Cualquier proyecto de regeneración democrática debe incluir una propuesta sobre los medios de comunicación dada su importancia en la vida democrática. De hecho, muy probablemente la crisis de los medios (que explico más abajo) está íntimamente ligada al riesgo de colapso institucional de las democracias liberales del que algunos alertan. En su libro Salvar los Medios de Comunicación, Julia Cagé presenta una propuesta concreta, en particular para la prensa escrita: crear una nueva forma societaria, a medio camino entre la sociedad de capitales y las fundaciones sin ánimo de lucro, con el objetivo de obtener lo mejor de ambos mundos.
Crisis
La crisis en el sector de los medios de comunicación es enorme. Ya en 2014, año en que se publicó el libro, Cagé explicaba cómo esta crisis se manifiesta en la reducción del número de periodistas y periódicos a nivel local (no así a nivel nacional dónde el número de cabeceras ha crecido), y en la disminución de su peso económico. Aunque el libro tiene ya años, la situación no ha hecho más que empeorar, como se explica, por ejemplo, en el análisis reciente de Clare Malone “Is the media prepared for an extinction-level event?” en el New Yorker
Esta crisis ha llevado a una reducción en la calidad de la información producida debido a la fragmentación del mercado y una estructura de costes en que el componente fijo es elevado frente al variable: producir el primer ejemplar de un periódico es caro, pero los siguientes son baratos. Un ejemplo de ello es la investigación del Boston Globe sobre abusos sexuales por parte del clero católico en Estados Unidos, que costó un millón de euros y ocho meses de trabajo como se muestra en la magnífica película "Spotlight". Ante la competencia creciente por los lectores y el pastel publicitario, las empresas reducen costes mayormente recortando el número de periodistas, lo que acaba afectando a la calidad de la información.
Cagé anticipaba en 2014 que la publicidad no salvaría a las empresas de comunicación: la disminución en los ingresos por publicidad duraba ya décadas y la tendencia se había acentuado con la llegada de empresas como Google y Facebook (ver aquí). Esto ha llevado al cierre de muchos periódicos y a un cambio hacia un modelo de ingresos por suscripción. Con todo, los problemas han empeorado como confirman análisis recientes, entre ellos "How the media industry keeps losing the future" en el New York Times.
Una carencia del libro de Julia Cagé es que se centra exclusivamente en el lado de la oferta sin abordar por qué los ciudadanos no están suficientemente dispuestos a pagar por información de calidad. Clare Malone, en su mencionado artículo, apunta que los consumidores comparan la renovación de suscripciones de noticias con servicios de streaming como Netflix y dan más importancia a estos últimos. Esto, apunto yo de forma tentativa, podría deberse a que la información de calidad es un bien cultural que requiere hábitos y nivel educativo para ser valorada adecuadamente.
Soluciones
Una de las aportaciones interesantes de Salvar los Medios de Comunicación es encuadrar el sector de los medios de comunicación en la economía del conocimiento junto a la educación superior y la investigación. Estas actividades típicamente no se desarrollan en el libre mercado por parte de empresas capitalistas con ánimo de lucro; por ejemplo, las mejores universidades operan como fundaciones. En cambio, en la mayoría de los países occidentales, que son en los que Cagé centra su análisis (España inclusive), los medios de comunicación son sociedades de capital con ánimo de lucro, lo que acarrea los múltiples problemas mencionados más arriba.
Es por ello que Cagé concluye que los medios no podrán subsistir únicamente con publicidad o ingresos por suscripción, y que las típicas sociedades capitalistas con ánimo de lucro no serán viables. Para ello las contribuciones ciudadanas serán fundamentales para su sostenimiento (como por cierto ocurre en el caso de Nada Es Gratis), tanto las voluntarias como las realizadas por el estado mediante subvenciones fiscales (al igual que se subvenciona, por ejemplo, las actividades de los partidos políticos o los sindicatos). La compra de medios por magnates, como la adquisición de The Washington Post por Jeff Bezos, no es una solución adecuada para un país democrático ya que estos magnates los podrían usar para servir a sus propios intereses en lugar de proporcionar información objetiva y equilibrada.
Aunque Cagé también discute largamente el necesario papel del estado como soporte económico de los medios, me voy a centrar aquí en la parte más novedosa, la propuesta de un nuevo modelo organizativo para las empresas de comunicación, y en particular para la prensa. Cagé propone una sociedad intermedia entre la empresa capitalista convencional y una fundación sin ánimo de lucro; esta sociedad permitiría aportaciones de capital (fiscalmente deducibles), no recuperables, y promovería un mayor grado de democracia comparado con las empresas capitalistas tradicionales. Esto es así porque los derechos de voto estarían vinculados al capital aportado, aunque de manera no lineal, evitando que grandes aportaciones resulten en un control desproporcionado. Por ejemplo, a partir del 10% del capital, el incremento en la aportación no se traduciría necesariamente en un aumento proporcional de los derechos de voto. Asimismo, este modelo permitiría la creación de sociedades de trabajadores y de lectores que agruparan sus aportaciones de capital y podrían llegar a tener un peso político significativo en el medio para así evitar que los millonarios ostenten un control excesivo de los medios de comunicación.
La ventaja de esta nueva forma societaria frente a las fundaciones es que otorgaría derechos políticos a los nuevos aportantes de capital. En una fundación, como es por ejemplo el caso de la editora de The Guardian en el Reino Unido, el poder se mantiene en los aportantes iniciales de capital, lo que limita tanto la democracia en la organización como la motivación para nuevos donantes. Asimismo, Cagé ve poco recorrido para las editoras de prensa que son cooperativas de sus trabajadores o lectores pues se enfrentan a dificultades para recaudar capital y asegurar su supervivencia financiera.
En resumen
El diagnóstico de Cagé no es nuevo. Hace ya años, por ejemplo, el periodista Javier Ortiz explicaba en el libro Repensar la Prensa (2002) que un medio de comunicación es, por encima de todo, una empresa, lo que implica una dependencia de los poderes e intereses económicos de sus propietarios y anunciantes. Ortiz describía cómo El Mundo nació como un periódico económicamente independiente, pero que tras su éxito inicial decidió, con el objetivo de seguir creciendo, renunciar a parte de esa independencia económica fundacional, y, con el tiempo, a toda su independencia. Ortiz concluía que no hay espacio para un diario que sea a la vez independiente y capaz de competir con los grandes medios. El contexto ha empeorado desde 2002: ahora mismo parece que ni tan solo la viabilidad económica de los medios es posible, no solamente su independencia.
Así, la fórmula de Cagé tiene la intención de facilitar la financiación de los medios mediante donaciones particulares (además de otorgar un importante papel al estado en su financiación), favoreciendo su independencia y su solvencia económica. La propuesta se ajusta a la lógica capitalista, aunque de manera reformista. Como indica Thomas Piketty en el prólogo del libro, “Es normal que la persona que pone 10,000 euros tenga más poder que la que pone 1,000 euros, y que la que pone 100,000 euros tenga más que la que pone 10,000 euros. Lo que hay que evitar es que las personas que ponen decenas o centenas de millones de euros tengan todo el poder”. Aunque uno podría ser más ambicioso en términos de pluralismo y equidad en la participación política, el cambio sugerido por Cagé podría ser un paso en la dirección correcta.