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El efecto de la educación en la salud: evidencia de reformas de escolarización obligatoria

Por Raquel Fonseca (ESG-UQAM, CREEi, CIRANO) y Pierre-Carl Michaud (HEC, CREEi, CIRANO)

Existe abundante evidencia empírica sobre la relación entre la educación y diferentes indicadores de salud. Muchos estudios, ya sean específicos de un país o internacionales, han documentado que esta relación existe en varios países, aunque las magnitudes difieren a través de los diferentes estudios (Banks et al. 2006; Andreyeva et al. 2007; Mackenbach et al. 2008; Michaud et al. 2011). Estos resultados merecen atención, dado que si el vínculo es causal, entonces el efecto de la educación en la salud debe tenerse en cuenta al diseñar las políticas de ambas variables. En un artículo recientemente publicado, estimamos el efecto causal de la educación en diversos indicadores de salud, utilizando la variación entre países en el momento que tuvieron reformas educativas (estrategia utilizada por Lleras-Muney, 2005; Clark y Royer, 2013, Brunello et al., 2016, entre otros).

Combinamos tres encuestas (SHARE, HRS y ELSA) que incluyen muestras representativas de personas mayores de 50 años procedentes de catorce países de la OCDE, incluyendo España. El promedio de edad de la muestra es de 66 años y donde el 45% de los encuestados son hombres. Si medimos la educación en "años de escolaridad", nos encontramos con individuos sin educación, hasta individuos con 25 años de escolaridad, con una media de 11 años y una desviación estándar de 3,85.

Si observamos los ratios de prevalencia de diferentes indicadores de salud por niveles de educación (Tabla 2 del estudio), en todos los países, existe un claro gradiente entre la educación y la mala salud reportada de forma subjetiva. Esto quiere decir que los individuos con niveles más bajos (primaria) de educación reportan peor salud que los de una categoría media (estudios secundarios), mientras que estos reportan peor salud que los de niveles de educación más alta (estudios universitarios). También, como ya confirmaron otros estudios, los estadounidenses reportan niveles más altos de enfermedades crónicas que los europeos. Países como Inglaterra, Alemania, España, Italia, Francia, Polonia, República Checa y Bélgica reportan niveles más altos de enfermedades crónicas que los demás países europeos. Todos los países presentan proporciones muy altas de individuos con el nivel de educación más bajo y dificultades en las actividades de la vida diaria (instrumentales), AVD(I), en comparación con los niveles de educación medio y alto. En particular, estas diferencias son mayores en Inglaterra, Estados Unidos y Polonia.

Las tres afecciones más frecuentes son la hipertensión, la artritis y las enfermedades cardíacas. En Inglaterra, Suecia, Francia, Suiza y la República Checa, las personas con más educación reportan más enfermedades psiquiátricas que en el resto de los países donde las proporciones entre los diferentes niveles de educación no divergen tanto.

Existe una correlación negativa entre la mala salud subjectiva y los años de escolaridad. Todos los coeficientes de correlación son estadísticamente significativos en el nivel del 1%. Nuestros resultados están en línea con la literatura. Los individuos más educados son menos propensos a reportar mala salud, cualquier condición crónica, o cualquier limitación de AVD(I). Una excepción es la correlación positiva entre el diagnostico del cáncer y la educación. Esta correlación positiva para el cáncer es consistente con otros estudios (por ejemplo, Smith 2004; Cutler y Lleras-Muney 2008). Las posibles explicaciones son que las personas más educadas son más propensas a visitar a los médicos y son diagnosticadas antes, sobreviven más tiempo o tienen factores de riesgo específicos relacionados con más años de educación, como la gestación tardía entre las mujeres. Notar, que la correlación entre la salud subjetiva y los años de escolaridad es más fuerte que con los otros indicadores de salud (tabla 3 del estudio).

Para poder ver si estas correlaciones esconden una relación causal utilizamos la variación por país del año donde las reformas educativas tuvieron lugar y si fue el caso, así como a la generación que afectó (ver Tabla 4). Utilizamos esta variación como instrumento para la educación. La Figura 1, ilustra la relación del modelo en forma reducida entre la proporción de años de educación (gráfico izquierdo) y la mala salud subjetiva (gráfico derecho) por cohorte de nacimiento, y para individuos nacidos 5 años antes y después de la primera cohorte afectada por cambios en la ley (ajustando el género del individuo, la cohorte y el país). Como vemos, hay una fuerte reducción en la proporción de individuos que reporta mala salud para las cohortes afectadas después del año de la reforma, y esa disminución persiste después de ese periodo, aumentando ligeramente después de la segunda cohorte.

Figure 1: Fuente de datos: HRS wave 10, ELSA wave 3, SHARE wave 2. Datos ponderados por peso de muestreo

Para ver si esta primera impresión visual se corresponde con una relación causal, utilizamos modelos econométricos que intentan corregir la endogeneidad entre las variables (IV-probit). Estos modelos examinan los posibles efectos causales de la educación en la salud, con la variable instrumental de la reformas en educación ya mencionada. Todos los modelos controlan por el género del individuo, el país y la cohorte de nacimientos. Los efectos país se incluyen en todas las especificaciones para tener en cuenta las diferencias institucionales y culturales.

El aumento de los años legales mínimos requeridos en educación en un año aumentó el promedio de años de educación en 0,56 años (alrededor de 6,4 meses). Los efectos marginales de los años de educación en la salud (Tabla 7) muestran una evidencia causal, lo que significa que a más educación, menor probabilidad de tener afecciones y problemas de salud. La única excepción es el cáncer, para el cual el coeficiente es positivo y significativo, como se señala en los resultados no ajustados.

Para nueve de los doce resultados de indicadores de salud, es decir, mala salud subjetiva, cualquier enfermedad crónica, AVD(I), diabetes, enfermedades del corazón, hipertensión, artritis y enfermedad pulmonar, el efecto de la educación es negativo y significativo en el nivel del 1%. Las magnitudes de las estimaciones en puntos porcentuales son mucho mayores para la mayoría de las enfermedades crónicas utilizando la estimación « causal » (Tabla 7) versus la estimación que no controla la endogeneidad de la educación (Tabla 5). Por ejemplo, comparando resultados, el efecto marginal de la educación en la probabilidad de reportar mala salud aumenta de 2,8 a 6,85 puntos porcentuales (pp) y los indicadores de estado funcional de AVD y AVDI aumentan de 1 pp a 3,8 pp y 4,6 pp, respectivamente, que representan efectos no insignificantes. El efecto marginal de la educación sobre la probabilidad de tener cualquier enfermedad crónica aumenta de 0,6 pp a 4,4 pp, con un promedio del 72% de las personas con al menos una condición de salud en nuestra muestra. En particular, los efectos marginales IV aumentan de magnitud en comparación con las estimaciones probit para la hipertensión de 0,7 pp a 4,6 pp y para la artritis de 1 pp a 7 pp. Aproximadamente el 44% y el 36% de los individuos son diagnosticados con hipertensión y artritis, respectivamente.

Para los otros tres resultados, cáncer, accidente cerebrovascular, y enfermedad psiquiátrica, los coeficientes también son mayores que las regresiones probit, sin embargo, los efectos ya no son significativos. Para estos tres últimos resultados, no podemos rechazar las estimaciones probit. Por lo tanto, no encontramos pruebas concluyentes que la educación reduzca el riesgo de estas condiciones de forma causal. En el caso del cáncer, esto puede explicarse potencialmente por tasas de detección más altas y anteriores entre los pacientes con cáncer (Cutler y Lleras-Muney 2008). Sin embargo no encontramos evidencia concluyente de que la educación reduzca el riesgo de cáncer y las enfermedades psiquiátricas.

Estos efectos sugieren que el aumento de la edad de escolaridad obligatoria tuvo grandes beneficios en términos de salud. Esto sugeriría, por ejemplo, que los beneficios para la salud de la educación superior podrían justificar el coste de las intervenciones destinadas a mejorar la cantidad y la calidad de la educación en los países que tienen leyes de escolarización obligatorias más débiles.