo pagan del dinero que tienen para investigar, lo que además tiene la interesante propiedad de reducir el dinero disponible para investigación propiamente dicha. Para que se haga una idea, yo he hecho muchos trabajos para los que he necesitado menos de 5000 euros, así que un artículo en una revista de campanillas (porque el precio va en función del prestigio que añade al investigador, nada menos; producir las dos revistas citadas arriba cuesta esencialmente lo mismo solo que la segunda luce más en un CV, como el caso de las top five de economía citado) es un trabajo de investigación menos que hago. Como lo oye.

¿Cómo podemos salir de este embrollo, en el que siempre acaban pescando Springer, Elsevier y demás? La clave del problema está en entender cómo han llegado a tener esta posición dominante en el mercado, pero eso lo voy a dejar para un post de continuación, porque describirlo en detalle es largo. Largo, pero también muy interesante porque como veremos al final estamos ante un complicado problema de coordinación con muchos actores, que requiere que nos pongamos de acuerdo todos y todos de golpe dejemos de publicar en revistas con ánimo no de lucro, sino de lucro con recochineo. Este es un problema de coordinación muy difícil, pero no imposible: ya tenemos un primer ejemplo con una nueva revista de Springer Nature, Nature Machine Intelligence, dedicada a la inteligencia artificial y el aprendizaje máquina. Esta revista, lanzada bajo el modelo de pago por los autores y acceso abierto, ha suscitado el boicot de miles de los mejores investigadores del campo antes incluso de aparecer. Si este boicot (que involucra no publicar ni trabajar como editor o evaluador para ellos) se mantiene, y no aparecen defectores que esperen conseguir prestigio de una publicación con el sello Nature con una competencia claramente disminuida, es fácil predecir que esta revista no tendrá más de unos pocos números. Ojalá este boicot masivo reviva el intento fallido de hace unos años de otro boicot a Elsevier, y que demos pasos decididos ya entre todos los investigadores para acabar con este negocio infame. Entretanto, amigo lector, espero que le haya quedado claro que si estos gigantes de la publicación científica se están forrando, es a costa suya, y por tanto debería importarle.