Las externalidades son uno de los conceptos más básicos y poderosos que han planteado los economistas para entender el funcionamiento de las economías descentralizadas y los casos en que conviene subsidiar, gravar o regular ciertas actividades económicas. Un ejemplo prototípico de externalidad es el efecto de nuestras acciones sobre el medio ambiente, cuyo estado nos afecta a todos. Si tuviéramos en cuenta el impacto de nuestras acciones sobre los demás, seríamos más ecologistas, pero no solemos hacerlo, y lo somos menos de la cuenta. ¿Qué soluciones existen para este tipo de problemas? Un impuesto o una subvención pueden hacernos internalizar el impacto de nuestras acciones sobre terceros. Otra solución posible es la negociación, si se pueden asignar derechos de propiedad y los costes de negociar son bajos (el famoso Teorema de Coase). Un ejemplo de libro es una fábrica ruidosa y una comunidad de vecinos. Si la legislación le asigna la propiedad del silencio a los vecinos, si la fábrica quiere abrir, deberá compensar a los vecinos por el ruido.
En los últimos años, es cada vez más frecuente encontrar referencias a un tipo distinto de externalidades: las externalidades fiscales. Si una política pública genera actividad económica, también supone más recaudación: supone una externalidad fiscal. Este concepto es útil para una evaluación completa del coste-beneficio de las políticas públicas. La intuición es sencilla: una política que aumenta más la actividad económica y recauda más supone una externalidad fiscal y es en realidad más barata de lo que parece. A diferencia de otros tipos de externalidades, las externalidades fiscales son un artefacto del sistema fiscal. Un impuesto sobre el consumo de un 20%, por ejemplo, hace automáticamente que el consumo tenga una externalidad fiscal de 20 euros por cada 100 euros consumidos. Un impuesto sobre la renta, por ejemplo, hace que nuestro trabajo beneficie a todo el mundo, no solamente a nosotros. Esto significa que el sistema fiscal genera un interés colectivo en que los demás consuman y se ganen bien la vida, porque todos nos beneficiamos de sus impuestos.
Un documento de trabajo reciente de Erzo F.P. Luttmer hace un análisis conceptual muy interesante acerca de como interpretar este problema de externalidades en concreto y qué posibilidades hay de resolverlo. Es importante enfatizar que este análisis es un experimento mental que tiene como objetivo entender mejor este concepto, y no una propuesta definitiva de política pública.
El primer punto interesante es que la solución pigouviana no funciona muy bien para resolver las externalidades fiscales. La solución pigouviana para internalizar la externalidad fiscal pasaría por subsidiar el trabajo o el consumo, porque nos benefician a todos generando recaudación fiscal. Sin embargo, subvencionar el consumo para estimularlo y recaudar más requiere justamente gastar recaudación para financiar los subsidios. En la mayoría de los casos eso es huir del fuego para caer en las brasas.
El segundo punto interesante es que, por contra, una solución en la línea del teorema de Coase sí que puede existir para las externalidades fiscales. El mecanismo sería el siguiente. Imaginemos que podemos calcular el valor esperado de las contribuciones fiscales de cada uno de nosotros, a lo largo de nuestra vida. Imaginemos también que el gobierno pudiera identificar con precisión nuestras contribuciones fiscales efectivas. El gobierno podría vender a un tercero (un "sponsor", o "mentor") los derechos de propiedad sobre nuestras contribuciones fiscales efectivas futuras, a cambio de su valor esperado. De esta forma, el "sponsor" tendría incentivos a ayudarnos y a proveer toda la información necesaria (por ejemplo, para que tomemos las mejores decisiones educativas o profesionales) para que maximicemos nuestra renta o consumo. Los incentivos del "sponsor" y los nuestros están alineados: nosotros queremos más renta y/o consumo, y él se queda con los ingresos impositivos que resultan de nuestra mayor renta y/o consumo. El sponsor no tendría en ningún caso ningún poder de coerción sobre nosotros: seríamos libres de ignorar sus recomendaciones si creemos que no nos benefician.
Mi impresión es que este mecanismo guarda una cierta similitud con los préstamos para financiar la universidad con intereses contingentes a la renta después de graduarse (discutidos aquí, aquí, o aquí). En el caso de los préstamos contingentes, el gobierno financia el capital humano de los estudiantes y adquiere ciertos derechos de propiedad sobre su renta futura. Luttmer comenta la posibilidad que en su mecanismo, a priori, el sponsor podría ser el propio sector público. Sin embargo, propone un mecanismo de asignación de sponsors privados, que asigna aquellos sponsors con mejores resultados al mayor número de candidatos. De esta forma, aprovecha la posibilidad de competencia entre sponsors y sus incentivos. La capacidad de los sponsors de obtener buena información y dar mejores consejos que el sector público sería una cuestión empírica. También propone que la asignación tenga un componente aleatorio para evitar "cream skimming" (es decir, que los sponsors simplemente se dediquen a buscar candidatos infravalorados por el gobierno). La asignación aleatoria también podría servir para tener un grupo de control, y poder evaluar el efecto causal de los sponsors.
En conclusión, el análisis de Luttmer acerca de las externalidades fiscales nos muestra un ángulo nuevo e interesante acerca de una cuestión importante. Más allá de la viabilidad del mecanismo descrito en concreto, su marco conceptual puede inspirar ideas de innovación institucional que resulten en un mayor bienestar social.