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Value investing: ¿Nada es Gratis en la Bolsa?

de Luis García Álvarez (@LuisGarciaAlv) y Michael Morosi (@mjmorosi) 

No todos los métodos de inversión tienen la misma consistencia en sus planteamientos ni, por supuesto, han cosechado los mismos resultados a lo largo de los años. Si dedicamos tiempo a estudiar qué personas o instituciones han obtenido mejores rentabilidades en el largo plazo se observa que muchos de ellos basan su trabajo en una filosofía conocida como inversión en valor o value investing. ¿En qué consiste exactamente esta filosofía y cómo puede ayudarnos a rentabilizar nuestros ahorros? Quizás la manera más sencilla de expresarlo sea decir que el inversor en valor trata, simplemente, de comprar negocios a precios atractivos respecto a su verdadero valor intrinseco. Se trata, por tanto, de buscar ineficiencias que, por distintos motivos, están pasando desapercibidas para el resto de inversores y aprovecharlas en nuestro favor. Una vez localizadas, es necesario tener la paciencia suficiente para esperar a que el mercado recupere la racionalidad. Es decir, el value investing parte de la premisa de que los mercados pueden desviarse del concepto de eficiencia en el corto plazo, usando de manera errónea la información disponible y equivocándose al asignar un precio a determinados activos. Sin embargo, esta filosofía sí acepta (de hecho, necesita) que los mercados tiendan a la eficiencia en el largo plazo, eliminando las diferencias temporales entre valor y precio.

La inversión en valor, al contrario que otros métodos, no consiste en dedicar nuestro tiempo a tratar de descubrir qué empresa va a ser la siguiente Netflix, Facebook o similar. Se trata, sencillamente, de comprar negocios cuyas características ya conocemos, esperando a que el mercado nos los ofrezca con un descuento significativo sobre su verdadero valor. Tan simple como intentar comprar algo por menos de lo que vale, aprovechando momentos de irracionalidad colectiva. A este colchón en el precio pagado, que nos protege contra los errores que inevitablemente podemos cometer en nuestro análisis, se le conoce como “margen de seguridad”.

Una de las características del inversor en valor es que éste toma habitualmente una perspectiva empresarial, intentando entender en profundidad los negocios que analiza. Precisamente, otro de los conceptos claves de esta filosofía es el del “círculo de competencia”. Invertir en negocios que no somos capaces de comprender bien aumenta significativamente las probabilidades de cometer un error. Es difícil que podamos valorar con cierta fiabilidad una empresa si no entendemos exactamente a qué se dedica, cómo gana dinero y de qué manera es probable que evolucione su entorno competitivo.

Otro de los elementos que diferencia a los seguidores del value investing es su concepción del riesgo en una inversión. Mientras que las finanzas tradicionales han asociado este concepto a la volatilidad en el precio de la acción, los inversores en valor huyen de esta idea. Para este grupo, el verdadero riesgo no tiene nada que ver con cuánto se mueva el precio de una compañía en el mercado.

No en vano, si encontramos un negocio atractivo, con un balance saneado y en manos de un equipo gestor de confianza, parece difícil justificar que se trate de una inversión temeraria simplemente porque el precio de sus acciones fluctúe mucho en el corto plazo. Por el contrario, el value investing define el riesgo como la probabilidad de perder poder adquisitivo de manera permanente, algo que parece tener una buena dosis sentido común y acercarse más a lo que verdaderamente debería de preocuparnos como empresarios.

Aclaremos algo importante. Al contrario de lo que en ocasiones se piensa, el inversor en valor puede perfectamente escoger compañías cuyos beneficios crecen actualmente a un ritmo alto o que pasan por un bache temporal pero pueden recuperar tasas altas de crecimiento en los próximos años. Sin embargo, a diferencia de otro tipo de inversores, buscará que esa capacidad para crecer a un ritmo alto sea una realidad que se pueda comprar a un buen precio, no una mera expectativa.

En este punto, probablemente usted se esté preguntando cómo es posible que, si el value investing funciona a largo plazo (lo hace), no haya más inversores que lo utilicen para incrementar su patrimonio. Probablemente esa duda se haya hecho mayor después de leer más arriba cómo los principios teóricos en los que se basa esta filosofía son relativamente sencillos. La respuesta a su pregunta tiene que ver directamente con la naturaleza humana. Con frecuencia, resulta ser la parte psicológica la que complica la puesta en práctica con éxito de este método de trabajo.

Para obtener rentabilidades extraordinarias, se necesitan dos cosas: tomar decisiones diferentes a las del consenso del mercado (cuya visión ya está incorporada en el precio al que cotizan las acciones) y, no menos importante, tener razón en nuestra tesis. Para mantenerse firme en estas decisiones durante el tiempo que sea necesario, mientras que la corriente de opinión dominante va en dirección opuesta a la nuestra, es imprescindible contar con un notable control de las emociones.

Nuestro cerebro, la estructura más compleja que se conoce, no está diseñado ni preparado para tomar decisiones relacionadas con nuestro dinero, sino con nuestra supervivencia. Por eso, si bien nuestra parte racional podría utilizar el value investing para rentabilizar nuestros ahorros, nuestra parte emocional a menudo nos hace olvidar estos principios justo cuando más los necesitamos.

La misma naturaleza humana que hace que aparezcan oportunidades en el mercado es la que con frecuencia nos mantiene alejados de aprovecharlas. Por eso, aunque pueda resultar polémico, me atrevo a decir que, en el mundo de las inversiones, la parte psicológica es a menudo más importante incluso que el propio análisis financiero.

Para aquellos que consiguen que se imponga su parte racional, la recompensa en forma de rentabilidad para su capital puede ser sustancial. Quizás el caso más conocido sea el del gestor americano Warren Buffett y su socio Charlie Munger. Otros destacados inversores en valor como Philip Fisher, Walter Schloss, Peter Lynch, Joel Greenblatt, Howard Marks, Jean-Marie Eveillard, Pat Dorsey o Seth Klarman, no sólo han logrado generar resultados excepcionales para los partícipes de sus fondos, sino que también han sido generosos al compartir las recetas de su éxito a través de sus textos o conferencias.

En nuestro país, sin ir más lejos, contamos en la actualidad con una brillante generación de inversores en valor, impulsados en gran medida por los excelentes resultados cosechados durante muchos años por el equipo liderado por Francisco García Paramés. Además, el profesor malagueño Tano Santos, al que ustedes han tenido ocasión de leer en Nada es Gratis, dirige actualmente la cátedra de value investing más importante del mundo en la Universidad de Columbia (Nueva York), donde en su día comenzó a enseñar Benjamin Graham, a quién se considera como el padre de esta filosofía. Éste es un logro sin precedentes dentro del ámbito de las finanzas para un académico nacido fuera de EEUU. Por todos estos factores, creo que no peco de optimista al decir que España es, sin duda, el país más relevante para los seguidores de la inversión en valor dentro de la Europa continental.

Sorprende, por tanto, que con un nivel tan extraordinariamente alto de gestores y académicos especializados en esta exitosa filosofía de inversión, las universidades de nuestro país no hayan dado todavía el paso de incluir el value investing con la importancia que se merece dentro de sus asignaturas de finanzas. Desde este blog, que en mi opinión tanto ha hecho por mejorar la cultura económica en España, les animo a título personal para que lo intenten. El coste es muy reducido y la recompensa en términos de aumento de bienestar para la población sería realmente significativa. Sin ninguna duda, una auténtica inversión en valor.