En el post anterior señalaba que el incremento de la producción de bienes comerciables es la única solución para abordar el ineludible proceso de desendeudamiento con el exterior al que se enfrenta la economía española. Y que para conseguirlo la cuestión crucial a corto plazo era moderar el crecimiento de los dos principales determinantes del precio de producción sobre los que nuestra política económica tiene una incidencia directa: costes laborales unitarios y márgenes. En esta entrada me centraré en la desigual evolución de ambos componentes en los últimos años y en algunas de sus implicaciones.
España está reduciendo sus costes laborales unitarios –CLUs- con relativa rapidez. Como puede verse en el Gráfico 1 estos crecieron más de un 40% con relación al promedio de los países más desarrollados entre 1999 y 2007 y se han reducido casi en un 15% desde entonces. Sin embargo la corrección es todavía insuficiente y se está trasladando a los precios con mucha lentitud. A modo de ejemplo, la Comisión Europea señalaba en su reciente Alert Mechanism Report que mientras que los CLUs en España se han reducido la mitad que en Irlanda, la caída de nuestra tasa de inflación no llega a la sexta parte de la observada en ese país. Algo parecido sucede si nos comparamos con el conjunto de la Eurozona. Una buena parte del ajuste se debe a la propia destrucción de empleo que aumenta la productividad aparente del trabajo. Pero incluso si consideramos únicamente los salarios nominales vemos que la moderación en su crecimiento no se ha transmitido en la misma proporción a la inflación. Como se aprecia en el Gráfico 2 la corrección de la inflación salarial en España –medida con datos de contabilidad nacional- se retrasó con respecto a la Eurozona pero ha cobrado fuerza desde 2010 con tasas muy por debajo de las observadas en los últimos años de la expansión. En este periodo nuestro diferencial de crecimiento salarial nominal con la UEM se ha hecho fuertemente negativo, mientras que el diferencial de inflación ha caído mucho más lentamente hasta cero.
Este fenómeno no es exclusivo de la economía española. En un trabajo reciente G. Wolf encuentra una discrepancia notable en el grado de corrección en la inflación salarial y el de precios entre los países de la UEM. En concreto, la remuneración por asalariado ha caído o ha crecido por debajo de la media de la Eurozona en Irlanda, Grecia, España, Italia y Portugal y lo ha hecho por encima en Bélgica, Alemania, Francia, Austria y Finlandia. Esta es la evolución que cabría esperar para la eliminación de los desequilibrios internos en Europa sin embargo no se ha reflejado todavía en las tasas de inflación y se observa que la correlación entre el cambio en la inflación salarial y la de precios desde 2009 entre los países miembros es prácticamente cero.
La relativa insensibilidad de la inflación a la caída en los salarios tiene que ver genéricamente con la rigidez a la baja de los precios de producción doméstica, de modo que los márgenes que tienden a caer en las expansiones aumentan en la fase baja del ciclo. De hecho disponemos de una abundante evidencia empírica internacional que nos señala que este comportamiento contracíclico es el más habitual, sobre todo ante recesiones causadas por perturbaciones negativas de demanda, como es el caso de la actual–véase, por ejemplo, Afonso y Costa. De forma aproximada el margen de precios sobre costes laborales depende directamente del grado de competencia en el mercado de bienes y servicios de un país –lo que influye en su nivel de largo plazo– e inversamente de la posición cíclica de la economía y de la participación de las rentas de capital en el PIB. Estos últimos determinantes explican en buena medida el incremento de los márgenes en la recesión. En particular la evolución de la participación del trabajo en la renta en España es muy negativa –Gráfico 3- ya que ha acentuado su caída en los años de la recesión en claro contraste con el comportamiento de esta variable en la Eurozona.
Por tanto, los dos elementos que determinan la remuneración de los factores están evolucionando de una forma muy diferente durante la recesión, lo que tiene dos implicaciones negativas inmediatas: por una parte se retrasa el ajuste del sector exterior y por otra este se distribuye de forma muy desigual entre el trabajo y el capital. Es evidente que una mayor flexibilidad del margen –y por ello de los precios- a la baja es deseable para corregir estas deficiencias en particular fomentando la competencia para reducir la rigidez de precios a la baja. Sin embargo la relación entre la evolución de los márgenes y el proceso de desendeudamiento es algo más compleja.
Ya he hablado en NeG sobre las denominadas “recuperaciones sin crédito”, a cuyas características se ajusta cada vez más la experiencia española desde 2010 debido a la extraordinaria dependencia de nuestra actividad productiva respecto al crédito bancario. Hay abundante evidencia empírica sobre este tipo de recuperaciones que Darvas resume de forma muy útil en algunas cifras. Por una parte, aunque son frecuentes en los países emergentes no son un fenómeno inusual entre los países desarrollados, y en cualquier caso requieren en promedio más de tres años hasta que el crédito recupera el nivel que tenía en el momento más bajo de la recesión –es decir el crédito no es el motor sino la consecuencia del crecimiento. Por otra parte sólo tienen éxito si vienen acompañadas de una fuerte depreciación real, más del doble de la que es precisa cuando la recuperación viene acompañada de un crecimiento del crédito. La evidencia también señala que en los primeros años de este tipo de salida de una crisis financiera el beneficio empresarial no distribuido constituye una fuente crucial de financiación para abordar nuevos proyectos o para prestar a otras empresas –crédito comercial.
El resultado de la crisis financiera en Japón fue una masiva acumulación de beneficios no distribuidos por parte del sector corporativo no financiero, que se dedica en buena medida a la adquisición de activos nacionales y extranjeros frente a la inversión productiva. Algo de eso está sucediendo ya en muchas empresas en Estados Unidos. De hecho hay evidencia directa sobre este motivo de acumulación de ahorro empresarial. Por ejemplo Chevalier y Scharfstein muestran que las empresas con mayores limitaciones para el acceso al crédito externo se ven necesitadas de aumentar más sus márgenes en la recesión incluso a costa de su cuota de mercado. Para la economía española el informe de 2010 de la Comisión Nacional del Mercado de Valores mostraba claramente como este había sido el patrón de salida de la recesión de los años noventa en España y estaba empezando a serlo en la actual. El Gráfico 4 sugiere que este motivo puede explicar, al menos en parte, el incremento de los márgenes en las empresas españolas; en él se aprecia como el ahorro neto empresarial que disminuyó progresivamente durante el boom –como proporción del valor añadido bruto de las empresas- ha aumentado rápidamente desde 2009, en claro contraste con la tasa de ahorro de las familias. Incluso ha cambiado el signo de su capacidad neta de financiación que ha sido negativa durante el boom para tornarse positiva en la recesión –Gráfico 5.
Así pues la recuperación de nuestra competitividad perdida durante los años del boom es todavía incompleta y además el ajuste no está procediendo de una forma simétrica, sino que está recayendo básicamente sobre los salarios y la productividad aparente del trabajo –es decir sobre el empleo- con una menor respuesta de los márgenes de beneficios. Esta adaptación desigual tiene una repercusión negativa sobre la distribución de la renta, pero tiene casusas complejas, que tienen que ver con características de los mercados y también con la propia restricción de crédito. En la medida en la que lo que está detrás de este comportamiento sea la falta de competencia, el impulso a la competencia en los mercados de bienes y servicios deben ayudar a acelerar el proceso de corrección de desequilibrios y al consumo. Si por el contrario la resistencia de los precios a caer tiene más que ver con la necesidad de muchas empresas, sobre todo pequeñas y medianas, de dotarse de capacidad de financiación la cuestión sería más compleja y una reducción significativa en los márgenes podría afectar negativamente a la inversión y a la reasignación de factores hacia la producción de comerciables.
Pero mientras tanto el coste social del ajuste está recayendo de forma particular sobre el empleo y las rentas del trabajo. Independientemente de si existe una alternativa macroeconómicamente más viable para la corrección de nuestro desequilibrio exterior es necesario aplicar medidas paliativas sobre los sectores más afectados, mediante un diseño más eficiente de las medidas de protección social y en particular facilitando el desapalancamiento de hogares cuya renta va a caer sustancialmente en términos reales en los próximos años. La aplicación no indiscriminada de estas medidas ha sido también habitual en la resaca de crisis financieras en el pasado en muchos países y con frecuencia –no siempre, como puede verse en este informe del FMI- han sido efectivas para agilizar y ordenar el desendeudamiento de hogares en situación financiera particularmente frágil.