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Transferencias intergeneracionales y desigualdad de la riqueza

Por Gustavo Marrero, Juan César Palomino y Juan Gabriel Rodríguez

La riqueza (stock de dinero, activos financieros, inmuebles, propiedad empresarial) permite afrontar con mayor seguridad las fluctuaciones económicas inesperadas, ayuda a acumular capital físico y capital humano − lo que conlleva a su vez mayores ingresos −, y sirve de garantía para obtener más financiación, adquirir nuevos inmuebles y realizar proyectos empresariales. Todo ello hace que, para un mismo nivel de ingresos, una mayor riqueza de lugar a mayores crecimientos en la renta y el bienestar (ver aquí). Desgraciadamente, por mucho talento que se atesore, por muchas y buenas ideas empresariales que se tengan y por mucho esfuerzo que se despliegue por parte de los ciudadanos de una sociedad, una elevada desigualdad de la riqueza puede limitar la capacidad de estos para acumular capital humano, realizar proyectos empresariales y no ser excesivamente vulnerables a las grandes crisis económicas.

Detrás de la desigualdad de la riqueza, uno de los sospechosos habituales son las transferencias intergeneracionales, esto es, las herencias y las donaciones. Alvaredo et al. (2017) y Piketty y Zucman (2015) han estimado que el peso de las transferencias intergeneracionales en la riqueza total de los países desarrollados ha aumentado durante las últimas décadas de manera paralela al aumento en la desigualdad de la riqueza, lo que podría sugerir una relación entre ambos procesos. Sin embargo, la literatura que analiza esta relación usando microdatos no ha llegado a un consenso. Con el fin de enriquecer el debate y explorar en detalle esta cuestión, presentamos a continuación algunos resultados de nuestra investigación sobre la desigualdad de la riqueza y las transferencias intergeneracionales (ver aquí).

¿Cómo influyen las transferencias intergeneracionales en la desigualdad de la riqueza?

Podríamos decir que, a grandes rasgos, existen tres tipos de enfoques. En primer lugar, tenemos los estudios que miden el cambio en la riqueza tras la recepción de la herencia (Boserup et al., 2016, Elinder et al., 2018 o aquellos que comparan la distribución actual con una distribución en la que se substrae el valor actualizado de las herencias y donaciones recibidas en el pasado (Crawford y Hood, 2016; Karaggiannaki, 2017). Estos trabajos concluyen que las transferencias intergeneracionales aumentan la desigualdad absoluta (distancia monetaria entre individuos), pero disminuyen la desigualdad relativa (el índice de Gini relativo), aunque el efecto no perdura a largo plazo (Nekoei y Seim, 2018). El resultado en términos relativos es igualador porque − entre todos aquellos que reciben herencias − las transferencias recibidas por los individuos en la parte más alta de la distribución son inferiores (en relación con la riqueza previa) a las recibidas por los receptores que están más abajo en la distribución.

No obstante, una parte significativa de la población no recibe herencias ni donaciones reseñables, siendo la magnitud de las herencias recibidas en la parte baja de la distribución mucho menor que en la parte alta (Nolan et al., 2021, tablas 4 y 15, ver aquí). Por ello, Feiveson y Sabelhaus (2018), comparan la distribución de riqueza observada en EE.UU. en 2016 con una hipotética en la que toda la riqueza atribuible a transferencias intergeneracionales recibidas se distribuyera por igual entre la población. Se observa entonces cómo el 10% de la población más rico pasa de ostentar el 73% de la riqueza total a solo el 57%. Este caso ilustra claramente cómo la distribución contrafactual que se tome como referencia afecta drásticamente a las conclusiones alcanzadas.

El tercer enfoque analiza la importancia de las herencias en el grado de correlación entre la riqueza de los padres y de los hijos. Así, Adermon et al. (2018) encuentran que al menos la mitad de la correlación entre padres e hijos viene explicada por las herencias. En el mismo sentido, Fessler y Schürz (2018) concluyen que haber recibido una herencia en cualquier momento del pasado eleva, en promedio, la posición de un hogar 14 percentiles en la distribución de la riqueza.

Una nueva propuesta para medir la contribución de las herencias y donaciones.

Nuestro enfoque es distinto (véase la Sección 2 del artículo para más detalles). En primer lugar, partiendo de la distribución total de la riqueza, controlamos la riqueza individual por la edad, el género y el tamaño del hogar, factores que pueden condicionar la asociación entre riqueza y herencias pero que no son objeto de nuestro interés (nuestra medida de riqueza es entonces ‘ajustada’ y ‘equivalente’). Posteriormente, condicionamos la distribución de la riqueza por el nivel de la herencia recibida, obteniendo cinco grupos: no receptores, pequeños receptores, receptores medio-bajos, receptores medio-altos, y receptores de grandes herencias. Adicionalmente, por estar correlacionado con las herencias y para dimensionar la relevancia neta de las mismas, condicionamos además por el estatus socioeconómico familiar (aproximado por la educación u ocupación de los padres). La intuición de nuestro método es que si las herencias (y el origen familiar) no tuvieran importancia, la distribución de la riqueza por grupos sería muy similar.

Contrastamos esta hipótesis para España (Encuesta de Finanzas y Consumo de los Hogares, HFCS, 2014), Francia (HFCS, 2014), Estados Unidos (Encuesta de Finanzas del Consumidor, SCF, 2016) y el Reino Unido (Encuesta de Riqueza y Activos, WAS, 2012). Aunque estos países pertenecen a la OCDE, presentan diferencias notables en la tributación sobre la riqueza y en las herencias observadas, lo que da mayor robustez a nuestros resultados.

En el gráfico 1 para España (similar para el resto de los países analizados) ordenamos a los individuos de menor a mayor riqueza dentro de su grupo según la herencia recibida. Claramente se observa que, para cada percentil, la riqueza de los dos grupos de individuos que mayores herencias han recibido (tercer y, especialmente, cuarto cuartil de la distribución de herencias) es superior a la del resto de grupos. Por tanto, dado que las diferencias son notables, existe una asociación relevante entre las herencias recibidas y la desigualdad de la riqueza en España. Además, este resultado es similar en todos los países analizados. Del mismo modo, se observan diferencias notables entre las distribuciones de riqueza por grupos cuando consideramos de manera simultánea las herencias y el estatus.

Figura 1. Distribución de la riqueza en España por grupos de herencias.

Nuestro análisis, en definitiva, intenta responder a la pregunta ¿cuánto cambiaría la desigualdad si eliminásemos la asociación entre riqueza y los distintos niveles de herencias recibidas? Comparando este contrafactual con la situación observada, podemos medir la contribución de las herencias y el estatus socioeconómico a la desigualdad de la riqueza en los cuatro países analizados utilizando un índice de desigualdad aditivamente descomponible, la desviación logarítmica media (MLD). Se observa en la Tabla 1 cómo la contribución conjunta de estos dos factores asciende a casi la mitad de la desigualdad en los Estados Unidos, España y Francia (49%, 47%, 45%, respectivamente) y a más de un tercio en el Reino Unido (36%). Para nuestro propósito, no obstante, lo más adecuado es comparar los efectos marginales de cada factor. Una vez descontada la interacción con el origen social familiar, las herencias y donaciones aún representan una parte importante de la desigualdad en riqueza: 31% para Francia, 27% para los Estados Unidos, 26% para España y 22% para el Reino Unido. Estas contribuciones superan claramente a las contribuciones marginales del origen familiar (descontada la interacción con las herencias), las cuales se sitúan entre un 4% y un 12%. El resto de la contribución conjunta vendría explicada por la interacción entre herencias y el estatus socioeconómico. Cuando aplicamos procedimientos alternativos de descomposición, como la descomposición según el valor de Shapley, los porcentajes son similares.

Tabla 1. Contribución de las herencias y el estatus a la desigualdad de la riqueza.

Francia España Reino Unido Estados Unidos
Contribución conjunta de las herencias y el origen familiar Estimación 44,6% 46,9% 36,3% 48,8%
Error Estándar (1,5%) (2,6%) (1,8%) (2,1%)
I.C. (41,4% - 47,8%) (41,3% - 52,5%) (32,3% - 40,3%) (44,1% - 53,4%)
Contribución marginal de las herencias Estimación 30,5% 26,3% 21,8% 26,6%
Error Estándar (1,5%) (4,4%) (2,0%) (2,1%)
I.C. (27,3% - 33,7%) (16,9%- 35,7%) (17,4% - 26,1%) (22,1% - 31,1%)
Contribución marginal del origen familiar Estimación 4,1% 7,2% 5,7% 11,7%
Error Estándar (1,1%) (2,2%) (0,9%) (2,5%)
I.C. (1,6% - 6,5%) (2,4% -12,0%) (3,7% - 7,7%) (6,2% - 7,1%)
Contribución interacción entre herencias y el origen familiar Estimación 10,0% 13,4% 8,8% 10,5%
Error Estándar (1,8%) (4,4%) (1,6%) (2,8%)
I.C. (6,1% - 14,0%) (3,9% - 23,0%) (5,4% - 12,2%) (4,5% - 16,5%)

Conclusiones

Parece claro, a tenor de nuestros resultados, que las transferencias intergeneracionales son importantes a la hora de explicar la desigualdad de la riqueza observada (ver también aquí). Por otro lado, los resultados parecen indicar que cuando las herencias y donaciones superan un determinado umbral, las oportunidades para acumular más riqueza se amplían sobremanera (véase la distribución de la riqueza para los receptores de mayores herencias, Q1, en la Figura 1). Aunque es un reto pendiente en la literatura estimar con precisión el umbral a partir del cual las herencias contribuyen más fuertemente a la desigualdad en riqueza, nuestros resultados apuntan a que no todas las herencias son iguales en ese sentido.

Por ello, en el debate abierto sobre el impuesto a las herencias y las donaciones, podemos señalar que quizás fuera óptimo que este tuviera dos tramos: el primero (hasta un umbral elevado de herencias) con un tipo marginal 0 o muy bajo; el segundo (a partir de dicho umbral) con un tipo marginal significativo. Este diseño, además de ser simple (poco distorsionador), ayudaría a reducir el impacto que sobre las oportunidades de los ciudadanos tienen las herencias recibidas. Y ello sin entrar a valorar los subsecuentes posibles efectos positivos que una mejora de las oportunidades individuales puede tener sobre el crecimiento económico (Marrero y Rodríguez, 2013; Bagchi y Svejnar, 2015; Bradbury y Triest, 2017).