El cine ha sabido captar, en múltiples ocasiones, los conflictos entre la ética y los intereses empresariales. El Dilema (dir. Michael Mann, 1999) es una de esas películas en las que, además de ofrecer una narrativa trepidante, se plantean cuestiones esenciales sobre la responsabilidad empresarial, el papel de los medios de comunicación y los dilemas éticos individuales. Su impacto trasciende lo puramente cinematográfico, aportando reflexiones de interés sobre estos temas basándose en hechos reales sucedidos a principios de los 90, como se relata en este reportaje en la revista Vanity Fair.
El Dilema cuenta la historia de Jeffrey Wigand (interpretado por Russell Crowe), un alto ejecutivo de una gran tabacalera que, tras ser despedido con una generosa indemnización y haber firmado una estricta cláusula de confidencialidad, se enfrenta a una decisión crucial: revelar o no la verdad sobre cómo la industria tabaquera manipula la nicotina y otros componentes nocivos y adictivos. En su camino se cruza Lowell Bergman (Al Pacino), productor del programa líder en televisión 60 Minutos, quien ve en su posible testimonio una oportunidad para desenmascarar a las grandes tabacaleras. Así, en paralelo, la película retrata también el funcionamiento de los medios de comunicación y la lucha de los periodistas por mantener su integridad en un entorno donde el ánimo de lucro condiciona la veracidad de la información.
Empresas: ¿agentes del bien o del mal?
La historia de Wigand pone en cuestión la función social de las empresas, cuestión tratada previamente en este blog (aquí y aquí). ¿Son meros agentes del mercado cuyo único objetivo debe ser maximizar beneficios, o deben ejercer una responsabilidad social? En el caso de las tabacaleras la respuesta parece clara: actuaron con pleno conocimiento de los efectos nocivos de su producto manipulando información para proteger sus intereses. Ante estos comportamientos empresariales, en ocasiones los medios de comunicación han funcionado como guardianes de la transparencia y la responsabilidad empresarial. Sin embargo, en la película se nos muestra que esa misma tensión entre ánimo de lucro y responsabilidad social (información veraz en su caso) existe también en los medios de comunicación. ¿Es realmente compatible la maximización del beneficio con la función social del periodismo? Si no es así, existe el riesgo de que los medios, en lugar de fiscalizar el poder, terminen siendo cooptados por él.
Así, la película conecta con las ideas de Julia Cagé discutidas en este mismo blog. En su libro Saving the Media, Cagé argumenta que la estructura de propiedad de los medios de comunicación juega un papel clave en su independencia y propone modelos de financiación que permitan a los medios operar sin las presiones del mercado o de sus mismos propietarios, como sucedió recientemente en el The Washington Post. En este sentido, El Dilema es predecesora de otras películas como Los archivos del Pentágono (dir. Steven Spielberg, 2017) o series como The Newsroom (creada por Aaron Sorkin), que también exploran la tensión entre la ética periodística y la rentabilidad, aunque en ambos casos con una visión algo más optimista.
Más de dos décadas después del estreno de El Dilema, el panorama mediático ha cambiado radicalmente tal y como explicábamos en este mismo blog. En la era de las redes sociales, la televisión ha perdido su monopolio informativo y el papel de los periodistas como intermediarios ha disminuido. La pregunta que surge es si hoy, en un ecosistema de periodismo ciudadano à la Musk, donde la información circula sin filtros y la desinformación es moneda corriente, contar un caso como el de Wigand habría tenido el mismo impacto. Las redes sociales han facilitado el acceso a la información, pero también la fragmentación de la atención, la manipulación y la difamación. En la película, Bergman logra proteger a Wigand de los intentos de las tabacaleras por desacreditarlo. En el mundo actual, donde las campañas de desprestigio pueden viralizarse en minutos, el desenlace podría haber sido peor.
Dilemas éticos y compromisos: ¿Es posible la ética en el capitalismo?
Otro de los temas centrales de la película es la aparente incompatibilidad entre la ética individual y el capitalismo. Los personajes de Wigand y Bergman actúan con principios y acaban viéndose obligados a abandonar sus respectivas empresas. Así, el primer mensaje que la película parece transmitir es claramente pesimista: mantener la ética en un entorno dominado por el dinero conlleva un alto coste económico y personal que algunos deciden evitar. Por ejemplo, mientras Bergman insiste en sacar a la luz la historia, su colega Mike Wallace (interpretado por Christopher Plummer) busca una solución que no perjudique a la cadena, manteniendo a salvo su propia carrera a costa de su integridad periodística.
Con una mirada más pausada, sin embargo, la película parece transmitir la idea de que la lucha por la verdad y la ética vale la pena, incluso cuando conlleva sacrificios. La ética en la película sin duda tiene un coste para quienes la defienden (si no lo tuviera, ¿estaríamos realmente hablando de ética?). Sin embargo, dicho coste parece asumible: Russell Crowe termina como profesor de secundaria y Al Pacino en la menos influyente y remunerada televisión pública. Sin desmerecer ni un ápice sus costosas decisiones, la película también nos muestra que, al menos en nuestras sociedades, un comportamiento ético no es siempre una cuestión de vida o muerte. La película Trumbo (dir. Jay Roach, 2015) narra la historia del guionista Dalton Trumbo y su lucha contra las listas negras en Hollywood durante el macartismo. La película retrata cómo algunas personas traicionaron sus principios simplemente para no perder sus privilegios, como el confort de sus hogares y sus piscinas. Trumbo, perseguido y encarcelado por sus ideas políticas, denunció en diversas ocasiones a aquellos colegas que delataron a otros para salvar su carrera, su estilo de vida y ‘sus piscinas’.
En resumen
El dilema no solo es muy buen cine; sigue siendo una película vigente para abordar cuestiones actuales sobre la ética en los negocios y el papel de los medios de comunicación. Tal y como nos muestra repetidamente el fantástico podcast ‘Capital y trabajo’, el buen cine es un magnífico medio para reflexionar sobre cuestiones candentes de las sociedades y la economía actual.
Hay 1 comentarios
Interesante entrada.
En una economía de principios y deberes el incentivo material es prescindible. El modelo se autorregula porque no se bonifica ni penaliza al homo economicus, sino que se le trata como un ser íntegro y responsable de sus actos. Bajo esa integridad moral inquebrantable todo sería “gratis”, el trabajo sería realizado por el bien común o por pasión vocacional. El abuso sería inconcebible y el riesgo existencial se superaría con una mutualización.
Al introducir el incentivo material se produce una coerción de facto, al mantener la amenaza del riesgo existencial, a cambio de mantener una determinada conducta o trabajo. Esto genera una disociación cognitiva (hipocresía), que nos condiciona, aplicando la lógica del mercenario. Que de forma falaz denominamos como profesional.
El dilema que describe la entrada es un ejemplo más de esta realidad, contra la que choca el diminuto individuo frente al gigantesco engranaje social dirigido por unas construcciones sociales que no elegimos ni negociamos instaurar.
Un saludo.
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