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Algunos efectos de las migraciones de trabajadores cualificados

Llevábamos años acostumbrándonos a un proceso de inmigración masiva que recordaba al que en sentido opuesto tuvo lugar desde España hacia el resto de Europa en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Buena parte de esta inmigración estaba constituida por trabajadores de cualificación media o baja, o al menos se emplearon en actividades que requerían poca formación.  Sin embargo este no es el tipo predominante de emigración dentro de la Unión Europea en la actualidad, en donde se observa un peso muy importante de los flujos de trabajadores con cualificación superior a la media e incluso muy elevada. Los efectos macroeconómicos –y de otro tipo- de los movimientos migratorios difieren sustancialmente según cual sea el nivel de educación de los trabajadores que se desplazan.

La integración Europea se ha apoyado en dos ejes fundamentales con un desarrollo desigual: el movimiento de factores y productos. Mientras que la libre movilidad de productos se ha plasmado rápidamente en el Mercado Interior favoreciendo el crecimiento del tamaño de mercado para muchas empresas con el consiguiente aprovechamiento de economías de escala, y la movilidad de capitales ha avanzado como consecuencia de la integración financiera, la movilidad laboral ha sido mucho más limitada. Esta movilidad es clave para favorecer la homogeneización de rentas así como la minimización de los efectos de shocks asimétricos haciendo menos necesarias las transferencias de renta como las que, por ejemplo, se reclaman en la actualidad para hacer frente al impacto desigual de la crisis financiera. Un trabajo reciente de Kahanec basado en los datos del European Union Labor Force Survey señala que en 2010 los movimientos migratorios entre países de la Unión Europea eran aún muy inferiores –alrededor del 1% de la población- a los observados en otras regiones desarrolladas como Estados Unidos –el 3%-, Canadá –un 2%- o incluso la Federación Rusa –un 1,7%. Incluso dentro de la UE hay diferencias notables ya que en los países del norte la movilidad más que triplica a la de los países del sur. Estos datos, referidos a un periodo de tiempo que abarca el impulso a la integración Europea que supuso la creación del Euro así como la entrada de nuevos países en la UE en 2004 y 2007, indican que hay un todavía un margen importante de crecimiento de la movilidad interregional en Europa.

Los efectos económicos de la movilidad laboral pueden deducirse fácilmente a partir de un modelo teórico estándar con dos factores productivos, capital y trabajo, y rendimientos constantes a escala. Bajo esos supuestos, la emigración reduce la oferta de trabajo en el país emisor y la aumenta en el receptor, lo que tiende a reducir los diferenciales de desempleo y de salarios entre ambos países. Si la productividad marginal del trabajo es decreciente, en ausencia de otro tipo de efectos, las diferencias de renta per cápita también se reducen a consecuencia de las migraciones.

Cuando consideramos distintos tipos de trabajadores en función de su capital humano, estos efectos pueden ser diferentes. Sigue siendo cierto que la entrada de trabajo poco cualificado en un mercado tiende a reducir los salarios de los trabajadores con un menor nivel de formación el país receptor, lo que constituye una de las razones de desconfianza de la población nativa con respecto a los inmigrantes. Un ejemplo reciente de los numerosos estudios que corroboran este efecto lo proporciona Monras analizando un experimento natural como fue la ola migratoria de Méjico a Estados Unidos que siguió a la crisis del Peso en los años noventa. La entrada de trabajadores de baja cualificación en ciertos estados del norte tuvo como consecuencia una reducción significativa de los salarios en este segmento del mercado laboral. Pero estos efectos no son tan evidentes cuando consideramos los desplazamientos de trabajadores con cualificación media o elevada que se han acelerado como consecuencia de la crisis financiera en los países periféricos de la Eurozona pero que ya constituían una parte sustancial del total de los flujos migratorios entre los países de la Unión Europea, e incluso con desde países fronterizos, antes de la misma.

El trabajo de Kahanek constata que las migraciones intraeuropeas corresponden en buena medida a desplazamientos de trabajadores con una formación igual o superior a la media de los residentes. Este es el caso, especialmente si consideramos los flujos provenientes de los países más importantes de la UE  -UE15- que en todos los casos tienen un nivel de formación igual o claramente superior a la de la población nativa, excepto en los casos de Francia, Alemania y Finlandia. El grado de integración de este colectivo es muy notable pues en general la formación más elevada se traslada en casi todos los países a unas ocupaciones de más alta cualificación que la media de los nativos, al tiempo que las tasas de desempleo son significativamente menores.

La posición de los inmigrantes cualificados provenientes de la U12 –básicamente antiguos países socialistas- es relativamente peor. Aunque tienen una educación superior, estos trabajadores presentan unas tasas de desempleo más elevadas que los nativos en los países receptores y tienden a ocuparse en trabajos que requieren una cualificación inferior al del resto de la población. Ambos fenómenos vienen a señalar las dificultades de integración derivadas del idioma, de una más reciente integración en la UE, así como de la dificultad de trasladar la titulación académica desde estos países.

¿Y cuáles son los efectos de este tipo de migraciones en los países de origen y destino? El efecto positivo de los flujos migratorios sobre la asignación de recursos y como método para facilitar la absorción de shocks asimétricos es difícil de medir, aunque es algo generalmente aceptado en la literatura. El trabajo de Kahanek por otras parte descarta un efecto significativo sobre los sistemas de bienestar en los países receptores, ya que las migraciones tienen con frecuencia un carácter temporal y además la contribución neta a los trabajadores inmigrantes no es significativamente menor que la de los residentes.

Más controvertida es la relación entre el diferencial de salarios y de productividad entre países y los flujos migratorios correspondientes. En una serie de trabajos -por ejemplo este- Volker Grossmann y David Stadelmann encuentran que el desplazamiento entre países de la OCDE de trabajadores cualificados lejos de contribuir a reducir la diferencia salarial de este tipo de trabajadores entre el país receptor y el emisor –que de hecho se observa para los movimientos de trabajadores poco cualificados- la aumenta ligera pero significativamente. La explicación de este resultado, que aparentemente contradice la teoría básica enunciada anteriormente, radica en el impacto positivo que la concentración de capital humano en el país de destino tiene sobre la adopción de tecnologías más avanzadas, lo que aumenta la productividad –y por tanto la demanda y el salario- de este tipo de trabajadores. De hecho estos autores corroboran directamente esta hipótesis encontrando una relación estadísticamente significativa entre la intensidad del desplazamiento de mano de obra cualificada y el diferencial de productividad total de los factores entre el país de origen y el de destino.

En definitiva, con la excepción de los trabajadores poco cualificados de los países de origen, todos los demás segmentos del mercado laboral pueden verse beneficiados a corto plazo por la movilidad de los trabajadores con más formación. La reducción de oferta de trabajo cualificado mejora los ingresos de este factor en origen, mientras que el aumento de la productividad en el país de destino beneficia a todos los trabajadores independientemente de su nivel de formación, en el caso de los más cualificados más que compensando la incidencia del aumento de la oferta. A largo plazo las cosas son diferentes ya que la “fuga de cerebros” puede acabar teniendo un efecto negativo sobre la productividad, y con ello sobre el crecimiento, del país emisor, aunque este efecto es previsiblemente menor cuando el desempleo de este factor es elevado y la emigración no es permanente.

Este resultado puede extrapolarse también al análisis de los efectos de la educación. La evidencia sobre un efecto positivo del aumento de la mano de obra cualificada sobre su propia productividad y la productividad agregada de la economía tiene dos implicaciones importantes para la inversión privada y pública en educación. Por una parte el aumento de la formación no tiene porqué reducir el rendimiento privado de la misma –es decir el diferencial salarial entre el trabajo cualificado y el no cualificado- sino que puede mantenerlo o incluso aumentarlo y con ello el incentivo a la educación. Además este efecto externo sobre la productividad total es una de las razones por las que el rendimiento social de la educación es claramente superior al privado.