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¿Juegan peor las mujeres al ajedrez?

deneuvebowie

Por María Cubel.

“Son todas débiles, todas las mujeres. Son estúpidas en comparación con los hombres. No deberían jugar al ajedrez. Son como principiantes.” “Cada uno de los componentes del ajedrez pertenece a áreas en las que los hombres dominan.” “Las chicas no tienen cerebro para jugar al ajedrez.” Estas frases pronunciadas por los grandes campeones Bobby Fischer, Gary Kasparov y Nigel Short respectivamente, evidencian que muchos piensan que el ajedrez, como el coñac Soberano, es cosa de hombres. Desgraciadamente, los datos avalan esta visión: solo el 11% de los jugadores en torneos internacionales mixtos y el 2% de los Grandes Maestros son mujeres, y sólo hay una mujer entre los 100 mejores jugadores, la china Hou Yifan. Es decir, es más fácil que una mujer sea presidenta de Estados Unidos que campeona del mundo de ajedrez.

Los torneos profesionales de ajedrez ofrecen un marco excelente para estudiar la existencia de diferencias de género en el desempeño competitivo y en el acceso a los puestos más altos de una profesión. Las razones son varias: Primero, el ajedrez es de los pocos deportes donde mujeres y hombres compiten unos contra otras. Segundo, el éxito en una partida depende casi exclusivamente del esfuerzo y de la habilidad, no es cuestión de suerte. Tercero, existe una medida establecida de habilidad de los jugadores, el Elo rating –llamado así en honor de su inventor, el físico Arpad Elo- que es totalmente pública. Esto permite que cada jugador pueda conocer la calidad relativa de su oponente. Cuarto, están disponibles online bases de datos que incluyen información completa sobre los jugadores, los movimientos y el resultado de las partidas de torneos de todo tipo, bases que los jugadores más ávidos y motivados usan para repasar partidas históricas y estudiar a sus oponentes.

Pero lo que hace que el ajedrez profesional sea especialmente interesante para analizar las diferencias de género en competición es que presenta características similares a las profesiones muy competitivas, los llamados high-powered jobs. Primero, como hemos dicho, las mujeres están infrarrepresentadas. Segundo, como las citas de Fischer, Karpov y Short demuestran, existe un fuerte estereotipo negativo en contra de las mujeres ajedrecistas. Tercero, en efecto, las jugadoras de ajedrez obtienen peores resultados que sus colegas masculinos; en media tienen un 15% menos de puntos Elo que los jugadores hombres. Esta diferencia de resultados recuerda bastante a la brecha de género que persiste en salarios (Blau and Kahn, 2016) porque no existe ninguna prueba concluyente de que los hombres posean una superioridad innata a las mujeres en el ajedrez. Por último, los ajedrecistas expertos, sean hombres o mujeres, son individuos con elevada cognición, determinación, tenacidad y dedicación. Por tanto, las jugadoras de ajedrez profesionales, como las mujeres en ocupaciones competitivas, han escogido desarrollar su actividad en un ámbito muy exigente y altamente masculinizado. Dada esta selección, una esperaría que no hubiera diferencias de género en resultados una vez se controla por la habilidad de los jugadores. Y sin embargo, existen.

En un artículo reciente, “Gender, Competition and Performance: Evidence from real tournaments,” que he escrito con mis colegas economistas Peter Backus y Santiago Sánchez-Pagés y los expertos en computación Matej Guid y Enrique López-Mañas, estudiamos la existencia y origen de  diferencias de género en competición utilizando datos de jugadores de ajedrez que se encuentran en el top 5% mundial de los jugadores federados. Aprovechando la compulsión archivística de los aficionados a este deporte, obtenemos datos de decenas de miles de partidas y de miles de jugadores, su Elo rating, su edad, federación y, por supuesto, su sexo.

El primer resultado es esperable. Las mujeres obtienen en esperanza peores resultados que los jugadores hombres de similar habilidad. El segundo resultado que obtenemos es mucho más preocupante (e interesante): Esta diferencia de género en resultados se debe a la composición de género de las partidas. Cuando un o una ajedrecista compite con alguien de su mismo sexo y habilidad, su probabilidad de victoria es 50%. Pero cuando un hombre y una mujer de la misma habilidad se enfrentan, la mujer solo gana en un 46% de los casos. Esto es equivalente a acarrear un handicap de 30 puntos Elo cada vez que la persona sentada al otro lado del tablero es un hombre.

Para arrojar un poco de luz sobre las razones de tan desesperante resultado, aprovechamos que contamos con información de cada movimiento realizado por ambos jugadores en cada partida para calcular una medida de la calidad de juego. Para ello seguimos la metodología de Guid and Bratko (2006): computamos la diferencia entre la calidad del movimiento escogido por el jugador y la calidad del movimiento que habría escogido un ordenador con un Elo superior a 3000 puntos y que, por tanto, es superior a cualquier humano, incluido el actual campeón del mundo Magnus Carlsen. Nuestra medida de calidad es la media de estas diferencias durante el llamado “medio juego” y es, consecuentemente, una medida del error cometido por el jugador en la fase más creativa e improvisada de una partida.  Cuando regresamos esta medida de error frente a nuestros controles y el sexo del oponente obtenemos que las mujeres cometen más errores, es decir, la calidad de su juego es menor, cuando juegan contra un hombre. La calidad del juego de los hombres, sin embargo, no se ve afectada por el sexo de su contrincante. Este resultado es coherente, entre otras, con la teoría del stereotype threat, que argumenta que cuando un colectivo sufre un estereotipo negativo, la ansiedad experimentada al tratar de evitarlo o simplemente saber que existe reduce sus capacidades cognitivas y aumenta la probabilidad de confirmar el estereotipo.

Otros resultados de nuestro estudio muestran que los hombres también modifican su comportamiento cuando juegan contra mujeres. En particular, dados dos oponentes de la misma habilidad y dos tableros idénticos, los hombres tienden a retirarse más tarde cuando juegan contra una mujer. Este resultado recuerda a aquella observación del célebre ensayista norteamericano Charles Dudley Warner: “No hay nada que disguste más a un hombre que perder contra una mujer al ajedrez.” Y es que retirarse contra un hombre siempre puede interpretarse como “un pacto entre caballeros.”  O como una “abstención técnica.”

Asimismo, observamos que cuando aumenta la presión competitiva porque hay más puntos Elo en juego, los ajedrecistas, sean hombres o mujeres, cometen más errores, un resultado similar al que encontró Paserman (2010) en su estudio de errores en los torneos de tenis del Grand Slam. Sin embargo no observamos un efecto diferencial entre sexos.

Para finalizar, quisiera mencionar que nuestros resultados generan dos sugerencias: Primero, que puede ser una buena idea introducir torneos “a ciegas” donde el sexo de los jugadores permanezca oculto, a la manera en que se han introducido audiciones ciegas en las orquestas. Y quizás más importante: las mujeres en nuestra muestra son muy profesionales. Han alcanzado un nivel de maestría en ajedrez mediante estudio y constancia, y se han autoseleccionado en un campo claramente masculino. Si encontramos diferencias de género en esta muestra tan selecta parece razonable pensar que en otros ámbitos la dimensión de la tragedia debe de ser todavía mayor.