El injusto reparto de las vacunas del Covid

Por Carlos Alós-Ferrer

 

Cuando la demanda excede a la oferta y no hay un mecanismo de mercado, la consecuencia es el racionamiento. Y hay casos en que es lógico que no debe haber un mecanismo de mercado. Este es, por ejemplo, el caso de las vacunas. Cuando llevábamos ya meses de aislamiento y desesperación y por fin llegaron las primeras vacunas del Covid, la demanda excedió con mucho a la oferta y hubo que racionar.

¿Quién decide quién recibe una vacuna y quién no? En el caso del Covid, la Organización Mundial de la Salud apoyó una alianza internacional llamada COVAX, que adquirió grandes cantidades de vacunas y las repartió entre los países correspondientes. La Unión Europea hizo lo mismo con sus países miembros y asociados, incluyendo España. Los Estados unidos jugaron el mismo papel respecto a sus estados. Y todas ellas, a consecuencia de la presión política de estados más grandes o más pequeños, aplicaron una regla sencillísima para el racionamiento: dividir lo que había proporcionalmente a la población de los territorios.

El problema es que estas cosas no son tan fáciles. El reparto de recursos médicos escasos está o debería estar sujeto a una serie de principios éticos elementales, que de hecho se discuten muy activamente en la ética Médica (aquí hay un ejemplo, y aquí otro). El primero es la Prioridad. Es de cajón que ciertas personas deben recibir sus vacunas antes. Para empezar, más nos vale a todos empezar vacunando a los médicos, que si no fuera así, no va a haber quién nos vacune a los demás. A renglón seguido deben venir los más ancianos y las personas en situación de riesgo especial. Que no estamos en la Edad Media, por favor. Por lo tanto, nos encontramos con unas clases de prioridad que es necesario respetar: nadie de una clase de prioridad posterior debe ser vacunado hasta que se haya terminado de vacunar a las clases anteriores.

El segundo principio es la Igualdad. Si dos personas están en la misma clase de prioridad, deben ser tratadas exactamente igual. Por poner un ejemplo absurdo, no debe ocurrir que la proporción de vacunados de una clase sea mayor si viven en Villanueva de Abajo o en Villaantigua de Arriba.

¿Respetaba eso del reparto proporcional estos principios? Pues no. Ni de lejos. Pongamos un ejemplo lo más sencillo posible. Juntemos las clases de prioridad del personal médico y personas ancianas en la clase más alta, y supongamos que solo tenemos dos países, A y B. Para simplificar, digamos que los dos tienen el mismo tamaño. El país A tiene una estructura poblacional envejecida con mucha gente mayor y bastante personal médico: total, 400.000. El país B tiene una población más joven, y solo tiene 100.000 personas entre gente mayor y personal médico. Total entre los dos países, medio millón. Pero las vacunas acaban de salir y solo hay 250.000. ¿Qué hace la regla proporcional? Como los países son del mismo tamaño, le da la mitad de las vacunas a cada uno: 125.000. Con eso, el país A no puede vacunar ni a la tercera parte de sus ciudadanos prioritarios. En cambio, el país B puede vacunarlos a todos y le sobran 25.000 dosis. Así que el país B vacuna a 25.000 jóvenes saludables mientras los ancianos del país A siguen sin vacunar. Así, no. Pero así se hizo.

Y no es solo teoría. En el caso de la Unión Europea, la disparidad entre tasas de vacunación para clases de prioridad fijas fue espectacular. En la semana número 12 de 2021, Rumanía llevaba el 71,5% de personal médico vacunado, y Estonia el 66,9%, una diferencia abismal frente a por ejemplo el 36,8% de Dinamarca. España estaba en un término medio, el 59,6%. Y eso sin contar el caso de Hungría, cuya tasa del 99,6% venía del hecho de que se hartaron de esperar y compraron más vacunas por su cuenta, o el de Bulgaria, cuya tasa del 13,4% se debió a un fuerte movimiento antivacunas. Diez semanas después, España y Bélgica habían recibido ya suficientes dosis para vacunar a todo el personal médico y a toda la población mayor de 70 años, mientras Dinamarca, Francia y Grecia apenas habían podido vacunar a los mayores de 80 años. Y no es que la población no se diese cuenta. Hubo casos de “turismo de vacunas” en que la gente pasaba a Francia para vacunarse antes, o se movía entre estados americanos con el mismo fin.

Todo esto y más lo cuento en mi reciente artículo en Frontiers in Public Health, “Ethical allocation of scarce vaccine doses: The Priority-Equality protocol”, conjunto con Jaume García Segarra y Miguel Ginés Vilar (los dos de la Universitat Jaume I de Castellón). Y lo que además hacemos es lo que las organizaciones debieron hacer cuando se venía venir que iba a haber un problema de reparto. Parece que los políticos y las autoridades pertinentes siguen sin saber que hay una ciencia dedicada a aquello del reparto de recursos escasos, con o sin mecanismos de precios. Los principios éticos de Prioridad e Igualdad son fácilmente traducibles en condiciones formales, y utilizando las técnicas axiomáticas típicas de la teoría cooperativa de juegos (esa por la que hoy se pasa de puntillas en la mayoría de las facultades, si es que se pasa) es perfectamente posible analizar si existe o no algún método de racionamiento que cumpla todos los principios.

Les intuyo ahora a muchos lectores con formación en Elección Social una ceja enarcada y un punto de preocupación. Sabemos todos que muchas veces ese enfoque nos lleva a resultados de imposibilidad que son uno de los motivos que nos han llevado a ser conocidos como la dismal science. Véase si no el Teorema de Imposibilidad de Arrow. Pero no. En lo de las vacunas hay más suerte. Existe un método de racionamiento que respeta Prioridad e Igualdad. Y lo que es más: existe solo uno, y es caracterizable. Por una vez, tenemos un mensaje positivo y constructivo.

El método es, de hecho, relativamente simple. Sumemos los tamaños de las clases de prioridad juntando las de todos los países, y procedamos asignando vacunas por clases de prioridad. Después, para cada clase de prioridad le damos a cada país la parte proporcional que le corresponda. Pero ojo: proporcional al tamaño de la clase de prioridad respecto a la misma clase en lo otros países, y no proporcional a la población total. En el ejemplo de más arriba, el número total de ciudadanos de máxima prioridad entre A y B es medio millón, y tenemos 250.000 vacunas. Así que solo se asignan vacunas a estas clases. El país A tiene 400.000 en la clase más prioritaria, y el país B 100.000. Por tanto, el país B recibe la quinta parte. Terminamos enviando 50.000 vacunas al país B y 200.000 al país A, con lo que ambos vacunan exactamente a la mitad de la clase más prioritaria. Se respetan por tanto Prioridad e Igualdad.