La violencia policial y las protestas

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Por Felipe González y Mounu Prem

Las protestas se han vuelto una de las formas más comunes de manifestar el descontento social en espacios públicos. Con la ayuda de una mayor interconexión proveniente de redes sociales, la última década ha visto una explosión de protestas callejeras en todas partes del mundo. Para mantener el orden durante estos eventos masivos, es frecuente que quien gobierna instruya a la policía de hacer uso de la fuerza con la idea de prevenir acciones indeseadas o incluso disuadir a las personas de protestar en el futuro (Besley y Persson, 2011). Sin embargo, la violencia policial puede ser percibida como injusta y tener el efecto contrario, enojando a los participantes y provocando un aumento en el descontento social y por tanto en las protestas futuras (Passarelli y Tabellini, 2017). ¿Qué sucede con las decisiones de protestar cuando las personas sienten de manera más cercana la posibilidad de sufrir violencia policial?

El análisis empírico de las protestas es complejo porque las decisiones individuales de participar son usualmente muy difíciles observar (Fisher et al, 2019). En nuestro artículo de investigación (González y Prem, 2022) solucionamos muchos de los problemas empíricos que han impedido avanzar el estudio de la violencia policial y las protestas a través de un análisis cuantitativo del movimiento estudiantil de Chile en el 2011. Esta ola de protestas callejeras comenzó en mayo del 2011 y convocó a cientos de miles de estudiantes de todo el país con el fin de manifestar su descontento con el funcionamiento del sistema educacional. Las marchas revolucionaron la discusión en el país, dando paso a una década de reformas institucionales que continúa hoy en día con una Convención a cargo de escribir una nueva Constitución. Más aún, las y los líderes de aquel movimiento estudiantil de hace más de 10 años ocupan hoy en día importantes posiciones políticas en la Convención, en el Gobierno, y en el Congreso.

El análisis empírico

Nuestro análisis comienza por medir las decisiones individuales de participar en una protesta utilizando datos de asistencia escolar para el universo de estudiantes secundarios en Chile. Esta idea proviene de la observación de disminuciones abruptas en las tasas de asistencia durante protestas que ocurren en días de semana durante el año escolar (González, 2020). Para validar aún más esta medida, recolectamos múltiples videos para cada una de las 20 protestas callejeras que ocurrieron en día de semana (lunes a viernes) durante el período escolar en los años 2011, 2012, y 2013. Luego, obtuvimos fotografías aleatorias de cada uno de estos videos y se las mostramos en forma de encuesta a estudiantes universitarios para que identificaran a estudiantes secundarios. Usando estos datos, encontramos una correlación negativa muy fuerte entre asistencia escolar y participación en protestas callejeras.

Para entender el impacto de la violencia policial en estas decisiones de protesta, estudiamos un triste y desafortunado incidente que ocurrió durante la ola de protestas de 2011. Durante una de las protestas más álgidas en agosto, un estudiante secundario de la capital murió producto de un balazo proveniente de un policía que intentaba controlar un desorden público. La investigación judicial determinó que el disparo fue hecho al aire y lamentablemente golpeó un paso peatonal, desviando la bala hacia el estudiante secundario que vivía cerca de la zona del disturbio. Este incidente, conocido en el país como una "bala loca", fue informado por todos los medios de comunicación.

Quiénes eran cercanos al estudiante asesinado sufrieron de un fuerte shock de violencia policial indirecta. El análisis empírico que implementamos sigue a cientos de compañeros del estudiante asesinado para entender cómo cambiaron sus decisiones de asistencia escolar en días de protestas y en días de pruebas estandarizadas - las cuales comenzaron a ser boicoteadas con inasistencia estudiantil desde el 2011. Además, también intentamos entender cómo cambió el desempeño escolar de estudiantes afectados en una serie de indicadores. Como grupo de comparación utilizamos una estrategia de matching para seleccionar a estudiantes similares que no eran compañeros del estudiante, y también observamos a estudiantes que vivían cerca del lugar del disparo, pero asistían a otros establecimientos educacionales. Este último grupo también supo del triste evento, pero no tenían la conexión social de interactuar día a día en la escuela con la víctima del disparo.

Los resultados

El primer conjunto de resultados muestra cómo cambian las decisiones de asistencia escolar en días de protesta luego del evento de violencia policial. Observamos claramente que tras el disparo, los compañeros de la víctima deciden quedarse en la escuela en vez de faltar a clase y por lo tanto dejan de participar de la protesta. Sin embargo, este efecto es sumamente transitorio, y luego de un par de meses parece que vuelven a su comportamiento habitual. Consistente con esta disuasión transitoria, al estudiar el boicot a la prueba estandarizada del 2013, observamos que los compañeros son más propensos a participar faltando a la prueba. Los resultados pueden verse en las siguientes figuras:

 

En términos del desempeño educacional de estudiantes afectados, observamos impactos negativos en una variedad de variables de desempeño educativo. Si bien las menores calificaciones y mayor propensión al abandono de los estudios son visibles, están estimados con algo de incertidumbre estadística. Mucho más claro es el impacto negativo en la propensión a rendir la prueba estandarizada que permite a estudiantes seguir sus estudios en la educación superior. El grupo de control tiene cerca de 75% de probabilidad de tomar esta prueba mientras que estudiantes amigos de la víctima tienen solo cerca de un 40%. Al ser esta prueba clave para entrar a la educación superior, esto tiene efectos muy importantes en la vida laboral de estos estudiantes.

Finalmente, para entender mejor los mecanismos detrás de estos resultados, implementamos una variedad de ejercicios estadísticos. Uno de los resultados más interesantes es que los efectos son mucho mayores en estudiantes que compartían la sala de clases con la víctima, y decaen monotónicamente dentro de la escuela desde ese punto de referencia. Creemos que este resultado es muy revelador porque quienes comparten la sala de clases son los estudiantes que eran más cercanos a la víctima en el sentido que sus interacciones sociales ocurren todos los días.

Conclusión

Los resultados de nuestro estudio ponen un manto de duda sobre la efectividad de la violencia policial para disuadir a estudiantes de protestar. No solo falla en disuadir, si no que también tiene consecuencias educacionales negativas para los afectados. Una mejor comprensión de la efectividad relativa de políticas alternativas parece ser clave para diseñar un mejor control del orden público.

Además, una colección de resultados adicionales sugiere que las emociones ligadas a las interacciones sociales pueden ser la clave para entender el impacto negativo de la violencia policial en el desempeño educacional de estudiantes afectados, lo que parece ser cierto no solo en Chile, sino que también en muchas partes del mundo (Rossin-Slater et al, 2020). A su vez, esta evidencia indirecta sugiere que intervenciones socioemocionales pueden tener muchos beneficios para estudiantes que están expuestos a violencia policial.

Hay 1 comentarios
  • Muy interesante el artículo, muchas gracias. Me temo que muy pocos de los interesados le harán algo de caso. Como recogió San Mateo, a los responsables de Interior no le suelen gustar las perlas.
    Aquí en España, en los últimos 7 años, hemos tenido 448 funcionarios condenados por torturas, según el Consejo General del Poder Judicial (a Amnistía Internacional mejor no le preguntamos). Y eso que somos una democracia fetén de la UE...

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