Por su gran relevancia, extensión y variedad de temas, Nada es Gratis dedicará varias entradas a comentar la obra de los recién galardonados con el premio Nobel de economía Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson, desde distintos ángulos y en sus diferentes vertientes. Aquí, la primera de ellas.
Por Agustín Casas
El pasado lunes, Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson recibieron el premio Nobel de Economía por sus contribuciones al estudio de la formación de las instituciones y cómo estas afectan a la prosperidad de los países. El timing no podría haber sido más perfecto. Dos días antes había sido 12 de octubre.
Todo tiene que ver con todo.
Acemoglu se doctoró en la London School of Economics and Political Science y actualmente es profesor en el departamento de economía en MIT. Johnson es profesor en la Sloan School of Management, también en MI. Por último, Robinson, quien alguna vez se definió como un “economista en recuperación”, trabajó en los departamentos de ciencias políticas de Berkeley y Harvard antes de unirse a la Harris School of Public Policy de la Universidad de Chicago.
Los tres han publicado juntos y/o separados casi 300 artículos en revistas de economía, ciencias políticas, finanzas e historia. Entienden la economía como una ciencia social, rigurosa y multidisciplinar. La obra de estos tres premiados es inabarcable, se mire por donde se la mire. Permítanme hacer un recorrido parcial y breve por ella, inspirado en el viaje de La Niña, La Pinta y La Santa María.
¿Qué tienen en común los galardonados con el “Día de la Hispanidad”? Uno de los artículos más citados de estos autores, con más de 18,000 citas, se titula “The Colonial Origins of Comparative Development”. En él, investigan cómo las instituciones coloniales afectan la prosperidad de los países en la actualidad.
¿Pero cómo puede ser que instituciones establecidas hace 500 años tengan algún efecto hoy en día? Simplificando, los autores argumentan que hay dos tipos de instituciones: extractivas e inclusivas. Las primeras benefician económicamente a una pequeña élite que también ostenta el poder político (de jure y/o de facto). Dicha élite tiene incentivos a mantener el statu quo (es decir, las mismas instituciones) durante el mayor tiempo posible.
Por otra parte, las instituciones inclusivas reparten mejor el pastel. Con un poder económico y político menos concentrado se facilitan los acuerdos que benefician al conjunto de la sociedad, haciendo aumentar su riqueza. Típicamente, se garantizan los derechos de propiedad, lo que a su vez fomenta la inversión y el desarrollo.
En resumen, las instituciones de hoy dependen de quienes ostentaron poder (económico y político) ayer.
¿Y cuáles eran esas instituciones coloniales extractivas? Uno de los ejemplos que mencionan los autores es el de las plantaciones de azúcar en Brasil y el Caribe, cuyo objetivo era extraer la mayor cantidad de recursos posible mediante el uso de mano de obra esclava. Otro ejemplo es el de las minas del virreinato de lo que hoy es Perú. Melisa Dell, una estudiante de Acemoglu, ha demostrado el efecto persistente de la Mita, una institución utilizada por los colonos españoles que requería trabajo forzoso en estas minas. Dell cuantificó el impacto negativo de la Mita en las instituciones y el desarrollo económico de las regiones afectadas y sus alrededores.
En otro artículo, titulado “Reversal of Fortune”, Acemoglu, Johnson y Robinson fueron más allá y mostraron que la revolución industrial acentuó las diferencias generadas entre países con instituciones inclusivas o extractivas. Para poder aprovechar innovaciones “científicas”, las sociedades debían proteger la inversión en nuevas tecnologías.
Pero los ganadores del Nobel ya anticiparon nuestra siguiente preguntar: Entonces, ¿las instituciones son inmutables? Su respuesta fue “no”. En otro artículo multicitado, Acemoglu y Robinson explicaron cómo una sociedad civil organizada puedo lograr concesiones institucionales que aseguren una mejor distribución de la riqueza. Cuando la élite se enfrenta a la posibilidad de perder el poder, esta ofrece concesiones. Es decir, intenta otorgar beneficios a quienes desafían su autoridad. En el siglo XIX, las élites de muchos países occidentales introdujeron el voto universal como respuesta a la amenaza de una revolución. De esta forma, el votante decisivo dejaba de ser un miembro de estas élites y podía asegurar transferencias futuras a su clase social. Este análisis sobre el conflicto y las concesiones está desarrollado en mayor profundidad en su libro El pasillo estrecho, del que Gerard nos habló en su momento.
Hasta aquí he hablado de élites, clases sociales y poder económico y político. Con esto no he querido sugerir que los recién premiados aboguen por una revolución socialista (que yo sepa), pero sí que entienden el devenir de las sociedades a través del conflicto de intereses entre agentes con objetivos e incentivos distintos, que a su vez se ven determinados en parte por las reglas y leyes del momento. Como buenos agentes racionales, estos actores sociales también quieren cambiar las reglas y leyes para favorecerse. Independientemente del nombre que les demos a estos grupos, estudiar cómo las instituciones resuelven el conflicto de interés entre ellos es clave para entender la evolución histórica de las sociedades.
En el artículo que mencioné al principio, los tres premiados mostraron que las instituciones coloniales determinan, en parte, las instituciones actuales. En particular, utilizando la terminología anterior, las instituciones coloniales inclusivas han contribuido a aumentar la protección de la propiedad privada, disminuir el riesgo de expropiación y fomentar el crecimiento. Yendo aún más al detalle del artículo, la exogeneidad de las instituciones está dada por la mortalidad de los colonos: en aquellas regiones donde los occidentales tenían más probabilidad de sobrevivir, las instituciones fueron más bien inclusivas. En cambio, en áreas con alta mortalidad (por ejemplo, por malaria o fiebre amarilla) era más probable que las instituciones fueran extractivas. Ademas del caso Latinoamericano, los autores también exploraron las experiencias coloniales en África, como la del Rey Leopoldo de Bélgica en el Congo.
En el segundo párrafo de ese mismo artículo, los autores escriben “…que las instituciones son importantes no es una novedad”. En otras palabras: Acemoglu, Johnson y Robinson no han ganado el Nobel por decir que las instituciones son importantes. Lo han ganado por explicar, de forma sistemática, cómo y por qué las instituciones son importantes, cómo resuelven los conflictos, cómo determinan ganadores y perdedores. Y cómo eso afecta el devenir de esas mismas instituciones, del crecimiento económico y la desigualdad social. En cierto modo, han complementado el trabajo de Ronald Coase, quien recibió el Nobel por esclarecer el rol de los costes de transacción y los derechos de propiedad dentro de las instituciones y la economía. O el de Douglass North, quien compartió el galardón con Fogel por haber contribuido a explicar el cambio institucional desde un punto de vista histórico.
Acemoglu, Johnson y Robinson han escrito varios artículos sobre la experiencia colonial, pero sobre éste, que nos provee de “una estimación confiable de cuán importante son las instituciones”, Manuel Arellano ha escrito que se trata de “la regresión con variables instrumentales más importante de la historia”.
Todavía se habla de Cristóbal Colón y el nuevo mundo. De cómo ha expandido la frontera de lo conocido, borrando los límites del viejo mundo. A través de su obra, además de expandir el área de la economía política, los recién premiados nos invitan a reflexionar sobre el avance de la ciencia y la compartimentalización de la investigación, borrando los límites entre historia, ciencia política y economía.
Hay 2 comentarios
Realmente es muy interesante la entrada.
Siempre me he preguntado cómo se armoniza un sistema relativista. Es decir, en el caso de la economía un sistema con diferentes agentes que persiguen su interés privado. Ciertamente podemos identificar un periodo de “armonía” y un periodo de ruptura o colapso, como pueden darse en “guerras civiles” o grandes depresiones en la economía.
Es decir, cómo se parte de un estado de guerra de todos contra todos, a una paz estructural o contractual que armoniza las relaciones y conduce en un proceso de “mano invisible” a la sociedad o al sistema económico.
Personalmente, opino que el papel de las instituciones como entidades reguladoras actúa de forma decisiva para sostener el equilibrio o en su erosión o ausencia para romper este de forma dramática. En ese sentido como Hobbesiano me congratula que se subraye este hecho sin caer en estereotipos o sesgos de socialismofobia.
A raíz de la presente entrada, reflexionando estos días sobre el papel de los mercados al margen de las instituciones reguladoras, queriendo entender el proceso “autorregulativo” de los mercados no solo bajo el prisma del modelo de equilibrio de Walras, sino a través de una visión complementaria del término equilibrio relacionado con el apartado redistributivo he decidido plasmar mis argumentos como una extensión del presente comentario, por si a alguien pudiera resultar de algún interés.
En ese sentido he desarrollado un concepto de equilibrio económico complementario al de equilibrio general AQUÍ y a raíz de ello una pequeña app para plasmar sobre un plano cartesiano con funciones trigonométricas un esquema representativo que permita monitorizar el balance de oferta y demanda de un mercado dinámico, con una representación similar a un “contador o velocímetro”, conectando con unas APIs de varios portales de servicios financieros, para tener los datos en tiempo real. AQUÍ
De esta forma resulta más intuitivo gráficamente relacionar la coyuntura de los mercados, en relación al esquema de equilibrio que me he propuesto.
Un saludo.
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