¿Enviudar perjudica seriamente la salud de las personas?

Por Luz María Peña-Longobardo, Beatriz Rodríguez-Sánchez y Juan Oliva

 

Aunque a lo largo de los siglos la felicidad humana ha sido un tema central para filósofos, gobernantes, sacerdotes, terapeutas, etc., no puede extrañar que para la economía, dado su carácter de disciplina moral desde sus inicios, su estudio haya constituido uno de sus ejes centrales. No obstante, no ha sido hasta las últimas décadas (años 70 del pasado siglo) cuando la literatura dedicada a este tema ha comenzado a dar respuestas sobre algunos de los principales determinantes de la felicidad, la satisfacción con la vida y el bienestar humano. Un aspecto tradicionalmente relacionado con la satisfacción con la vida, el bienestar personal, una buena salud y ventajas económicas es el compartir la vida con una pareja. Así, la muerte de un cónyuge o pareja es uno de los eventos más devastadores que puede ocurrir en la vida de una persona.

En este contexto, la dimensión temporal es uno de los principales elementos a tener en cuenta para profundizar en la comprensión de los efectos negativos de enviudar. Es decir, transcurrido el tiempo, ¿las personas que han enviudado recuperan su bienestar personal y salud inicial, es decir, el que tenían antes de sufrir la pérdida? ¿o, por el contrario, nunca vuelven a su estado inicial? La literatura en el campo de la psicología muestra numerosos ejemplos de trayectorias adaptativas tras diversos eventos (shocks), condicionados por elementos individuales, contextuales y sociales. En este sentido, nace el término de la adaptación hedónica (hedonic treadmill), la cual se refiere a la noción de que después de un evento negativo (como es el caso de perder a la pareja) y un inmediato deterioro de bienestar (en general, o en algunas de sus dimensiones concretas), la persona puede (completa o parcialmente) volver a un nivel de referencia relativamente estable. Así, la Figura 1a representaría una situación en la que el shock de perder a la pareja reduce inmediatamente el nivel de bienestar y salud, para después, en los siguientes periodos, producirse una recuperación progresiva de los niveles iniciales, produciéndose la recuperación completa al final del período mostrado. Sin embargo, la Figura 1b representa una situación similar, con la importante diferencia de que la recuperación del efecto provocado por el shock es parcial, es decir, no permite que la persona alcance por completo los niveles iniciales (previos al shock) de bienestar y salud.

Figura 1a y 1b. Adaptación hedónica completa y parcial tras un evento negativo

Fuente: elaboración propia

Teniendo en cuenta lo anterior, nuestro objetivo fue doble:

1. Analizar si la pérdida de la pareja perjudica, o no, al bienestar y a la salud, atendiendo a distintas dimensiones, y al uso de recursos sanitarios y no sanitarios (cuidados profesionales y no profesionales) de las personas que se quedan viudas, respecto a las que permanecen en pareja para un conjunto de individuos mayores de 50 años residentes en 27 países europeos, además de Israel.

2. Estudiar si el efecto que produce perder a la pareja sobre las variables consideradas se da únicamente en el corto plazo (definido como 2 años respecto a la situación inicial de casado o en pareja), o, por el contrario, hay un efecto adaptación donde se muestre que el efecto producido por este shock desaparece completa o parcialmente transcurridos 4-5 años.

Los datos se obtuvieron de la encuesta europea longitudinal sobre salud, envejecimiento y jubilación- Survey of Health, Ageing and Retirement in Europe (SHARE), la cual incluye información de 120.000 personas de cincuenta o más años de edad sobre sus características personales, estado de salud, situación financiera, o el uso de recursos sanitarios y sociales, entre otras. El periodo analizado va de 2004 a 2015. La metodología empleada para el análisis fue la técnica de emparejamiento Genetic Mathing, mediante la que analizamos las diferencias en el bienestar, el estado de salud y la utilización de recursos de las personas que han enviudado en los últimos dos años (grupo tratamiento), comparando su situación con la de las personas que permanecen casadas o en pareja (grupo control).

Los principales efectos identificados en el corto plazo apuntan a la existencia de diferencias estadísticamente significativas en el bienestar general, la salud mental y la probabilidad de recibir atención (tanto profesional como no profesional) entre las personas que han perdido a su pareja y las del grupo control. Más concretamente, las personas que han enviudado tienen en torno a 25 puntos porcentuales (p.p.) más probabilidad de estar deprimidos que las personas que se mantienen en pareja. En el caso de la atención de cuidados prestados por profesionales sociosanitarios, las personas enviudadas recientemente tienen 8 p.p. más de probabilidad de recibir dicha atención, y 15 p.p. más de recibir atención familiar en el hogar.

Cuando comparamos dichos resultados en el largo plazo, es decir, trascurridos 4-5 años desde el fallecimiento de la pareja, se identifica la existencia de un elemento adaptativo que suaviza el impacto negativo de enviudar en el bienestar percibido y en la utilización de cuidados a largo plazo (adaptación parcial) o los hacen desaparecer por completo en el caso de los efectos sobre la salud (adaptación completa).

Otro elemento a destacar entre los resultados obtenidos son las diferencias encontradas en función del sexo, la edad y el país de residencia, especialmente en el caso de la salud mental. Las mujeres viudas tienen alrededor del 23 p.p. más de probabilidad de sentirse deprimidas que los varones viudos. Además, ellas presentaron un mayor uso de cuidados no profesionales (familiares) que los hombres viudos, mientras que en estos últimos se reveló un mayor uso de cuidados profesionales. Del mismo modo, las personas más jóvenes (menores de 65 años) que han enviudado tienen 31 p.p. más de probabilidad de sentirse deprimidas en comparación con aquellas que permanecen casadas, mientras que en las personas viudas mayores de 65 años dicho coeficiente se encuentra en torno a los 20 p.p., observándose un efecto de adaptación (desaparición casi completa del efecto) en el medio plazo.

En cuanto a las diferencias por zona geográfica, la intensidad del efecto sobre la salud y el uso de recursos también fue diferente. Así, aquellas personas que enviudaron residentes en los países del sur de Europa tuvieron 31 p.p. más de probabilidad de sentirse deprimidos frente al grupo de control, mientras que las personas que enviudaron en países del centro, dicho probabilidad se situó en 20 p.p. Sin embargo, en todos los casos se observó un elemento adaptativo con la desaparición completa del efecto en el medio plazo.

Los resultados del estudio ponen de relieve la existencia de un riesgo importante en el deterioro de la salud mental de las personas que enviudan, especialmente en los primeros años posteriores a sufrir dicho evento, y un cambio en sus necesidades y organización de cuidados. Los resultados sugieren también la identificación de poblaciones especialmente vulnerables ante tal shock, en función del sexo, la edad y la zona geográfica, especialmente en el corto plazo, sugiriendo una mayor concentración de esfuerzos en estos grupos. Aunque no hemos conseguido alcanzar resultados sólidos sobre si enviudar supone un mayor riesgo de mortalidad, este es un debate que está lejos de cerrarse y precisaremos de futuros estudios para alcanzar una respuesta clara y, en caso afirmativo, revelar los canales de causalidad asociados a dicho efecto.

Con todo, la información disponible es suficiente para plantear la posibilidad de considerar el momento de la muerte de la pareja como un momento clave vital, en el que debería facilitarse acceso a atención psicológica temprana y evaluar los resultados las intervenciones adoptadas. Asimismo, los resultados obtenidos confirman que la pérdida de la pareja puede alterar los esquemas familiares de cuidados en personas con limitaciones en su autonomía, lo cual también aconseja una mayor vigilancia y rapidez de actuación a la hora de evaluar las necesidades individuales y dotar, en su caso, a las familias de cuidados personales profesionales, especialmente en las semanas y meses posteriores al evento, pero también manteniendo la provisión de este tipo de cuidados en el medio plazo.