¿Y si algo tan banal como el compararnos con otros pudiera explicar parte de la confrontación y polarización actual?

Por Ascensión Andina Díaz y José Antonio García Martínez

Consustancial a la condición humana está el compararnos con otros. ¿Quién no se ha sorprendido preguntándose a sí mismo si es mejor, más inteligente, interesante o atractivo que otra persona?, ¿o cuestionando su valía en relación a la valía de un tercero? Compañeros de trabajo, amigos, familiares o personas de éxito, funcionan muchas veces como espejos donde vernos reflejados. Son esos espejos los que nos permiten conocer y evaluar nuestras capacidades y atributos. Y es que, en ausencia de medidas objetivas, los seres humanos evaluamos nuestras capacidades en relación a otros. Estos son los principios sobre los que descansa la Teoría de la Comparación Social que se remonta, al menos, hasta Festinger (1954).

Sabemos que nos comparamos, pero… ¿cuánto sabemos de los efectos que tiene el compararnos con otros? Trabajos en el campo de la psicología y la economía nos han enseñado que, en el ejercicio de una tarea, las comparaciones interpersonales pueden suponer una motivación extra para un mejor desempeño y superación de uno mismo, pero también pueden desencadenar sentimientos de insatisfacción y desmotivación cuando nos fijamos estándares demasiado elevados (algo de lo que ya se ha hablado en Nada es Gratis, por ejemplo aquí, aquí o aquí). Y es que las llamadas comparaciones “upward” son mucho más frecuentes que las “downward”. Los efectos negativos de las comparaciones o de lo que podríamos llamar “consumo de lo ajeno” pueden incluso llevarnos a comportamientos destructivos de valor como pueden ser las mentiras y el sabotaje del trabajo de un tercero (véase, por ejemplo, White et al, 2006; Harbring et al, 2007; Edelman and Larkin, 2015).

En un trabajo recientemente publicado, estudiamos si este comportamiento destructivo también podría darse en entornos en los que el bien objeto de transacción es la información. Nuestra motivación es muy simple y surge de la idea de que gran parte de las comparaciones humanas se dan en el ámbito de la carrera profesional, donde los discursos ayudan a construir las imágenes, percepciones o reputaciones que tenemos de la gente. Si la información que articula esos discursos es la que construye las reputaciones, entonces, ¿cómo afectan las comparaciones interpersonales a la calidad de la información transmitida? ¿cabría esperar mejor o peor información en entornos en los que la gente se compara que en aquellos en los que no se compara?

Por sorprendente que parezca a primera vista (¡aunque no tan sorprendente cuando uno piensa en el mecanismo un par de veces!), en el trabajo mostramos que las comparaciones interpersonales pueden conducir a la polarización de los discursos por parte de “expertos” (agentes mejor informados que una audiencia), incluso en contextos de “valor común” donde los expertos tienen acceso a la misma información y no existe una acción preferida o popular que, a priori, sea más atractiva para alguno de los expertos. La polarización de los discursos requiere, en nuestro caso, tres condiciones:

  • La primera es que expertos o agentes con información superior se comparen unos con otros y midan su valía no en términos absolutos sino en términos relativos. Es decir, nuestros resultados se dan en entornos en los que no sólo importa el ser bueno, sino que importa el cuán bueno soy en relación a mi compañero.
  • La segunda es que la probabilidad de que la audiencia llegue a conocer la verdad y, con ello, sea capaz de juzgar perfectamente cómo de correcto era el discurso de cada experto, no sea demasiado alta.
  • La tercera es que, a la vista de la audiencia, los expertos difieran inicialmente en términos de su reputación y credibilidad inicial. Es decir, necesitamos que los expertos no sean todos iguales, sino que haya cierta asimetría en las imágenes y percepciones iniciales que la audiencia tiene de ellos.

La tercera condición es especialmente interesante, pues nos ayuda a entender el mecanismo por el cual se produce la polarización de discursos en nuestro trabajo.

Nuestro mecanismo requiere de asimetrías en las reputaciones iniciales (¡tan comunes en el mundo real!), pues son estas asimetrías las que colocan a los expertos en posiciones de partida distintas y las que permitirán al experto fuerte (aquel con una reputación mayor) aprovecharse y explotar su ventaja inicial. Esta ventaja se traducirá en un incentivo para el experto fuerte a mentir y desechar señales informativas, buscando con ello contradecir al rival débil (aquel con una menor reputación) y sabotear la reputación del último. En el trabajo mostramos que este incentivo se da incluso en el equilibrio, pues el experto débil, aun entendiendo el comportamiento destructivo del rival fuerte, no puede hacer nada, está condenado… El resultado de todo esto es el disenso y la polarización en los discursos de los expertos, conjuntamente con la pérdida de valor de información en la sociedad.

Es interesante remarcar que la polarización que encontramos en este trabajo no está basada en cuestiones ideológicas o de otro tipo de preferencias; tampoco se explica por el acceso a diferentes fuentes de información. La polarización que encontramos es puramente estratégica y nace de la capacidad de los expertos fuertes de aprovechar su ventaja para desprestigiar al rival contradiciéndolo, engañando a la audiencia y mantener o incluso ganar, con ello, reputación y poder relativo. Nuestra polarización requiere por tanto de asimetrías iniciales y expertos que se comparan unos con otros. De hecho, cuando tanto estas asimetrías como estas comparaciones interpersonales dejan de estar presentes, el disenso desaparece y la transmisión eficiente de información se restablece.

Y ¿por qué esto puede ser importante? Porque si bien la discusión de ideas es importante para el desarrollo y avance técnico y social, la contradicción sistemática de las opiniones de un tercero no parece una buena vía para lograr estos fines. Los resultados de este trabajo nos enseñan que en contextos donde, bien por razones de mercado o por razones internas, los individuos se comparan con otros, es esperable que aparezca el disenso y la polarización. Y en el mundo actual, donde más y más se compite por la atención del público, léase audiencias en los medios de comunicación, votantes de partidos políticos, seguidores en redes, etc., más y más están presentes esas comparaciones interpersonales.

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