La COVID-19 supone una grave amenaza para la salud pública global. Para mitigar los riesgos de la pandemia, es esencial que un alto porcentaje de la población escoja vacunarse. Sin embargo, a pesar de las campañas de vacunación y la disponibilidad de las vacunas, a muchos países desarrollados les es difícil superar el 70-80% de la población vacunada. Descubrir cómo aumentar estas tasas de vacunación se ha convertido en uno de los principales problemas que gobiernos, agencias de sanidad pública, e investigadores debemos resolver.
Una solución potencial es la de ofrecer incentivos económicos para fomentar la vacunación. Muchos gobiernos de todo el mundo han empezado a utilizarlos; desde pagos de 5$ en Vancouver y loterías en Ohio, hasta pagos de 150€ en Grecia. Muchos otros gobiernos y organizaciones están considerando la opción de introducir este tipo de incentivos monetarios. De hecho, el presidente de EE.UU., Joe Biden, instó recientemente a “[…] los gobiernos estatales, territoriales y locales a proporcionar pagos de 100$ por cada estadounidense recién vacunado, como un incentivo adicional para aumentar las tasas de vacunación, proteger a las comunidades y salvar vidas”. Sin embargo, hasta la fecha no existe evidencia causal que examine si pagar por la vacunación modifica las tasas de vacunación en la población.
En nuestro artículo publicado en la revista Science, realizamos el primer experimento (randomized controlled trial, RCT) para estudiar el efecto de los incentivos en la vacunación contra la COVID-19. Reclutamos a 8,286 participantes de entre 18-49 años de una muestra representativa de la población sueca (ninguno de nuestros participantes sabía de qué se trataba el estudio cuando decidió participar), a los que enviamos una encuesta en línea. Reclutamos a los participantes justo cuando la vacunación empezaba para su grupo de edad, así que cuando recibieron la encuesta prácticamente ninguno había tenido la oportunidad de vacunarse.
Una parte de estos participantes fueron asignados a un grupo de control, donde sencillamente les adjuntamos un mensaje donde les decíamos “os animamos a que os vacunéis en los siguientes 30 días”. Al grupo de incentives les incluimos el mismo mensaje, y además les ofrecemos 200 coronas suecas (alrededor de €20) si se vacunan en los siguientes 30 días.
Además, para comparar el efecto de los incentivos, decidimos estudiar si podíamos fomentar la vacunación con tres nudges (intervenciones donde no se modifican los incentivos económicos). En concreto, en una intervención explicamos lo importante que es vacunarse para proteger a nuestras personas cercanas de contraer el virus (social impact), en otra animamos a los participantes a considerar argumentos a favor de vacunarse (argument), y en la última damos información sobre la efectividad y seguridad de las vacunas (information). En todas estas condiciones (grupo de control, incentivos, y los tres nudges) enviamos dos recordatorios, uno dos semanas y otro cuatro semanas después de completar la encuesta. Para estudiar si los recordatorios tienen algún impacto, incluimos un último tratamiento donde no les enviamos ningún recordatorio (no reminders).
Después de cada una de las intervenciones, les preguntamos a los participantes si tenían la intención de vacunarse en los siguientes 30 días. Además, al cabo de 30 días comprobamos con la Agencia de Sanidad Pública de Suecia si realmente cada participante se había vacunado. Este diseño nos ayuda a estudiar no solo si los incentivos y el resto de intervenciones incrementan la vacunación, sino también la posibilidad de utilizar las intenciones para estudiar el impacto de intervenciones en la vacunación.
Figura 1: Porcentaje de personas que se vacunaron 30 días después de participar en el experimento, por tratamiento.
La Figura 1 representa el porcentaje de participantes que se vacunó al cabo de 30 días de participar en la encuesta en cada uno de los tratamientos. Los incentivos parecen incrementar significativamente (4 puntos porcentuales) la proporción de gente que se vacunó. Los nudges parecen incrementar la vacunación, pero bastante menos que los incentivos. Los recordatorios (no-reminders) parecen no tener ningún efecto.
Figura 2: Efectos de tratamiento, en puntos porcentuales, para cada intervención (con su respectivo intervalo de confianza al 90%).
Para estudiar si las intervenciones tuvieron algún efecto, la Figura 2 utiliza nuestro análisis pre-registrado (esto es: exactamente el análisis que nos comprometemos a realizar antes de tener los datos) para comparar cada intervención con el grupo de control. La Figura 2 muestra la estimación del impacto de cada intervención tanto en la vacunación como en la intención de vacunarse, con su respectivo intervalo de confianza al 90%.
Encontramos que los incentivos incrementan la intención de vacunarse en 3.8 puntos porcentuales (p=0.002), y que este incremento en intenciones se traduce en un aumento en las vacunaciones de 4.2 puntos porcentuales (p=0.005). Encontramos que los nudges también parecen incrementar las intenciones de vacunarse (1.8 puntos porcentuales, p=0.056), pero este aparente incremento no se traduce en un aumento significativo de vacunaciones (incremento de 1.2 puntos porcentuales, p=0.302). En los apéndices del artículo, demostramos que alcanzamos las mismas conclusiones realizando el análisis de formas diferentes; por ejemplo, analizando otras variables, incluyendo diferentes controles, corrigiendo por tests de hipótesis múltiples, incluyendo participantes que no terminaron la encuesta, y mirando si los participantes se vacunaron más allá de los primeros 30 días.
Figura 3: Efectos de tratamiento, en puntos porcentuales, de los incentivos para distintos grupos socioeconómicos (con su respectivo intervalo de confianza al 90%).
Más allá de demostrar que los incentivos pueden ayudar a mitigar los riesgos de la pandemia, nuestros hallazgos son también relevantes en el debate de si los incentivos monetarios son eficientes en el fomento de comportamientos más saludables en general, así como en el caso particular de la vacunación contra la COVID-19. Si bien se ha demostrado que los incentivos monetarios a veces fomentan un comportamiento más saludable (ver aquí y aquí), los incentivos a menudo pueden ser ineficaces o contra productivos (ver aquí y aquí, ver también un resumen de la literatura aquí). En base a esta evidencia, muchos argumentan que pagar a las personas para vacunarse les podría hacer pensar que la vacunación es indeseable o incluso peligrosa (aquí y aquí), o que podría reducir la motivación de vacunarse para proteger a otros (aquí), lo que llevaría a una disminución en las tasas de vacunación. Por el contrario, nuestros resultados destacan que los incentivos monetarios modestos pueden aumentar las tasas de vacunación. Sin embargo, es importante señalar que nuestros hallazgos no implican que se deba pagar a la gente ya que nuestro artículo no aborda la cuestión normativa de si pagar por la vacunación es éticamente aceptable. Con toda esta evidencia concluimos que los incentivos fueron la única intervención que incrementó significativamente la vacunación. En la Figura 3, estudiamos si este incremento es distinto para diferentes grupos sociodemográficos. No lo es: todos los grupos sociodemográficos que analizamos presentan incrementos muy similares. Este resultado nos sorprendió, pues muchos de estos grupos tienen porcentajes de vacunación relativamente distintos: el 77.8% de las personas con estudios universitarios se vacunan, mientras que solo el 66.9% de las personas sin estudios universitarios se vacunan. Nuestra interpretación de este resultado es positiva, pues sugiere que los incentivos pueden ayudar a incrementar la vacunación en cualquier grupo, incluyendo los que son más contrarios a vacunarse.
Nuestro estudio tiene varias limitaciones. Primero, solo estudiamos un incentivo monetario concreto. Nuestros resultados no aportan ninguna evidencia sobre si los incentivos más pequeños o más grandes serían más efectivos. Segundo, mientras que durante el verano de 2021 Suecia tuvo una tasa de vacunación similar al promedio de la UE, los países difieren mucho en la proporción de población vacunada, y el efecto de los incentivos podría variar según las tasas de vacunación. En tercer lugar, los incentivos monetarios podrían potencialmente desplazar la voluntad de vacunarse en el futuro (por ejemplo, terceras dosis) sin que se les pague (esto, lo vamos a poder estudiar en unos meses). Finalmente, las personas pueden reaccionar de manera diferente según quién proporcione incentivos monetarios y la correspondiente confianza que tengan en la institución y en la probabilidad de recibir los pagos prometidos. En nuestro caso, son los investigadores los que proporcionaron los incentivos, pero los efectos podrían diferir si los gobiernos o las empresas ofrecieran estos incentivos.
A pesar de estas limitaciones, nuestro ensayo arroja un resultado claro: los incentivos monetarios pueden aumentar la vacunación contra la COVID-19. Mientras perdure la pandemia de COVID-19, los incentivos podrían ser una herramienta eficaz para reducir la propagación y las muertes futuras.
Hay 1 comentarios
Enhorabuena por la publicacion en Science!
Es un artículo muy interesante, muestra claramente un ejemplo de como este pequeño « empujon » económico aumenta el click to action para vacunarse mientras que los nudges no monetarios tienen en este caso solo un efecto intencional ( o como mucho muy marginal en el cambio de conducta real).
Una pregunta, por qué optasteis por un diseño en bloques de los grupos de tratamiento en vez de un latice square? Es una pena que un estudio tan controlado como el que habeis realizado no se pueda responder al efecto combinado de los nudges y el incentivo economico… hubiera estado genial saber si un frame social aumentaba , era irrelevante o hasta empeoraba el efecto del pequeño incentivo economico.
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