De Mauricio Drelichman y David González-Agudo
En tiempos recientes las mujeres han logrado acceder a oficios tradicionalmente reservados para los hombres, al tiempo que las brechas salariales de género se han reducido sensiblemente, al menos en los países industrializados (ver aquí, aquí, y, varias entradas en este blog, resumidas aquí). Estas mejoras, aún parciales, resaltan la enorme disparidad existente en los mercados de trabajo de prácticamente todo el mundo hasta hace pocas décadas. La perspectiva, sin embargo, se vuelve más difusa al considerar lo que podríamos llamar el larguísimo plazo. De hecho, sabemos poco sobre la situación laboral de la mujer en época preindustrial y aún menos sobre su remuneración. España, con ricas fuentes documentales para la temprana Edad Moderna, nos ofrece un laboratorio privilegiado para trazar la historia de las brechas de género más allá de los límites de la era estadística.
No es sencillo calcular una brecha de género pura. La diferencia salarial debe ajustarse por horas trabajadas, productividad, tareas realizadas y otras características individuales de los trabajadores. Sólo cuando estas variables han sido tenidas en cuenta puede adjudicarse la brecha a factores específicos como, por ejemplo, la maternidad (aquí) o la discriminación de género. Estos ejercicios, ya complejos con datos modernos, son prácticamente imposibles con la escasa información disponible en documentos centenarios. ¿Cómo salvar el problema?
En este trabajo utilizamos los registros contables del Hospital de Tavera, en Toledo, entre 1553 y 1650, para identificar una profesión en la que hombres y mujeres desarrollaban exactamente las mismas tareas, cumplían el mismo tiempo de trabajo, y eran igual de productivos. De esta manera podemos concluir que cualquier diferencia salarial es una brecha de género pura. Tal profesión era la enfermería. Los estatutos de los hospitales de la época requerían que los enfermos varones fueran atendidos exclusivamente por enfermeros, mientras que las mujeres debían ser cuidadas por enfermeras. Hombres y mujeres tenían exactamente las mismas responsabilidades: alimentar a los enfermos, cuidar de su higiene y administrarles las medicinas recetadas por el médico. También tenían que vivir en el hospital y cumplir los mismos días de trabajo, 365 al año sin salidas ni vacaciones. Esta situación pudo restringir, para el caso de las mujeres, el trabajo a solteras y viudas, mientras que es posible que algún enfermero tuviera familia fuera del hospital. Con semejante carga laboral, este personal sanitario no duraba mucho en el hospital: el promedio para ambos sexos rondaba un año y ocho meses.
Antes de calcular la brecha de género, queda establecer que la productividad de hombres y mujeres fuera la misma. A tal fin, podemos utilizar los libros de admisión de enfermos del hospital, que ofrecen el número de pacientes, por sexo, ingresados cada año. De este modo, si dividimos el número de pacientes por el número de días en que enfermeros de su mismo sexo trabajan, obtendremos una medida aproximada de la productividad. Según los resultados obtenidos, ésta difiere poco entre hombres y mujeres.
Los enfermeros recibían del hospital: 1) un salario monetario; 2) comida, generalmente servida una vez al día en el refectorio; y 3) alojamiento. Las nóminas de Tavera refieren los salarios pagados en metálico, mientras que los libros de despensa reflejan las cantidades de pan, carnero y vino entregadas en especie. Para calcular el valor de estas últimas, utilizamos precios de carnero y vino en la literatura, más una nueva serie de precios de pan obtenidos de los libros de botillería del hospital. Para calcular el valor del alojamiento, utilizamos nuestros propios estimadores del valor de los alquileres pagados por las clases trabajadoras en Toledo en los siglos XVI y XVII. Finalmente, deflactamos los montos resultantes utilizando un índice de precios.
El siguiente gráfico muestra la compensación total de enfermeros y enfermeras, en maravedíes constantes. También, a modo de comparación, se detalla la compensación total del enfermero mayor, quien cumplía funciones de supervisión, como una indicación del skill premium.
Dividiendo la compensación total de las enfermeras por la de los enfermeros se obtiene el salario femenino como proporción del salario masculino, una medida estándar de la brecha de género que se muestra a continuación.
Como se puede apreciar, al inicio de las operaciones del hospital, enfermeros y enfermeras recibían exactamente la misma compensación, establecida en las constituciones del centro. Esta situación llegó a su fin con el cambio de patronato del hospital en 1569, que comportó una revisión de prácticamente todos los salarios para ajustarlos a valores de mercado. Esto derivó en una disminución de los salarios y raciones destinados a las mujeres, quienes pasaron a percibir aproximadamente un 75% de la compensación masculina. Esta proporción se mantuvo estable hasta 1620, para luego crecer de forma sostenida hasta alcanzar un promedio del 85% alrededor de 1650.
Las anotaciones al margen de las nóminas y los libros de gasto permiten establecer que las variaciones en la compensación de hombres y mujeres respondieron a las fuerzas de oferta y demanda. Un claro ejemplo lo tenemos cuando dos enfermeras renuncian en 1611. Al no poder conseguir otras dos por el mismo salario, el hospital decide emplear a mozas sin experiencia durante unos meses. Al final, la situación obliga a contratar dos enfermeras nuevas con un aumento salarial del 20%.
¿Qué resultados podemos destilar de estas observaciones? En primer lugar, que, al menos en ocupaciones urbanas como la enfermería, las mujeres tenían acceso a mercados de trabajo cuyos precios se determinaban por la interacción de la oferta y la demanda. Esto vendría a desmentir la idea, ampliamente aceptada, de que los salarios femeninos en el sur de Europa se regían por costumbres y tradiciones, en lugar de por las fuerzas del mercado (ver, por ejemplo, aquí). En segundo lugar, que la compensación de las mujeres por igual tarea, productividad y condiciones laborales, no era muy inferior a la de los hombres. El tamaño de la brecha de género, de hecho, es muy similar a los niveles modernos. ¿Qué puede explicarla? La segmentación de los mercados laborales, con muchos de ellos cerrados a las mujeres, podría claramente haber influido en deprimir la demanda de trabajo femenino. La clave más clara, sin embargo, la dan las nóminas. Mientras el 70% de los enfermeros varones podía firmar sus recibos de salario, ni una sola de las mujeres era capaz de hacerlo, indicando su falta de alfabetización. Al no poder leer ni escribir, sus posibilidades de progreso laboral quedaban truncadas. No es raro ver enfermeros ascendiendo a puestos que requerían escritura y aritmética básica, como despensero o botiller. En cambio, ninguna mujer en nuestra muestra logra obtener puestos mejor remunerados.
La sociedad del siglo XVI claramente restringía el acceso de la mujer a ciertas ocupaciones, ya sea a través de normas culturales o limitando su acceso a la educación. Nuestra investigación sugiere, no obstante, que los mercados de trabajo de la época operaban de forma eficiente, respondiendo a las fuerzas de oferta y demanda. La discriminación de género, parcialmente reflejada en nuestras gráficas, y parcialmente en la segmentación de los oficios accesibles para ambos sexos, ocurría previamente al acceso de las mujeres al mercado de trabajo, no dentro de él. Debe tenerse en cuenta que, en semejante contexto, la brecha de género es un indicador muy parcial. Sin embargo, provee una nueva ventana a un mundo que aún se conoce poco, contribuyendo a una mejor comprensión de la trayectoria histórica de la posición social y económica de la mujer en España.
Hay 1 comentarios
¡Qué trabajo tan interesante!
Enhorabuena.
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