Por Antonia Díaz, @antoniadiazrod.bsky.social
Confieso a los lectores que he tenido grandes problemas para ponerle título a este post, que debería llamarse algo así como ¿Por qué ha ganado Trump las elecciones? ¿Por qué una parte del electorado tradicional demócrata ha votado a Trump? ¿O por qué gana adeptos el discurso anti-inmigración? ¿Por qué los votantes aprueban establecer aranceles sobre las importaciones? ¿O por qué rechazan políticas para frenar el cambio climático? ¿Por qué muchas universidades americanas han eliminado los programas de discriminación positiva para admitir buenos estudiantes de diversas minorías? En general, ¿por qué este clima de “o ellos o nosotros”?
La Teoría Económica del “o ellos o nosotros”
El tema es demasiado amplio y con muchísimas aristas, así que, como economista que soy, voy a simplificar. Los economistas están llamando “pensamiento de suma cero” al “o ellos o nosotros”, que quiere decir que, si a ellos les va bien, a nosotros nos va mal. En este blog ya se habló de ello aquí. En principio, este pensamiento debería prevalecer solo cuando no hay ganancias netas al implementar una política. Pero lo que estamos observando es que tal pensamiento domina incluso a la hora de decidir sobre políticas que sabemos que tienen ganancias agregadas. ¿Por qué ocurre esto? Esta es la pregunta que se hacen los profesores S. Nageeb Ali, M. Mihm y L. Siga en “The Political Economy of Zero-Sum Thinking”. El artículo está aceptado en la prestigiosísima revista científica Econometrica. Y es extremadamente interesante. La idea es la siguiente: Tenemos dos políticas, una que podemos llamar el statu quo y la otra, el cambio, donde hay una ganancia neta de X. Pero, ah, esa ganancia X no está uniformemente distribuida entre todos los electores. Unos ganan respecto al statu quo y otros pierden. Si todos perciben que pueden ganar o perder con igual probabilidad, todos votan por el cambio. Sin embargo, si un votante percibe que otro está mejor informado y que ese otro está entusiasmado por el cambio, el primer votante empieza a sospechar que le toca la patata caliente y vota statu quo. Si hay una mayoría de votantes suspicaces, no hay cambio. La teoría desarrollada en ese artículo es mucho más compleja que este ejemplo (que es una simplificación de la simplificación del ejemplo introductorio). Pero contiene la idea central: ¿Son las buenas noticias para los otros votantes también buenas noticias para mí? Eso depende de dos cosas: Primero, claro, de cómo de desigualmente distribuida está la ganancia neta X y, segundo, de la distribución de la información. Con estas condiciones, una sociedad puede dispararse un tiro en el pie (o en la cabeza, a tenor de lo que vemos) y cerrarse en banda a políticas que supongan mejorar agregadas. Si nos fijamos en que la apertura al comercio trae beneficios para todos con precios más bajos, más variedades de productos, más competencia, votaremos apertura al comercio. Si empezamos a señalar únicamente posibles perdedores y estos tiene suficiente peso electoral, se votará lo contrario. El manejo de la información es crucial para obtener un resultado u otro.
Para aterrizar la reflexión, voy a centrarme en un ejemplo concreto: La política migratoria. Unos partidos, digamos de orientación de izquierda, enfatizan que hay ganancias agregadas al abrir las puertas a la inmigración (ya sea porque hace falta mano de obra, o porque los inmigrantes tienen más hijos), o que es nuestro deber ético, especialmente considerando nuestro pasado emigrante. Destacan, por un lado, que hay un efecto agregado (producimos más) y, por otro, señalan que están dispuestos a compartir riesgos (hoy por ti, mañana por mi); ambas cosas, desde mi punto de vista, muy rentables para una sociedad. Otros partidos, en cambio, fomentan el discurso del odio, llenando el espacio público con mentiras delirantes (“they are eating the pets”), o deshumanizando a los menores no acompañados. O ellos o nosotros. Estos discursos de odio cargan las tintas en posibles efectos negativos de la inmigración y, en términos del artículo citado arriba, distorsionan las percepciones que los votantes tienen acerca de X, la distribución de la ganancia neta del cambio (acoger inmigrantes). Pero ¿es posible que realmente haya colectivos perdedores? Un artículo reciente, Amior y Stuhler (2024) encuentra, con datos de Alemania, que la llegada de inmigrantes puede empeorar las condiciones laborales de los trabajadores en aquellas economías donde las empresas tienen gran poder de monopsonio. Voy a decirlo otra vez: Donde las empresas tienen gran poder de monopsonio.
Ante esta situación, cabe tomar dos posturas: (1) “El mundo es ansí” (es el mercado, amigos) o (2) la contraria: “El mundo no es ansí, el poder de monopsonio no es una propiedad inherente de los mercados”. El título de Pío Baroja resume el fatalismo de la posición (1). Es el mercado. Las ganancias del funcionamiento de la economía de mercado siempre están mal repartidas. Siempre hay perdedores. En este caso, los partidos políticos, según su ideología o el grupo social al que aspiran a representar, se dividen en (a) aquellos que proponen políticas migratorias restrictivas o (b) los que proponen políticas redistributivas para sostener el nivel de renta de los trabajadores.
La política (a) lleva al peor de los mundos. Cerrar las fronteras a los flujos migratorios es casi imposible. Las deportaciones, además de crueles, no funcionan. El resultado es mantener a más inmigrantes en un limbo legal que facilita el abuso de las empresas. Esto refuerza su poder de monopsonio y un aumento de la percepción por parte de los trabajadores de que, efectivamente, es ellos o nosotros. Esto fomenta una espiral de odio con consecuencias muy preocupantes.
Políticas redistributivas y márgenes fiscales
En una economía donde el margen fiscal es escaso (ya sea por la elusión fiscal de las rentas altas, por una deuda pública elevada, u otras razones), o no hay capacidad política para atacar la elusión fiscal, el coste de las políticas redistributivas recae en el resto de la población, no en los más ricos. Esto, de inmediato, nos posiciona en un pensamiento de suma cero. Así se llega al discurso de que solo los inmigrantes se llevan las ayudas sociales. Y, en esas circunstancias, los electores empiezan a decantarse por partidos xenófobos.
Quiero insistir en que por “políticas redistributivas” me refiero a todo tipo de ayudas monetarias articuladas en nuestro Estado de Bienestar. No me refiero a los bienes públicos que, por su naturaleza, están destinados a toda la población, de los que hablaré más adelante. Dado un volumen de ingresos fiscales, la asignación de transferencias redistributivas es un juego de suma cero. El problema es grave porque, desde los años 80 del siglo pasado están sucediendo dos cosas simultáneamente. Por un lado, estamos asistiendo a una concentración fenomenal de la renta y de la riqueza y una reducción del peso de las rentas del trabajo en el PIB total, a pesar del crecimiento del PIB. De esto ya hablé en un post titulado “Paradojas de la competencia”: Las ganancias fenomenales que han traído la globalización y la revolución tecnológica se concentran, esencialmente, en pocas manos. Es decir, no se observa el esperado “trickle down” en toda la sociedad. Por otro, la creciente movilidad del capital y la falta de cooperación internacional, limita la capacidad de los Estados para gravar a los más ricos. Esto lo explica muy bien Helen Thompson en “Disorder: Hard Times in the 21st Century”. Los gobiernos preocupados por el bienestar social a intentar paliar la desigualdad predistributiva con políticas redistributivas. La elusión fiscal de los más ricos lleva a que la redistribución se perciba como injusta, de lo que ya hablamos en el post titulado “¿Por qué gravar?”. En estas circunstancias, el conflicto del pensamiento de suma cero está servido.
Quiero insistir en que el caldo de cultivo del pensamiento de suma cero es el aumento en la concentración de la renta y la riqueza y, simultáneamente, la incapacidad de los Estados para distribuir la carga fiscal de una forma que todos los ciudadanos perciban como justa. Estas dos características de nuestras sociedades no son hechos fatales ni inexorables. Son las consecuencias de decisiones políticas que han coincidido en el tiempo con la expansión del comercio internacional, la liberalización de los mercados de capitales internacionales y una gran revolución tecnológica. No voy a abundar sobre ello; los lectores pueden acudir al post ya mencionado “Paradojas de la competencia”.
El mundo no es ansí
O no tiene por qué serlo. El gran reto para combatir el pensamiento de suma cero es doble. Por un lado, proporcionar información acerca de los costes y beneficios de todas las políticas. Por ejemplo, Elías et al. (2023) estudian los efectos de la regularización de inmigrantes en 2004 en España. Sus resultados muestran que no hubo efecto llamada, que no afectó al empleo de nativos y que aumentaron los ingresos públicos en 4.000€ por inmigrante, sin aumentos de gasto público significativo. Y es que los inmigrantes legales pagan más impuestos. Información, información, no opinión. Por otro lado, es necesario articular políticas para luchar contra las imperfecciones de mercado.
Por ejemplo, hemos citado el trabajo de Amior y Stuhler (2024) que encuentra efectos negativos de la inmigración en aquellas economías donde las empresas tienen gran poder de monopsonio. Las empresas con poder de monopsonio ponen a competir trabajador con trabajador para rebajar salarios. Por tanto, es la imperfección de mercado (el poder de monopsonio) la que hace que la ganancia neta X esté mal distribuida. ¿Qué podemos hacer al respecto? Pues atacar directamente el poder de monopsonio incentivando a que más empresas compitan entre sí o reforzar y modernizar el papel de los sindicatos como interlocutor para la fijación de salarios y herramienta eficaz para la buena gestión de recursos humanos. Podemos perseguir a las empresas que no cumplan ninguna norma laboral. Quizá, si una empresa tiene que pagar sueldos bajos para que sea rentable, ocurra que el empresario sea un incompetente.
El papel de las instituciones y los bienes públicos
He insistido más arriba en la relación entre políticas redistributivas y pensamiento de suma cero y la necesidad de articular políticas que ataquen imperfecciones de mercado. Otra forma de combatir el pensamiento de suma cero es dar más peso a los bienes públicos en la arquitectura del Estado de Bienestar. Por su propia naturaleza, los bienes públicos son de acceso universal. Son de todos. Una educación y sanidad públicas de calidad son la mejor argamasa social. Además de la mejor inversión en estos tiempos de grandes cambios tecnológicos. Ah, y recordemos la pandemia de la COVID-19. Pero los bienes públicos hay que cuidarlos; su deterioro es un gran reactivo que inflama el pensamiento de suma cero. Si mis hijos van a una universidad privada porque no hay plazas en la universidad pública o contrato un seguro privado para evitar una lista de espera demasiado larga, entonces no disfruto de la rentabilidad de mis impuestos y empiezo a preguntarme de qué sirve pagarlos. Y volvemos al pensamiento de suma cero.
El corolario de esta reflexión es que, para poder combatir el pensamiento de suma cero es necesario tener un sistema fiscal eficaz que ensanche las bases tributarias y minimice la elusión fiscal. Unos ingresos impositivos estables para invertir en bienes públicos de calidad. Por último, debemos tener claro que no es el mercado per se lo que trae desigualdad, sino las imperfecciones de mercado. Y para luchar contra esas imperfecciones necesitamos instituciones adecuadas de defensa de la competencia.