La violencia contra la mujer es un problema de salud pública con fuertes raíces históricas y sin resolver en la actualidad. Por ejemplo, desde 2003, más de mil mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o exparejas (aquí). Entre los determinantes de la violencia contra la mujer (ya discutidos, por ejemplo, aquí y aquí), una dimensión a destacar y sobre la que es posible trabajar a través de políticas públicas específicas es la existencia de normas sociales que varían con el papel histórico de la mujer en la economía, discusión que ya ha sido iniciada en este blog (aquí).
Esta entrada discute los resultados de un artículo que recientemente he publicado en Cliometrica y que examina el problema de las niñas desaparecidas (muertas) por discriminación en la primera mitad del siglo XX en España (aquí). El tema ya ha captado la atención de este blog (aquí y aquí). Mi artículo añade, a esta discusión, el análisis del papel que pudo haber jugado la discriminación al nacimiento como desencadenante de negligencia hacia las niñas en la infancia y exceso de mortalidad. Además, introduzco la idea de que el empoderamiento histórico de la mujer (su poder de negociación), al formar parte de las normas sociales de una región, es una variable que puede evitar que un tipo de negligencia (al nacimiento) desencadene otros tipos de negligencia durante la infancia de las niñas.
La medida que se utiliza generalmente para identificar discriminación de género al nacimiento es la desviación de la tasa de masculinidad al nacimiento respecto a la que sería biológicamente esperada. Pongamos números a la dimensión del problema. Se suele utilizar como valor biológico una tasa de masculinidad al nacimiento de 105,9 niños por cada 100 niñas. Sin embargo, la tasa media de masculinidad al nacimiento en España entre 1920 y 1950 fue de 106,9 con un intervalo de confianza calculado al 95% de [106,8-107]. Es decir, la tasa de masculinidad en España, entre 1920 y 1950, indica que nació un niño más por cada 100 niñas nacidas vivas de lo que se acepta como biológicamente normal. La figura 1 muestra la variación geográfica en la tasa de masculinidad al nacimiento, utilizando datos del Movimiento Natural de la Población para 1920. Se observa como la gran mayoría de las provincias españolas presentaba valores anormalmente altos para dicha variable.
Fig. 1. Diversidad geográfica en la tasa media de masculinidad al nacimiento. España, 1920
Si se analiza la evolución de la discriminación al nacimiento (figura 2), es posible observar un descenso gradual en la tasa de masculinidad a lo largo de los años 20 que alcanza valores biológicamente normales al final del primer tercio del siglo XX. Es decir, si en 1920 había una media de 109,5 nacimientos masculinos por cada 100 femeninos, en 1934 la media fue de 105,2. Sin embargo, en 1937, año en el que comienza la parte más sangrienta de la guerra civil española, aparecen signos de cambio en el comportamiento de las familias. En 1938, la tasa de masculinidad se sitúa en 106,7 niños por cada 100 niñas nacidas vivas, y su intervalo de confianza calculado al 95% en [106,1—107,3], tomando de nuevo valores superiores a los que son aceptados como biológicamente normales. En mi artículo utilizo técnicas estadísticas de diseño de discontinuidad aleatoria y encuentro que el aumento en la tasa de masculinidad en 1937 es estadísticamente significativo. Este resultado apoya la idea de que la guerra, al aumentar dramáticamente el esfuerzo que las familias tuvieron que realizar para lograr que sus descendientes sobreviviesen, pudo haber desencadenado patrones de comportamientos discriminatorios por género al nacimiento. Esos comportamientos podrían incluir una disminución en el esfuerzo relativo que las familias hacían para registrar el nacimiento de las niñas o, incluso, un aumento relativo de la negligencia en el cuidado o el infanticidio (en principio, con los datos disponibles, no podemos distinguir entre sub-registro o sobre-mortalidad de las niñas, sólo sabemos que se registran menos de las que sería normal).
Fig. 2. Evolución de la tasa media de masculinidad al nacimiento. España, 1920-1950
El aumento de la discriminación de género al nacimiento pudo haber desencadenado, a su vez, cambios en otras prácticas discriminatorias, modificando la tasa de mortalidad femenina en la infancia. Para examinar esta cuestión, utilizo como marco teórico un trabajo previo que realicé junto a Jorge Alcalde-Unzu y Javier Husillos (aquí). En dicho trabajo examinamos características de las sociedades que facilitan que aumentos en la discriminación al nacimiento provoquen disminuciones en la discriminación en la infancia; es decir, que exista una sustitución de un tipo de discriminación por otro. En ese mismo trabajo también examinamos características de las sociedades en las que esta sustitución de discriminación al nacimiento por discriminación en la infancia no se produce, pudiendo incluso desencadenar efectos multiplicadores de la discriminación: la discriminación al nacimiento desencadenaría una mayor discriminación en la infancia. Dado el contexto histórico de España en el siglo XX, en mi artículo propongo que el empoderamiento de la mujer en una región (el poder de negociación) pudo haber sido una variable clave para explicar el tipo de relación que emergió en esa región.
En este sentido, los resultados de Tur-Prats señalan la existencia de importantes diferencias geográficas en el tipo de familia que prevaleció en las provincias españolas (cuestión que ya se ha discutido en este blog aquí). Tur-Prats muestra como el papel productivo de la mujer fue diferente en las regiones en las que se estableció un tipo de familia troncal y en las que se estableció un tipo de familia nuclear. En las regiones donde prevaleció el tipo de familia troncal, y a diferencia de las familias nucleares, al menos dos generaciones cohabitaban en cada hogar. Por ello, la mujer mayor podía ocuparse de los trabajos del cuidado, quedando libre la mujer joven para participar en las labores productivas. Ello habría fortalecido la capacidad de negociación de la mujer y, en el contexto de mi estudio, podría haber sido una barrera que habría limitado el desencadenamiento de los efectos multiplicadores de la discriminación. Es decir, el papel histórico de la mujer en la economía habría prevalecido en forma de normas sociales y diferente capacidad de negociación de la mujer en el hogar, actuando como barrera al desencadenamiento de efectos multiplicadores de la discriminación (aquí), así como hoy día parece estar frenando el nivel de violencia contra la mujer (aquí).
Teniendo en cuenta estos resultados previos, es interesante examinar empíricamente los posibles efectos de la discriminación de género al nacimiento en la discriminación de género en la infancia, comparando los resultados de provincias donde prevaleció la familia troncal y los de aquellas en las que imperó la familia nuclear. Los resultados apuntan a un aumento estadísticamente significativo en la tasa de mortalidad de las niñas en aquellas provincias en las que la discriminación al nacimiento fue mayor y prevaleció el tipo de familia nuclear (los detalles econométricos pueden consultarse aquí). El resultado se mantiene si se mide la tasa de mortalidad antes del primer cumpleaños, entre el primer y el quinto cumpleaños o antes del quinto cumpleaños. En particular, una desviación estándar en el término de interacción entre el sexo y la tasa de masculinidad al nacimiento supuso, en media, un aumento de 9 puntos porcentuales en la tasa de mortalidad femenina, calculada antes del quinto cumpleaños, en las provincias donde históricamente prevaleció la familia nuclear. Sin embargo, esta relación positiva no se observa en las provincias con tradición histórica de familias troncales, donde la mujer tenía mayor poder de negociación.
En resumen, mi artículo muestra como la Guerra Civil, al aumentar dramáticamente el esfuerzo que una familia tenía que realizar para lograr que sus descendientes sobrevivieran, pudo haber despertado un patrón de comportamiento discriminatorio que había permanecido latente en los años anteriores: la selección entre descendientes, priorizando la lucha por la supervivencia de los niños frente a la de las niñas. Este comportamiento no sólo se habría traducido en falta de registros de nacimientos o muerte por negligencia alrededor del nacimiento, sino que también habría aumentado la negligencia a lo largo de la infancia hacia las niñas en aquellas provincias donde el poder de negociación de la mujer fue históricamente más débil. Por ello, una de las principales conclusiones de mi artículo es que el diseño de políticas públicas que avancen en la erradicación de la violencia contra la mujer en todas las fases de su vida debería afectar no sólo a los motivos individuales para discriminar, sino también al contexto institucional (incluidas las normas sociales) en el que las personas toman sus decisiones. El problema radica en que, si existen razones latentes para discriminar, las épocas de crisis las pueden despertar.