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Si tan mal estamos, ¿por qué no estamos directamente intervenidos?, de Tano Santos

De Tano Santos

Una de las constantes en esta crisis ha sido la actitud del BCE reacio a tomar un papel principal en esta crisis. Sin ir más lejos, nuestro todavía presidente, el Sr. Rodríguez Zapatero, pidió la pasada semana la intervención del Banco Central Europeo para calmar los mercados de deuda para rebajar la presión sobre la prima. Por ahora no va a ocurrir y la razón se la dio su propia ministra de Economía Salgado: El incremento de la prima afecta a la nueva deuda emitida pero no al montante de la deuda viva, que es mucho menor y por ahora completamente sostenible. Por supuesto que es preocupante el incremento de los tipos y es síntoma de muchas dudas sobre nuestro país pero por ahora no es letal. Y este es el problema. Contra todo lo que pueda parecer, y por cruel que sea ni siquiera el pensarlo, es precisamente porque la crisis aun no se ha sentido en toda su gravedad que los gobiernos, incluyendo el nuestro, no han tomado todas las medidas necesarias. Las nuestras han sido sólo parciales. Lo más importante, las reformas estructurales, sobre todo la del mercado laboral, la racionalización de las finanzas autonómicas y la resolución de nuestra crisis bancaria, están por hacerse.

Al BCE, y con mucha probabilidad también a nuestros socios europeos en mejores condiciones, les preocupa que una intervención que relaje la presión sobre los mercados periféricos disminuya los incentivos a realizar tanto las muchas reformas que necesita nuestro país (y también Grecia, Portugal e Italia) como los incentivos a un ajuste fiscal, nocivo desde el punto de vista económico pero inevitable dado que hay ahora mismo no hay financiación para una política fiscal expansiva. Esta situación es solo responsabilidad nuestra: España no ha hecho los deberes y no los ha hecho precisamente porque a pesar de la tragedia del desempleo nuestros gestores de política económica no se han atrevido a atacar la crisis con decisión.

A la falta de incentivos se une la falta de entendimiento de la naturaleza de esta crisis. Es prueba de esta falta de entendimiento que las tímidas reformas hechas por el gobierno saliente, meritorias como han sido, se consideren radicales y hayan costado al PSOE una grave derrota electoral. Es importante repetirlo: España está en lo estructural, básicamente como estaba al principio de la crisis y los problemas de nuestra economía están sin resolver. Es por ello que seguimos en el ojo del huracán. La reforma de las pensiones, del sistema financiero, que básicamente acaban con esas instituciones centenarias que son las cajas, o los recortes al gasto no eran bastantes a no ser que se atacasen los tres problemas en el origen de esta crisis.  Primero, una reforma profunda de las cuatro áreas que no funcionan en nuestro país y que son la piedra atada al cuello de la productividad española. Allá va otra vez, que no sea por no repetirlo: Hay que hacer la reforma del mercado laboral; de un sistema educativo que esta a la cola, entre los países avanzados, vergüenza que no se puede tolerar un minuto más porque se lo debemos a los futuros españoles; una reforma administrativa que aligere una burocracia que dificulta la formación de nuevas empresas y también una del mercado inmobiliario para evitar episodios como los vividos y que permitan un mayor movilidad de la población. Segundo hay que resolver la crisis bancaria de una vez por todas y por último racionalizar las finanzas autonómicas.

Y si la mayoría está por hacerse, ¿por qué España no está directamente intervenida? Por tres motivos. Primero porque, por decirlo de una forma entendible, había “mucha gasolina en el tanque”: España contaba con una notable capacidad de endeudamiento, consecuencia del buen comportamiento fiscal en la década que precede a la crisis; y esto es consecuencia, única y exclusivamente, de los ingresos asociados con la burbuja inmobiliaria; hasta las cosas buenas tienen orígenes sospechosos. También había reservas en el sector financiero: La inteligente regulación del Banco de España que forzaba a las entidades de crédito a acumular las famosas provisiones genéricas, dotó a nuestro sistema financiero de un valioso colchón con el que absorber el shock inicial de la crisis. Aquí he lamentado en varias ocasiones que este colchón se podía haber utilizado para hacer muchísimo y mucho antes pero de esto no quiero hablar más pues ya se ha dicho todo lo que se podía decir.

El segundo motivo por el que nuestro país no está intervenido es porque algo se hizo a partir de mayo de 2010, cuando nuestro presidente da un giro, tímido en mi opinión,  a su estrategia económica y empieza los recortes y ajustes fiscales. La tardanza con la que todo se hizo no dejó opciones. Lo escribí en su momento: Una política de demanda no era viable sin una política de oferta y se hizo lo primero sin intentar lo segundo y eso no era sostenible y nos llevaba directamente a una crisis de financiación, como así ha sido.

La tercera razón era que los problemas políticos en Grecia y en Italia hacían de España un país modélico en comparación. Efectivamente la crisis ha mostrado de forma clarísima las limitaciones de los sistemas políticos de esos dos grandes países que son Grecia e Italia, incapaces de tomar las duras decisiones que la situación requiere y con una clase política dividida más allá de lo que parece reparable. No es este nuestro caso. De forma afortunada nuestras elecciones llegaron en el peor momento de la crisis pero la nueva mayoría, con independencia de la inclinación ideológica de cada uno, llega con una autoridad clara para atacar la crisis de la que carecen, en mi opinión, los gobiernos tecnocráticos de Grecia e Italia, sobre todo por la sospecha de que en la elección de los mismos alguna influencia extranjera ha habido (de esto no sé nada pero de la sospecha se habla en voz alta y por eso lo menciono.)

Pero nuestra economía llega a Diciembre, siguiendo con el símil, con el tanque vacío: Las tres razones que han evitado la intervención se agotan irremediablemente. Nuestra deuda sigue en aumento y el objetivo de déficit no parece que vaya a cumplirse; nuestros socios europeos, quizás con poca razón, no consideran las genéricas parte del capital de los bancos y la lentitud en la resolución de nuestra crisis bancaria ha contaminado el sistema entero; las reformas están por concluirse y griegos e italianos parecen por ahora haber contenido sus crisis políticas lo que los hace más fiables a ojos de aquellos que tienen la sartén por el mango.

El nuevo gobierno tiene que actuar con muchísima decisión y energía y aun así necesitará suerte. También, por cierto,  tiene que empezar a comunicarse con los ciudadanos que le han concedido tan amplia autoridad, a explicarse, y hacernos partícipes de sus decisiones. En este barco estamos todos metidos y nos salvamos o nos hundimos juntos.