La transmisión intergeneracional de la fecundidad en la España del siglo XX

Por Miguel Requena y David S. Reher

Un refrán español muy popular utiliza la metáfora del palo y la astilla para expresar lo parecidos que pueden llegar a ser padres e hijos. Esos parecidos suelen referirse a la apariencia física, el carácter, la forma de comportarse y los gustos o las preferencias. Aunque lo normal es recurrir al refrán para poner de relieve virtudes o defectos, su campo de aplicación es muy amplio porque las familias son un canal entre generaciones que mueve mucho caudal. Aquí nos preguntamos si se puede aplicar también el refrán al tamaño de la familia. ¿Engendran los hijos de familias grandes más retoños que los de familias pequeñas? ¿Tienen padres e hijos proles de tamaño similar?

La respuesta corta es . El grado de asociación entre la fecundidad de padres e hijos varía de unos periodos y países a otros, pero por lo general la evidencia muestra que existe un efecto y que ese efecto es positivo (un buen resumen, aquí). El tamaño del efecto es comparable al de otros factores socioeconómicos que han demostrado tener un papel determinante en la fecundidad, como por ejemplo el logro educativo, la clase social o la participación laboral de las mujeres. La trasmisión de la fecundidad entre padres e hijos se ha observado en muchas poblaciones durante la transición demográfica, aunque las conclusiones son más inciertas en lo que se refiere a poblaciones anteriores a dicha transición, entre las que prevalecían unas condiciones próximas a lo que se ha dado en llamar la fecundidad natural.

Explicar por qué eso es así no es sencillo debido a que nuestros conocimientos sobre las causas y mecanismos implicados en la transmisión intergeneracional de la fecundidad intrafamiliar son limitados. A menudo, estos vínculos entre generaciones tienden a explicarse en términos de los determinantes biogenéticos de la reproducción o por transmisión social. En este segundo supuesto, caben dos posibilidades: que los padres leguen —consciente y/o inconscientemente— a sus hijos valores intrafamiliares asociados a la reproducción y la vida familiar; o que, en ausencia de movilidad social, las familias compartan los mismos entornos sociales y éstos induzcan preferencias similares en cuanto al número de hijos. Para complicar más las cosas, salvo alguna excepción, hay muy pocos estudios sistemáticos sobre la medida en que la progresiva modernización de los comportamientos reproductivos a lo largo del último siglo ha afectado a la transmisión entre generaciones de la intensidad reproductiva dentro de las familias.

En un estudio publicado hace poco hemos abordado esta cuestión para España con datos de la Encuesta Sociodemográfica (ESD). Realizada en 1991 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la ESD es una fuente estadística de gran calidad que permite estudiar con mucho detalle los micro determinantes de la fecundidad de las cohortes españolas nacidas entre 1900 y 1946. Nuestros resultados apuntan a la existencia de una correlación persistente y significativa en los comportamientos reproductivos de padres e hijos a lo largo de este periodo de intenso cambio demográfico. Estos resultados confirman, además, que la fuerza de estos lazos intergeneracionales fue aumentando a medida que cobró fuerza la modernización demográfica y se produjo un fuerte descenso de la fecundidad. Dicho de otra manera, la similitud entre resultados reproductivos que hemos encontrado parece ser mayor en épocas en los que se suele controlar la fecundidad de forma consciente que en períodos anteriores.

Veamos estos resultados con algún detalle. La Figura 1 deja claro que cuanto mayor es el tamaño de la familia de origen, mayor es el número de descendientes. La asociación es muy clara en las familias con tres y más hermanos, aunque no se observa en las familias con uno y dos hermanos (véase esta referencia para un resultado similar) salvo en las cohortes nacidas en 1935-1939 y 1940-1944 (véase Figura 2). Cabe señalar que no hemos encontrado grandes diferencias entre hombres y mujeres.

Además de la intensa caída secular de la fecundidad, la Figura 2 nos permite comprobar la persistencia en el tiempo —aquí medida por los resultados de varias cohortes sucesivas— del patrón básico de los aumentos de la fecundidad asociados a cada hermano adicional. En general, estas asociaciones positivas se dieron en todas las cohortes observadas.

¿Aumentó o disminuyó esa relación con el paso de las generaciones? Como en la Figura 2 no es fácil visualizar la tendencia del cambio de intensidad de esa relación de unas a otras generaciones, calculamos tres coeficientes de correlación para escalas ordinales —r de Pearson; ρ de Spearman; y τb de Kendall— con el fin de cuantificar la correlación y observar cómo cambió de unas cohortes a otras. La Figura 3 representa el cambio en el valor de estos tres coeficientes seleccionados en las nueve cohortes observadas y muestra que, medida con cualquiera de ellos, esta correlación tendió a aumentar en España con la sucesión de generaciones.

Pese a que los resultados del análisis descriptivo son muy claros, al lector avisado podría preocuparle que la correlación detectada entre número de hermanos y número de hijos propios fuera el producto de la heterogeneidad individual no observada asociada a terceras variables. Para eludir esta posibilidad, hemos estimado una serie de modelos de regresión binomial negativa. Los modelos ajustan el efecto del número de hermanos sobre el número de hijos propios a un conjunto de variables (orden de nacimiento, sexo, estado civil, experiencia laboral, educación, clase de origen y región) con un impacto potencial considerable sobre la fecundidad completa de estas cohortes. El coeficiente del número de hermanos es estadísticamente significativo, confirma los resultados descriptivos y se alinea con lo observado en otras poblaciones.

Con la idea de ganar más certeza de que lo que se trasmitía entre padres e hijos era el tamaño de la prole y no la propensión a casarse o a evitar la infecundidad, hicimos dos test de sensibilidad. El primero aplicaba el modelo previo a las personas de estas cohortes que habían estado casadas: como los resultados eran prácticamente los mismos en esta subplobación de alguna vez casados, concluimos que la transmisión no operaba por medio de la propensión a casarse. El segundo test estimaba el modelo entre la población casada que había tenido algún hijo: como, de nuevo, los resultados se mantenían, colegimos que la transmisión no funcionaba por medio de la infecundidad. El impacto estimado sobre el número de hijos del tamaño de los hermanos es prácticamente el mismo en los tres escenarios, la población total, las personas alguna vez casadas y los padres y madres.

Por último, al objeto de analizar la evolución temporal de la transmisión intergeneracional de la fecundidad, estratificamos la muestra por las nueve cohortes seleccionadas y estimamos el mismo modelo básico para cada cohorte por separado. De este modo es posible observar el cambio inter-cohortes en el efecto del número de hermanos sobre el número de hijos neto de la influencia de otras variables. Mostramos los resultados de este ejercicio en la Figura 4, donde emerge un claro patrón de cambio a lo largo del tiempo: una tendencia hacia un impacto creciente del tamaño de los hermanos de la familia de origen. La tendencia al alza entre las cohortes es inequívoca: mientras que en las cohortes más antiguas la magnitud de los coeficientes del tamaño de la familia de origen se aproximaba a 0,02, en las cohortes más recientes había crecido hasta un valor cercano a 0,04. La figura añade una estimación para las cohortes nacidas en los años sesenta hecha con un modelo similar a partir de los datos de la Encuesta de Fecundidad de 2018. Esta nueva estimación sugiere que la tendencia ascendente observada en la ESD puede haber invertido su orientación y comenzado a descender, aunque dicha tendencia no es del todo clara. Desde luego, un punto de observación no hace tendencia, pero la posibilidad del cambio de dirección debe admitirse porque, entre otras cosas, parece que ya se ha producido en Francia.

 En resumen, nuestros resultados son robustos y concuerdan con otros estudios que sostienen que la relación entre la fecundidad de los padres y la de los hijos se hizo más fuerte a medida que se desarrollaba la transición demográfica. Este resultado es en sí mismo interesante, pero sólo permite una aproximación muy indirecta a los principales mecanismos de transmisión de la fecundidad entre padres e hijos: el entorno compartido —mediante socialización familiar, diversas formas de aprendizaje social, o la herencia del estatus socioeconómico— y la heredabilidad genética. Por ejemplo, una de las formas de interpretar esa relación cada vez más fuerte es que en las circunstancias de la transición de la fecundidad, con una mayor autonomía de las parejas para decidir el número de hijos que quieren, incluido el uso creciente de anticonceptivos, las propensiones heredadas genéticamente pueden expresarse con más fuerza que en otras circunstancias socioeconómicas y ambientales más exigentes. Como dijo Udry hace años, cuantas más restricciones sociales haya en una población, menor será la varianza de sus comportamientos que esté controlada por diferencias biológicas.

El caso español confirma que la transmisión de la fecundidad en las familias aumentó durante la primera transición demográfica, pero de momento no sirve para dirimir entre causalidad genética o social porque ambas posibilidades son compatibles con la evidencia encontrada. Es decir, sabemos que los palos producen sus astillas, pero si hablamos del número de hijos no sabemos con precisión cómo lo hacen.