Hugo Sonnenschein

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Por Salvador Barberà

Hugo Sonnenschein, economista teórico exquisito, líder intelectual, maestro de maestros y audaz reformador universitario,  falleció en Chicago el pasado mes de Julio.

Hugo era enormemente exigente consigo mismo: buscó y alcanzó la excelencia en todas sus dimensiones de actividad. Desde sus inicios como investigador hasta sus últimos artículos, su obra, extensa pero sobre todo intensa y altamente creativa, apuntó a problemas esenciales de la teoría económica. Sus trabajos, a la vez críticos y constructivos, señalan deficiencias de nuestro conocimiento y a la vez abren camino para su avance. Fue el primero en señalar y demostrar que las funciones agregadas de demanda no tenían por qué satisfacer las restricciones resultantes de la hipótesis de optimización por parte de cada consumidor individual. Esta profunda observación, finalmente cristalizada en el depurado teorema de Debreu-Mantel-Sonnenschein, es más que una crítica a determinados usos de una herramienta importante en el análisis económico. Es también una invitación al estudio de aquellas condiciones sobre la distribución de bienes y riqueza bajo las cuales se puede recuperar la idea de un consumidor representativo sin caer en razonamientos falaces.

Sonnenschein, directamente pero también a través de sus discípulos, inspiró buena parte de la evolución del análisis económico desde los años sesenta hasta finales del siglo 20, impulsando la incorporación de nuevos temas y herramientas a la tradición rigurosa de la teoría del equilibrio general. Sus trabajos, sus enseñanzas y su liderazgo intelectual, como editor de Econometrica y presidente de la Econometric Society, entre otras posiciones de influencia, favorecieron la evolución de la microeconomía hacia la inclusión de consideraciones sobre estrategias, incentivos, dinámicas, diseño de mecanismos, preferencias, expectativas y elecciones colectivas, que enriquecieron las construcciones canónicas de Arrow-Debreu-McKenzie hasta llegar a la compleja visión que tan bien resume el texto de Mas Colell, Whinston y Green, y sobre la que se asientan los desarrollos del presente siglo.

Su ejemplo inspiró a muchos. Ejerció su influencia sin aspavientos. Sabía escuchar y sugerir. Su sinceridad no le permitía asentir ante proyectos mediocres, pero no necesitaba disuadir a sus interlocutores, porque era capaz de ayudarles a buscar en direcciones más acertadas, y a la vez espolear su ambición.

Empezó su carrera de profesor en la Universidad de Minnesota, donde enseñó desde muy joven. Allí ya descubrió que una generación de españoles, seres exóticos en las universidades americanas de aquel entonces, habían llegado buscando un alimento intelectual que su país les negaba: Joaquim Silvestre, Antoni Bosch y Xavier Calsamiglia , además de Andreu Mas-Colell, cuyo primer trabajo publicado fue conjunto con el joven profesor Sonnenschein. Otros españoles, como Javier Ruiz-Castillo, Isabel Fradera y yo mismo, que buscábamos el mismo alimento en Northwestern, tuvimos la fortuna de que Hugo se estableciera, poco después, en aquella universidad donde éramos estudiantes, y él acabo dirigiendo nuestras tesis. Aunque orientó su trabajo y su influencia en muy diversas direcciones, le agradezco que alentase mi interés y mantuviese siempre el suyo por la teoría del voto, de la elección social y del diseño de mecanismos, como reflejo de su sensibilidad hacia problemas de carácter normativo.

Desde entonces se consolidó su enorme simpatía e interés por nuestro país, y su solidaridad con los esfuerzos que a lo largo de los años fuimos desarrollando, a partir de una pequeña minoría de locos, hasta alcanzar el actual grado de desarrollo de nuestra profesión y su inserción en el mundo de la economía científica. Su apoyo continuado a los economistas académicos españoles, siempre guiado por los mismos afanes de excelencia que le eran propios, adoptó muchas formas: consejo, asesoramiento, acogida en sus sucesivos departamentos de nuevas oleadas de estudiantes. Hasta sus últimos días presidió el consejo científico de la Barcelona School of Economics, a la que aportó su sabiduría y experiencia. Parte del reconocimiento que le debíamos se reflejó en la concesión de un doctorado honoris causa de la UAB, y del premio Fronteras del Conocimiento, juntamente con Andreu.

Durante su siguiente etapa como profesor, esta vez en la universidad de Princeton, intensificó su tarea como potenciador de talento, amasando una cosecha legendaria de doctores que hoy pueblan las mejores universidades del mundo. Entre todos, sus discípulos fueron configurando, bajo su batuta, aquel camino de cambio hacia la teoría económica del futuro.

Como doctorando y después coautor pude gozar del placer de investigar junto a un maestro. Muchas veces las conversaciones de despacho se prolongaban con paseos en busca de un café, un helado o una chocolatina, porque la primera pregunta que conduce a un artículo puede surgir en cualquier momento, y hay que darle vueltas. En esto era sistemático: no desechar ninguna idea ambiciosa hasta haberla debatido, no aceptar atajos artificiales, buscar lo esencial. Después, aclarado el objetivo y los medios para alcanzarlo, había que profundizar, extender, pulir. Y escribir con precisión: no cejaba hasta obligarnos a sacar todo el valor a las buenas ideas.

En torno a sus cincuenta años Hugo cambió el rumbo de su vida académica e inició una fulgurante carrera como administrador y líder universitario, que le llevó, desde su primer cargo como dean en Pennsylvania y después provost en Princeton, hasta la presidencia de la Universidad de Chicago. Muchas veces he envidiado a aquellos organizaciones que son capaces de reclutar a sus dirigentes de manera no endogámica, buscando el talento, la capacidad de renovación y el liderazgo de quienes pueden fijarles nuevas metas. No sé si alguna vez a nuestras universidades les llegará la ocasión de abrir este camino.

Durante una década, Hugo no sólo consolidó el relieve intelectual de aquella universidad, esta vez en todas sus dimensiones y escuelas, sino que la proyectó hacia el futuro, ampliando horizontes, encontrando nuevas fuentes de financiación, modernizando sus trayectorias curriculares. Tuvo que superar resistencias, pero, como ha reconocido su actual presidente, sentó las bases para el progreso de una institución complejísima y prestigiosa que necesitaba responder a nuevos retos. Construir para el futuro fue su gran especialidad, igual en ciencia que en política universitaria.

Tras haber asentado sus propuestas, regresó a la enseñanza y la investigación de alto nivel a principios de siglo, pero sin dejar ya nunca de compartir su experiencia de gobierno universitario como asesor de diversas organizaciones sin ánimo de lucro, ya fuera en el consejo de su alma mater, la Universidad de Rochester, en la organización de intercambios internacionales de estudiantes , o mediante su ya citado decisivo apoyo a la Barcelona School of Economics.

Me consta que muchos economistas españoles se beneficiaron de su trato, incluso cuando fuera ocasional, debido al magnetismo de su personalidad, su capacidad de provocar la reflexión y la ecuanimidad de sus juicios. Lamento no poder transmitir con mayor intensidad a las generaciones más jóvenes, mediante esta semblanza, la importancia que tiene para nuestra profesión el contacto personal con los grandes maestros. Pero les animo a buscar y a conseguir, mediante su propia superación y méritos académicos, la amistad, el apoyo y el respeto de figuras como Hugo Sonnenschein, para el bien de sus propias carreras académicas y del prestigio y reconocimiento de la economía científica en España más allá de nuestras fronteras.

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  • Comparto plenamente la admiración y el agradecimiento de Salvador a Hugo Sonnenschein. En particular, quiero destacar su estímulo durante mis primeros pasos como profesor visitante en Princeton, y, más tarde, su ayuda durante mi etapa en la Econometric Society. Siempre tuvo "todo el tiempo del mundo" para hablar conmigo, incluso cuando era presidente de la Universidad de Chicago. Una persona verdaderamente excepcional.

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