En la actualidad, el estudio de las normas de género se ha convertido en un tema de gran relevancia en el campo de la economía. Algunos estudios señalan que las normas tradicionales de género están asociadas con una menor tasa de empleo femenina (Fortin, 2005), y una menor participación de la mujer en el mercado laboral (Fortin, 2015). Estos roles tradicionales de género también podrían explicar las diferencias salariales entre hombres y mujeres (Fortin, 2005). Además, en una entrada reciente (ver aquí) se hablaba de cómo las actitudes masculinas pueden tener un impacto negativo en la natalidad y el empleo femenino. Estas desigualdades de género en el mercado de trabajo podrían tener elevados costes económicos (ver aquí).
Según el Instituto Europeo de la Igualdad de Género (EIGE), la desigualdad de género tiene un fuerte impacto negativo en el PIB per cápita de Europa. Según sus estimaciones, la implementación de niveles más altos de igualdad de género podría aumentar el PIB per cápita hasta un 9,6%, equivalente a 3,15 billones de euros, para el año 2050.
Aunque la igualdad de género ha mejorado en los últimos años, la desigualdad de género en la participación económica y política sigue siendo alta (Global Gender Gap Report, 2017). Los roles tradicionales de género están aún presentes en Europa. Según datos del Gender Equality Eurobarometer (2017), más del 40% de los europeos piensa que el rol más importante de la mujer es el de cuidar su casa y su familia. Datos de la Encuesta Social Europea (2002-2010) revelan que el 47% de los europeos encuestados piensa que una mujer debe estar preparada para reducir su trabajo remunerado por el bien de su familia, mientras que aproximadamente el 23% piensa que el hombre debería tener más derecho que la mujer a un trabajo cuando estos escasean. Además, existen grandes diferencias entre países. Mientras que en el este de Europa estos porcentajes alcanzan el 70% y 50%, respectivamente, estos son mucho menores en los países nórdicos (por debajo del 30%).
En este contexto, comprender los factores que determinan las normas de género es crucial para prevenir posibles efectos indeseados. En esta entrada, hablaré de un artículo en el que estudio el efecto causal de la educación en las normas de género (ver aquí).
Con el objetivo de explorar esta hipótesis, se utilizaron los datos de la Encuesta Social Europea (ESS) de 2004, 2008 y 2010. Esta encuesta recopila información sobre actitudes, creencias y patrones de comportamiento, además de características individuales y nivel educativo de los padres en más de 30 países.
Para medir las actitudes de género, se utilizaron las siguientes preguntas: (1) 'Una mujer debe estar preparada para reducir su trabajo remunerado por el bien de su familia', (2) 'Cuando los trabajos son escasos, los hombres deberían tener más derecho a un trabajo que las mujeres'. Las respuestas posibles a estas preguntas incluyen 'muy de acuerdo', 'de acuerdo', 'ni de acuerdo ni en desacuerdo', 'en desacuerdo', y 'muy en desacuerdo'. A partir de las respuestas de los encuestados, se generaron dos indicadores de actitudes tradicionales de género que toman valor 1 si el individuo respondió 'muy de acuerdo' o 'de acuerdo' a la pregunta correspondiente.
La Figura 1 muestra el porcentaje de individuos con actitudes tradicionales de género. En todos los casos, este porcentaje disminuye a medida que aumenta el nivel educativo. Este patrón se repite no solo en los 14 países considerados en el análisis, sino también en el resto de los países que han participado y respondido a estas preguntas.
Figura 1: Porcentaje de individuos con actitudes tradicionales de género
Con el objetivo de investigar si la educación tiene un efecto causal en las normas de género más allá de una simple correlación, utilizo cambios exógenos en el número de años de educación obligatoria como instrumento de la educación. Esta metodología ha sido ampliamente utilizada en la literatura (ver por ejemplo Brunello et al., 2009). Además, en una entrada anterior de este blog ya se habló del uso de esta metodología en el estudio del efecto causal de la educación en la salud (ver aquí).
Las leyes educativas que aumentan el número de años de educación obligatoria incrementaron, en media, el número de años de educación en 0,28 años (3,3 meses). Sin embargo, este incremento solo se observa en aquellos individuos con padres de bajo nivel educativo (5,5 meses). Además, este incremento es superior para las mujeres (6,3 meses).
En cuanto al efecto de la educación en las actitudes tradicionales de género, los resultados indican que, en promedio, un año adicional de educación reduce la probabilidad de estar de acuerdo con las normas tradicionales de género. Sin embargo, este efecto se produce fundamentalmente en las mujeres. Los resultados se mantienen utilizando distintas especificaciones, bases de datos y definiciones de actitudes de género.
Los mecanismos mediante los cuales la educación puede influir en las normas de género son diversos. Se proponen dos posibles. Por un lado, la educación tiene el potencial de cambiar la forma de pensar de los individuos, lo que destaca la importancia de la calidad de la educación. En una entrada anterior de este blog, se explicó cómo los estereotipos de género de los maestros pueden afectar la igualdad de oportunidades (ver aquí). Por otro lado, un nivel educativo más elevado puede aumentar las oportunidades económicas, lo que a su vez podría influir en las actitudes hacia el papel que la mujer debería desempeñar en la sociedad.
La forma en que las sociedades estructuran y transmiten los roles de género a través de la educación desempeña un papel fundamental en la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. La educación puede actuar como un medio para transformar las normas tradicionales de género.
En resumen, el análisis sugiere que un mayor número de años de educación reduce la probabilidad de estar de acuerdo con las actitudes tradicionales de género (otros resultados del proyecto pueden encontrarse aquí).