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¿Está envejeciendo mal la Economía del Comportamiento?

De Hugo Cuello (@hcuello_) y Pedro Rey Biel (@pedroreybiel)

La economía del comportamiento ya no es lo que era. Esta disciplina, entendida como el enriquecimiento de los modelos teóricos tradicionales sobre el comportamiento de los individuos, incorporando motivaciones psicológicas más complejas originadas por la evidencia empírica, ha entrado en una etapa de madurez un poco complicada.

Este mes se cumplen 10 años de la publicación de uno de los libros que más han hecho por popularizar sus hallazgos (“Pensar Rápido, Pensar Despacio” del premio Nobel de Economía y psicólogo Daniel Kahneman). También se celebró recientemente el décimo aniversario de la creación de la primera agencia gubernamental que aplicó sus enseñanzas para mejorar la efectividad de las políticas públicas (El Behavioural Insights Team británico, conocido como “Nudge Unit”). Además, el best seller de Thaler y Sunstein, “Nudgeha vuelto a publicarse este año en una edición revisada.

Aunque la incorporación de la psicología a los modelos económicos tradicionales venía de largo, su éxito y popularización estallan a partir del cuestionamiento de la economía clásica, derivado de la crisis económica de 2008. La crítica, quizás desenfocada, a los fallos de predicción de la crisis y la necesidad de tomar nuevas medidas económicas de bajo coste, supuso un caldo de cultivo para que tanto instituciones públicas como empresas, tomaran prestado el enfoque “nudge” de la economía del comportamiento como forma de resolver algunos de sus problemas.

No obstante, en ocasiones lo que llegó a la práctica (aunque no a nuestro país, donde siempre vamos con retraso) fue una versión caricaturizada de la economía del comportamiento. A veces, los decisores públicos se basaron exclusivamente en los “pequeños empujones”, sin aprovechar plenamente la caja de herramientas que supone el considerar una psicología más rica para el diseño de instituciones y políticas públicas. Se perdió la oportunidad de crear nuevos mecanismos de incentivos utilizando las amplias motivaciones inspiradas por la psicología y no se aprovechó el potencial de la experimentación, tanto en el laboratorio como en las empresas y organismos públicos.

Además, la popularización de la economía del comportamiento se ha visto empañada en los últimos años por dos sombras. Por un lado, una parte importante de los resultados provenientes de experimentos de psicología social se han visto envueltos en la llamada “crisis de replicación” al no haber podido ser reproducidos por investigadores independientes. Por el otro, el señalamiento de algunos de sus autores que han caído en malas prácticas o directamente en el fraude.

A este respecto y durante el verano, Dan Ariely, uno de los más conocidos impulsores de la Economía del comportamiento (y autor del best-seller “Las Trampas del Deseo”), se ha visto involucrado en un escándalo relacionado con la fabricación de los datos de uno de sus estudios, irónicamente relacionado con el tema de la honestidad (está muy bien explicado aquí).

La reacción ante estos hechos de parte de la comunidad económica y científica ha sido decepcionante. Por un lado, quienes esperaban con ganas el ocaso del área, se han precipitado a proclamar su muerte. Por otra, algunos de sus máximos exponentes, como Richard Thaler o Colin Camerer, han salido en defensa únicamente de su pequeña parcela (“estas crisis no atañen a mi propia investigación”, parecen decir) sin hacer una defensa serena de la validez de la economía del comportamiento en su conjunto.

No estaba muerta, estaba de parranda

Aún con todas estas limitaciones, creemos que los rumores sobre la muerte de la economía del comportamiento han sido ampliamente exagerados. Merece la pena ver la situación con algo de perspectiva:

Los problemas de replicación son comunes en la ciencia y, de hecho, estas crisis sirven para mejorarla. Las revistas académicas de economía, y poco a poco a también las de psicología, han elevado los estándares para facilitar la comprobación de los resultados de sus publicaciones. Hoy en día, la gran mayoría de las investigaciones en economía del comportamiento exigen un pre-registro de las hipótesis y los análisis que se van a estudiar, de forma que no haya una búsqueda espuria de resultados a partir de los datos obtenidos.

Además, se han elevado las exigencias sobre la disponibilidad pública de los datos utilizados. Todo ello facilita que se puedan comprobar la robustez de las investigaciones mediante réplicas, aunque estas lleven su tiempo.

Los problemas de falta de honestidad también aparecen, tristemente, en todas las ramas de la ciencia. Por centrarnos en la economía, cualquier análisis empírico con datos privados y/o confidenciales es susceptible de ser manipulado.

De forma similar, los modelos teóricos en otras áreas económicas han ocultado en muchos casos la dependencia crucial que tienen en algunos supuestos poco científicos en los que se basan. No hay nada intrínseco en los experimentos de la economía del comportamiento que la haga especialmente susceptible al fraude. De hecho, dada la sencillez de sus diseños, cuentan con la posibilidad de ser más comúnmente replicados, haciendo que sea más más fácil detectar los casos de mala praxis.

Es cierto que, en su proceso de popularización, los economistas del comportamiento hemos sido culpables de cierta falta de rigor al publicitar en exceso resultados llamativos. No siempre se ha incidido lo suficiente en la complejidad y la volatilidad intrínseca del comportamiento humano, así como en los pequeños detalles del diseño experimental que pueden incidir de forma crucial en los resultados.

Algunos investigadores y agencias gubernamentales han utilizado experimentos con muestras pequeñas y bajo poder estadístico. No han sido todo lo cuidadosos que deberían con el diseño experimental, lo que ha llevado a resultados frustrantes. Esto ha ocurrido especialmente porque muchos nudges tienen efectos tan modestos que se necesitan muestras demasiado grandes para poder capturar su impacto.

Sin embargo, aunque sean mejorables en su diseño, el uso generalizado de la experimentación y la evaluación de impacto como herramientas fundamentales de la economía del comportamiento demuestra su deseo de cumplir con un alto nivel de rigurosidad; mucho más que otras áreas donde la evidencia puede ser escasa, sesgada y muy poco robusta. De hecho, ese alto nivel de transparencia le lleva a estar de forma más regular bajo los focos: no significa que otras disciplinas lo hagan mejor, significa que en economía del comportamiento es más difícil ocultarlo, lo que en realidad es una buena noticia.

Esa necesidad de transparencia se está extendendiendo a todas las áreas de economía: los problemas de replicación de una parte importante de los artículos publicados en algunas de las revistas generalistas más importantes de economía, como el American Economic Review, han llevado a crear en los últimos años la figura del “editor de datos”, quien exige no solo la disponibilidad de estos, sino una versión transparente del análisis estadístico que se haya utilizado.

La economía del comportamiento no se reduce a los nudges, ni quizás sean los instrumentos más efectivos. Es cierto que los pequeños empujones psicológicos son un instrumento sencillo y barato de influir en el comportamiento de los individuos. Sin embargo, en su efectividad influyen múltiples factores que pueden contradecirse y la duración de sus estímulos es, en muchos casos, de corto plazo y el tamaño de los efectos tiende a ser pequeño. Aunque no inexistente.

Algunas herramientas, como el “priming”, están más en entredicho que otras. De hecho, esta ya ha sido eliminada de la última versión del libro de Thaler y Sunstein, demostrando que hay un avance en el aprendizaje de la materia. Por el contrario, otras como la teoría prospectiva, fundamento básico de la ciencia del comportamiento, ha sido replicada con éxito en numerosas ocasiones y cuenta con unos cimientos teóricos y empíricos muy sólidos.

Hay instituciones públicas que se han lanzado a aplicar la economía del comportamiento y están aprendiendo grandes lecciones por el camino. Estas instituciones deben entender las complejas motivaciones psicológicas que influyen en nuestro comportamiento no pueden reducirse a buscar pequeños trucos que siempre funcionen. Sin embargo, aunque su aplicación en la práctica sea mejorable, siempre será mejor que la alternativa (como hemos hecho en España) de seguir enfrentando los problemas del Siglo XXI con herramientas del siglo pasado. Combinar la teoría con el diseño de experimentos potentes que tengan en cuenta todos los múltiples factores no siempre será barato ni rápido, pero puede llevarnos a diseñar instituciones y mecanismos de incentivos que funcionen en la práctica.

En definitiva, la economía del comportamiento ha sufrido los vaivenes clásicos de toda área científica en su proceso de maduración: escepticismo inicial, éxito desmesurado y, finalmente, crisis y reposicionamiento. Pero como ha señalado Alex Imas, tiene sentido esperar que el enriquecimiento que brinda a la ciencia económica haga que la economía del comportamiento no muera, sino que, como ya está ocurriendo, se transforme y pase a ser, simplemente, economía.


- Hugo Cuello es Analista Senior de Políticas en el Innovation Growth Lab de la fundación británica de innovación Nesta.