Por Mery Ferrando
El primer y plausiblemente más importante Objetivo de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas era reducir la pobreza extrema a la mitad entre 1990 y 2015. Si bien la pobreza es multidimensional, una de las formas más extendidas de medirla es a través de la pobreza de ingresos. El índice más conocido y utilizado para medir la pobreza de ingreso es la tasa de pobreza, que mide la proporción del número de personas cuyos ingresos no superan un cierto umbral, denominado línea de pobreza.
A su vez, existen dos tipos de pobreza de ingreso, la pobreza absoluta y la pobreza relativa. La pobreza absoluta mide la ausencia de recursos necesarios para cubrir las necesidades de subsistencia como alimentación y refugio. El Banco Mundial, por ejemplo, considera que una persona es pobre absoluta (o extrema) si el ingreso per cápita del hogar no supera los USD 1.90 por día en paridad de poder adquisitivo (PPA) de 2011. La pobreza absoluta es normalmente utilizada por los países de ingresos bajos. La pobreza relativa, en cambio, mide la ausencia de recursos para participar en las actividades diarias de la sociedad en la que se vive, o, en otras palabras, la ausencia de recursos para la inclusión social. Se entiende que el costo de inclusión social aumenta con los niveles de vida de la sociedad, como sugería Adam Smith. En términos prácticos, la línea de pobreza relativa se define en función del nivel de vida de la sociedad y crece a medida que un país crece. Por ejemplo, en la Unión Europea la línea de pobreza relativa se fija en 60% de la mediana de ingresos disponibles de los hogares a nivel nacional. Esta forma de pobreza es utilizada más comúnmente en países de ingresos altos.
Existe un apoyo creciente a la idea de que para medir la pobreza de ingresos a nivel mundial, deberíamos usar una medida que tenga en cuenta tanto la forma absoluta como relativa de la pobreza. Uno de los principales argumentos a favor de esta idea es que tomar una perspectiva global implica considerar tanto subsistencia como la inclusión social, que son los dos funcionamientos que, como ya comenté, están detrás de la medición de la pobreza en países de ingresos bajos y altos respectivamente. Como ejemplo del creciente apoyo, el Banco Mundial, institución líder en el monitoreo de la pobreza, comenzó recientemente a estimar y publicar la pobreza societal, una medida de pobreza que incluye tanto aspectos absolutos como relativos. La pobreza societal se define como la proporción de individuos cuyos ingresos no superan la línea de pobreza societal. Esta línea se establece como el valor máximo entre la línea de pobreza absoluta (USD 1.9), y la suma de USD 1 más la mitad de la mediana del nivel de ingreso de un país. Esta línea de pobreza es entonces absoluta en países de bajos ingresos y relativa en países de altos ingresos.
La medición de pobreza global es particularmente relevante en períodos de crecimiento económico en muchos países acompañados por crecimiento de la desigualdad. Si tomamos el período 1990-2015, muchos países en desarrollo experimentaron un fuerte ingreso, lo que permitió reducir la pobreza absoluta a más de la mitad. Sin embargo, en el mismo período, muchos países también experimentaron un crecimiento en la desigualdad de ingresos. Este aumento de la desigualdad entonces puede haber aumentado la exclusión social de hogares pobres. Si la pobreza absoluta disminuye mientras que la pobreza relativa aumenta, es relevante preguntarse qué pasó con la pobreza de ingresos global, tomando en cuentas las dos formas de pobreza.
En un artículo junto a Benoit Decerf, proponemos dos argumentos para responder a esta pregunta. Primero, argumentamos que la pobreza de ingresos global no debería medirse tomando la proporción de hogares pobres por debajo de la línea de pobreza societal, como hace actualmente el Banco Mundial. La razón es que esta medida de pobreza considera que la privación de los hogares que son pobres absolutamente (es decir, cuyos ingresos están por debajo de la línea de pobreza absoluta) es igual a la privación de los hogares que son relativamente pobres (es decir, cuyos ingresos se encuentran entre la línea de pobreza absoluta y la línea relativa). Entendemos que un supuesto más natural es que la pobreza absoluta es más severa que la pobreza relativa. Para darle sustento empírico a esta idea, llevamos adelante una encuesta en línea en tres países con diferentes niveles de ingresos y desigualdad (Sudáfrica, el Reino Unido y Estados Unidos). La muestra es representativa de la población adulta de cada país. En los tres países, la gran mayoría de los individuos establecieron que: a) un individuo cuyos ingresos no alcanzan para cubrir las necesidades de subsistencia es más pobre que un individuo cuyos ingresos no alcanzan para cubrir los costos de inclusión social, y b) ellos mismos preferirían ser pobres relativos que pobres absolutos.
Si creemos que la pobreza absoluta es más severa que la pobreza relativa, cuando usamos una medida que combina ambas formas de pobreza, deberíamos tomar en cuenta esa mayor severidad de la pobreza absoluta. Nuestro segundo argumento entonces es que deberíamos usar una medida de pobreza que le de mayor jerarquía a la pobreza absoluta. En el artículo tomamos una familia de índices de pobreza desarrollado por mi coautor en un paper anterior. Esta familia está caracterizada por la prioridad que se le da a la pobreza absoluta sobre la relativa, con la condición de que el peso que se le da a la pobreza absoluta es siempre mayor al peso que se le da a la pobreza relativa.
Ahora bien, que la pobreza absoluta sea más severa que la pobreza relativa no nos informa exactamente sobre cuál es la prioridad o mayor peso que deberíamos darles a los pobres absolutos sobre los pobres relativos cuando medimos la pobreza global. Volvamos entonces a la pregunta sobre qué pasó con la pobreza de ingresos global, tomando en cuentas las dos formas de pobreza, en un período caracterizado por una reducción de la pobreza absoluta y un crecimiento de la pobreza relativa. La respuesta puede depender, al menos en principio, en cómo definamos la prioridad exactamente. Si le damos mucha prioridad a la pobreza absoluta es de esperar que concluyamos que la pobreza global cayó en ese período. Pero si en cambio, le damos poca prioridad a la pobreza absoluta, podría pasar que concluyamos que la pobreza global se mantuvo o incluso aumentó.
En el artículo mostramos dos resultados nuevos, uno conceptual y otro empírico. En primer lugar, demostramos que es posible que todos los indicadores dentro de la familia que usamos concluyan que la pobreza global se movió en cierta dirección (es decir, cayó o aumentó), incluso en casos en los que la pobreza absoluta y relativa evolucionaron de forma opuesta. En segundo lugar, hacemos variar el índice de prioridad entre sus dos extremos posibles (máxima y mínima prioridad a la pobreza absoluta, pero siempre dando jerarquía a la pobreza absoluta sobre la relativa), y mostramos que la pobreza global de ingresos se ha reducido (al menos) a la mitad entre 1990 y 2015, independientemente del valor elegido para el parámetro de prioridad. Además, la magnitud de la reducción de la pobreza es mucho mayor que la que encuentra la pobreza societal. Volviendo a la frase inicial, nuestro resultado empírico, basado en el supuesto leve de que la pobreza absoluta es más severa que la pobreza relativa, confirma las evaluaciones positivas sobre el avance en la reducción de la pobreza durante el período cubierto por los Objetivos de Desarrollo del Milenio.