Por Kenza Elass y Cecilia García Peñalosa
A pesar de que el siglo XX ha visto avances notables en la reducción de las desigualdades de género, las disparidades salariales entre mujeres y hombres son aún considerables. En los países de la OCDE, el progreso educativo ha sido enorme ya que para las generaciones recientes se observa una tasa de graduación universitaria más elevada para las mujeres que para hombres. Sin embargo, las diferencias salariales persisten en estos países. En España, los datos del INE indican que en 2021 el salario anual mediano de las mujeres fue solo el 82% del de los hombres, y si consideramos solamente los individuos que trabajan a tiempo completo, el salario femenino representa el 92% del de los hombres. Los economistas se enfrentan, por consecuente, a la dificultad de explicar esta persistencia a pesar de la reducción de las diferencias de género en otros aspectos.
En los últimos años, las ciencias económicas han documentado nuevos aspectos en las desigualdades de género. Estos avances han sido posibles gracias al acceso reciente a datos administrativos precisos y detallados que permiten, por ejemplo, seguir a las mujeres en sus trayectorias profesionales después de episodios de interrupción laboral relacionados con la maternidad, y ver como la maternidad afecta distintos aspectos de la vida profesional. Así, se ha podido constatar que, para las generaciones recientes, las carreras e ingresos de las mujeres empiezan a divergir de las de los hombres con la llegada del primer hijo, poniendo en evidencia que existe una “penalidad por maternidad”.
En el artículo “Gender Gaps in the Urban Wage Premium”, que hemos escrito junto con Christian Schluter, examinamos otro aspecto – la geografía de las diferencias de ingresos entre mujeres y hombres. Nuestro análisis se focaliza sobre el efecto de las disparidades espaciales en la brecha de género en Francia, un análisis que es posible gracias a nuevos datos exhaustivos. La investigación académica, ha mostrado la existencia de “prima de aglomeración” en un gran número de países, definidas como una relación positiva entre el nivel de salarios y la densidad de una ciudad (o zona de empleo, es decir, grupo de municipios en los que un individuo pude trabajar y vivir manteniendo un tiempo de trayecto laboral diario razonable). En otras palabras, una vez se controla por el nivel de educación, experiencia laboral, y sector de empleo, el salario es más alto cuanto mayor es la población de la ciudad en la que trabaja un individuo. Siguiendo estos trabajos, nuestra investigación se pregunta si esta prima salarial obtenida al trabajar en una ciudad más densa afecta de la misma manera a las mujeres y a los hombres.
Nuestros datos indican que en Francia, la brecha salarial es muy distinta según la densidad del lugar de empleo. Como muestran los mapas a y b de la Figura 1 que presentan datos para 2019, aquellos lugares en los que la densidad de población es más alta, son también las ciudades en las que observamos una menor diferencia entre los salarios de hombres y mujeres. Por ejemplo, si consideramos los salarios del 20% de la población que reside en las zonas de empleo más densas y lo comparamos con los del 20% de los trabajadores que viven en las zonas menos densas, la brecha salarial es un 22 % inferior para el primer grupo que para el segundo. En las grandes ciudades, los ingresos de las mujeres son más próximos a los de los hombres que en las ciudades pequeñas o zonas rurales.
Estas diferencias pueden tener su origen en la selección de los trabajadores en distintas localidades. Por ejemplo, es posible que las mujeres que trabajan en las grandes ciudades tengan características que llevan a obtener salarios más altos que aquellas que se encuentran en las localidades pequeñas. Su nivel de educación puede ser mayor o pueden tener una mayor disponibilidad en el trabajo que implica una promoción más rápida y por tanto ingresos más altos. Para evitar el sesgo de selección, nuestro análisis se focaliza en los individuos que cambian de localidad. Es decir, calculamos como cambian los ingresos de un individuo cuando pasa de trabajar en una ciudad poco densa a una muy densa o viceversa. Este tipo de análisis es posible gracias al acceso a datos muy detallados sobre toda la mano de obra francesa, ya que es esencial contar con un numero suficiente de trabajadores móviles.
Nuestros resultados muestran que las mujeres benefician más que los hombres de mudarse a una zona de empleo más densa. Las ganancias de aglomeración de las mujeres son un 53% más elevadas que las de los hombres. Estas diferencias están ilustradas en la figura 2, en la que mostramos (mapa a) la brecha de genero estimada sin sesgo de selección, i.e. basada en los individuos que cambian de localidad, y la densidad de las distintas zonas de empleo (mapa b).
¿Cuáles son los factores que explican estas diferencias? Hemos identificado varios mecanismos. Un primer aspecto es que las grandes aglomeraciones ofrecen más servicios de cuidado infantil, lo que permite mitigar la penalidad por maternidad. La falta de opciones para la pequeña infancia en zonas de empleo poco densa hace que aumente el tiempo parcial de las mujeres y por tanto disminuyan sus ingresos. Por otro lado, el trayecto entre el hogar y el trabajo juega un papel importante. Estudios recientes han mostrado que, en Francia, las mujeres arbitran entre el tiempo que lleva este desplazamiento y el salario, estando dispuestas a aceptar un sueldo menor a cambio de reducir el tiempo de trayecto laboral diario. Esto implica que, en las zonas poco densas en las que el trayecto medio de los hombres es más largo que en las zonas más densas, las mujeres se ven obligadas a elegir entre un puesto mejor remunerado y más tiempo de desplazamiento diario. Su preferencia por reducir este último para poder combinar mejor trabajo y tareas familiares las lleva a aceptar empleos peor renumerados.
Por último, las características del mercado laboral local también explican las disparidades salariales. En las zonas más densas, la diversidad de empresas e industrias disminuyen la brecha salarial. La razón es que esta mayor diversidad permite una mejor adecuación entre el puesto de trabajo y las competencias de los trabajadores. Si una mujer se muda a una zona poco densa para seguir a su cónyuge, se va a encontrar con un mercado de trabajo menos variado en el que le será más difícil encontrar un empleo que utilice de la mejor manera posible su potencial productivo. El resultado es que estas mujeres aceptan puestos, y por tanto salarios, por debajo de sus capacidades.
Estos resultados cuestionan la eficacia de las medidas políticas armonizadas a nivel nacional para combatir las desigualdades de género en el trabajo. La evidencia que mostramos para Francia, pero que pensamos expone mecanismos presentes en otros países de renta alta, implican que las autoridades públicas deberían adaptar sus esfuerzos en función del tamaño de la zona de empleo. En particular, el acceso al cuidado infantil y la reducción del tiempo de trayecto laboral en las zonas a baja densidad deberían ser una prioridad de la política de género.