De Jordi Domènech e Ignacio Sánchez-Cuenca
La persistencia histórica y geográfica de patrones de comportamiento político como el voto es bien conocida en la literatura. Así, en gran parte de los países del norte de Europa y en Norteamérica las preferencias de las votantes por los partidos de izquierdas se han concentrado en las zonas más intensivas en industria y minería durante el siglo XX; lo más sorprendente es que, como ha mostrado Jonathan Rodden, haya continuado ocurriendo tras la desindustrialización y el ocaso de la minería.
En un artículo recientemente publicado el British Journal of Political Science, analizamos la persistencia del voto a largo plazo desde una nueva perspectiva. Según nuestra hipótesis, en los países de industrialización tardía, los conflictos del periodo de entreguerras estuvieron dominados por la cuestión agraria, es decir, por los conflictos entre propietarios y trabajadores en el mundo rural. La cuestión principal era el reparto de la tierra. Cuanto más concentrada estaba la propiedad, mayor era la desigualdad agraria y por tanto más intenso el conflicto distributivo. Deberíamos encontrar, entonces, que el factor principal de la persistencia del voto en los países de industrialización tardía se debe, en lo fundamental, al conflicto agrario más que al conflicto industrial. Seguimos, pues, la tesis clásica formulada por Seymour Lipset y Stein Rokkan en los años sesenta de que los conflictos de intereses de la época de entreguerras (la época de la política de masas en casi todos los países europeos) son los que estructuran y dan forma a los modernos sistemas de partidos. En nuestro trabajo, examinamos esta cuestión desde la perspectiva de los “legados históricos”, en los que pueden observarse los efectos persistentes de causas que hace tiempo dejaron de operar.
Nos centramos en el caso de España por varias razones. Primera: había en gran parte del país una gran desigualdad agraria. Segunda: se produjo un experimento de democracia plena en la Segunda República en el que se solidificaron gran parte de las preferencias políticas. Tercera: la Guerra Civil acabó con la reforma agraria republicana y la reforma agraria franquista fue muy tímida. Por último: una larga dictadura que reprimió a los partidos de izquierdas y las organizaciones sindicales y que se extinguió una vez ya concluido el proceso de industrialización permite aislar ese mecanismo de persistencia: ni la labor de las organizaciones de izquierdas en los años de la dictadura ni un conflicto agrario ya muy debilitado pueden explicar la persistencia de preferencias políticas favorables a las izquierdas desde finales de los años 70.
Como se puede ver en el siguiente mapa con los resultados de las primeras elecciones democráticas en junio de 1977, el apoyo a las izquierdas fue mayor en zonas industrializadas como Cataluña, Madrid y Asturias, pero también en Castilla-La Mancha, Andalucía y Extremadura. En estas zonas, la desigualdad agraria tuvo un efecto causal sobre las preferencias electorales favorables a la izquierda. Esto explicaría la hegemonía socialista en estas tres regiones durante el periodo democrático.
En el artículo usamos información sobre elecciones a nivel provincial, municipal e individual para corroborar nuestra hipótesis principal, cubriendo todo el periodo democrático actual, 1977-2019. En concreto, medimos la desigualdad agraria en cada provincia calculando la proporción de jornaleros en la población agraria del censo de Población de 1860 (Beltrán y Martínez-Galarraga, 2018). A fin de ser exhaustivos, usamos una medida similar con los datos del censo de 1920. En el análisis municipal, recurrimos a la proporción de rentas agrícolas de más de 5.000 pesetas sobre el total de la renta agrícola de cada municipio, calculada a partir de los datos del catastro que tabuló Pascual Carrión en su libro Los Latifundios en España.
En la siguiente tabla presentamos los resultados básicos del análisis, que muestran una relación muy estrecha y sustancial entre la desigualdad agraria histórica y el voto a partidos de izquierdas (PSOE, PCE, Podemos, etc) en el periodo 1977-2019. En la columna 1 se presenta el análisis provincial; en la 2, el análisis en los municipios que Carrión cubrió en su estudio; en la 3, el análisis de la encuesta pre-electoral del CIS de 1977 en la que se controla por características individuales (edad, género, educación y religión). En todos los casos, el efecto de la desigualdad agraria sobre el voto a las izquierdas es positivo y significativo.
A fin de demostrar que esta relación es causal, hemos realizado diversos análisis de mediación. De esta manera, hemos añadido en el análisis todas las variables intermedias a nivel provincial y municipal: porcentaje de voto al Frente Popular en la elección de febrero de 1936, el nivel de represión por parte de las derechas en la Guerra Civil y variables económicas como el nivel de educación, el paro o el nivel de industrialización contemporáneos a las elecciones. La conclusión es clara: gran parte del efecto de la desigualdad agraria se produce a través de variables políticas (principalmente el voto de los años 30) y no por el de las variables intermedias que miden el nivel de desarrollo.
Ahora bien, incluso si se acepta que el canal de transmisión del efecto es fundamentalmente político, ¿por qué se produce la persistencia? ¿Cómo es que las preferencias políticas sobrevivieron a la represión de la dictadura franquista? Puesto que la dictadura reprimió duramente a las organizaciones de izquierdas y tanto la escuelas como la Iglesia se alineaban claramente con la dictadura, exploramos la transferencia de preferencias políticas dentro de la familia. Como no tenemos datos longitudinales sobre las preferencias políticas de varias generaciones, no podemos contrastar directamente esta hipótesis. Sin embargo, usamos la encuesta 2760 del CIS, realizada en abril de 2008, en la que se preguntó por la ideología de los encuestados, la ideología que los encuestados atribuyen a sus padres y a qué bando apoyaron los padres en la guerra civil.
Si la transmisión generacional funciona, deberíamos poder observar que los encuestados atribuyen posiciones más izquierdistas a sus padres en aquellas provincias con mayor desigualdad agraria. Sabemos, por lo demás, que la correlación entre la ideología del individuo y la ideología que atribuye a sus padres es fuerte (0,58). A nivel individual, controlamos por la edad, educación, género y religiosidad del entrevistado; a nivel provincial, por la tasa de desempleo y el porcentaje de trabajadores industriales en 2008. En el siguiente gráfico mostramos los coeficientes. El coeficiente negativo significa que cuanto más desigual era la provincia, más izquierdismo se atribuyen a los padres (la ideología se mide en una escala 1-10, donde 1 es la extrema izquierda y 10 la extrema derecha).
Según nuestros resultados, un incremento de 10 puntos porcentuales en la proporción de jornaleros en 1860 implica un desplazamiento de 0,22 puntos hacia la izquierda en la ideología atribuida a los padres (es decir, un 10 por ciento de la desviación estándar de la variable dependiente). En provincias con alto desempleo o con más industria, la ideología atribuida a los padres también es más de izquierdas. En el panel derecho del gráfico, presentamos los coeficientes de una regresión en la que se añade el bando que los padres apoyaron durante la guerra civil. Si estamos en lo cierto que el impacto de la desigualdad agraria sobre las preferencias políticas se articuló a través de las preferencias políticas de los años 30, esperaríamos que el efecto de la desigualdad agraria se debilitara al añadir las preferencias de los padres en los años 30. Como se puede observar, el coeficiente de la desigualdad agraria se reduce a más de la mitad y deja de ser estadísticamente significativo.
Finalmente, para dar validez externa a nuestro argumento, inspeccionamos la relación entre desigualdad agraria histórica y las preferencias del electorado en Italia e Inglaterra. Italia comparte con España una evolución económica similar (industrialización tardía) y, por tanto, cabe esperar un efecto positivo de la desigualdad agraria en el voto a la izquierda. Usando la proporción de jornaleros en la población activa agraria en 1931, el siguiente gráfico confirma la relación con voto a la izquierda en los años 70.
En Inglaterra, la industrialización tuvo lugar antes de la democratización plena. De ahí que, en este caso, no esperemos que se confirme la relación positiva entre desigualdad agraria y el voto de izquierdas. En el artículo usamos varios indicadores de desigualdad y pobreza agraria de los años 30 del siglo XIX y de 1873 para constatar que no existe dicha relación positiva. En el siguiente gráfico usamos una encuesta de 1873 para calcular la proporción de la renta que representan las propiedades de algo más de 300 hectáreas en cada condado inglés y observamos su relación con la proporción de voto al partido Laborista en los años 70 del siglo XX. Como se puede apreciar en el gráfico, es incluso negativa.
En suma, los análisis ponen de manifiesto que en un país de industrialización tardía como España, el conflicto agrario en la época de entreguerras tuvo efectos duraderos, tanto económicos como políticos. Los políticos son especialmente importantes: en las provincias con mayores niveles de desigualdad, los trabajadores agrarios sin tierra desarrollaron preferencias políticas izquierdistas que han perdurado hasta el periodo democrático actual mediante la socialización familiar (y, también, aunque en menor medida, a través de un desarrollo económico más débil y tardío).
Hay 2 comentarios
Buenos días,
Enhorabuena por la publicación. ¿Es posible que esa persistencia en el voto que ustedes demuestran fuera favorecida por alguna acción del régimen franquista?
Se me viene a la cabeza el papel desempeñado por la parte más "socialista" del régimen, Falange, que pudo tener un papel decisivo en acoger al izquierdismo español e integrarlo en el oficialismo.
Gracias.
Da que pensar, el tipo de desarrollo económico y político que se hubiera producido en Andalucía, si hubiera triunfado el criterio racional de establecer una auténtica reforma agraria.
Como andaluz casual, siento la raigambre en el campo, sobre la injusticia y la represión ejercida por el terrateniente, en franca connivencia con la iglesia católica.
Curiosamente a mi entender, ello cristalizó en un pueblo sometido y atrasado que además sufría el estigma y la burla de un norte o un centro que lo acogían como base de mano de obra barata para las peonadas y el servicio doméstico. La pobreza endémica se instaló en gran parte de las regiones de Andalucía, que padeció la guerra y años de “recuperación”, con cartillas de racionamiento viendo la única salida en la emigración y llegando al último tercio del siglo XX con la luz del folclore, las divisas en marcos, francos y como no, la explosión del turismo.
Yo soy hijo de la democracia y un entusiasta del progreso alcanzado, pero observo la fotografías de las generaciones pasadas y me recorre un escalofrío. Ese sentimiento intergeneracional no se ha olvidado y se traduce en votos llenos de sentido.
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