Egoísmo eres tú: robando a las masas

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Por Carlos Alós-Ferrer

Un lector casual de la economía del comportamiento (véase por ejemplo esta entrada) que también lea los periódicos podría estar un poco confundido a estas alturas. Por una parte, los psicólogos y los economistas experimentales llevan tres o cuatro décadas intentando convencernos de que ese Homo Oeconomicus que se enseña en las facultades, ese ser egoísta y despiadado, es mera ficción (véase un fantástico resumen sobre este individuo aquí, aquí, y aquí). La gente, dicen, es generosa por naturaleza. Por ejemplo, en el Juego del Dictador, un participante puede decidir qué parte de una cantidad monetaria (digamos 10 euros) quedarse y qué parte darle a otro  participante anónimo. A pesar de que se podrían quedar con todo sin consecuencias de ningún tipo, los participantes típicamente dan dinero de forma voluntaria (y anónima) a los demás. Este comportamiento generoso también se observa en otros juegos bilaterales, como el del Ultimátum o el de la Confianza.

Por otra parte, el canciller alemán Helmut Schmidt ya hablaba de “Capitalismo Predatorio” en el 2003; el premio Nobel Paul Krugman hablaba de la peŕdida de confianza en las instituciones económicas en el 2008; y el gobierno inglés habló abiertamente de un “fracaso ético y profesional” en la industria bancaria en el 2013. Comentarios todos que vienen del alto número de escándalos en la industria financiera al que hemos asistido, impotentes, desde los años 90. Y en todos esos escándalos, los responsables han sido acusados de comportarse egoístamente, maximizando su beneficio individual. Es decir…como un auténtico Homo Oeconomicus.

Más de un economista tradicional estará sonriendo ahora mismo, pero no debería. Porque la manera más simple (y simplista) de explicar esta contradicción aparente es argumentar que la gente es de hecho generosa, pero los banqueros, los gerentes, y sobre todo los economistas son todos unos egoístas sin escrúpulos. A renglón seguido, se puede empezar a discutir si los banqueros son así porque siempre fueron egoístas y por eso se hicieron banqueros, o si, peor aún, la culpa es de los economistas, cuyas clases sobre maximización de beneficios han convertido a los estudiantes de económicas y empresariales en completos egoístas. Hay de hecho una pequeña literatura tratando de examinar si el economista nace o se hace egoísta (un ejemplo, y otro).

En mi trabajo con Jaume García-Segarra (de la UJI de Castellón, mi tierra) y Alex Ritschel, publicado este año en Nature Human Behaviour (aquí hay un enlace libre), sugerimos que ni lo uno ni lo otro. Es muy cómodo y muy tentador decir “no somos nosotros, son ellos.” Pero no es así. De hecho, somos todos.

El Juego del Gran Ladrón

Para demostrarlo inventamos un nuevo juego, el Juego del Gran Ladrón (the Big Robber Game), que permite examinar simultánemente el comportamiento en situaciones bilaterales como el Juego del Dictador, y las decisiones cuando uno puede obtener un beneficio considerable a costa de dañar a un grupo de muchas personas.

En este juego, invitamos a cientos de participantes (estudiantes alemanes normales y corrientes, no banqueros) en grupos de 32 individuos. Los emparejamos aleatoriamente para jugar los juegos clásicos: Dictador, Ultimátum, Confianza. Sin sorpresas. Como en cientos de otros experimentos, nuestros participantes fueron básicamente generosos. Por ejemplo, cuando tuvieron que decidir cómo repartir 10 euros con otra persona anónima, típicamente transfirieron dinero a pesar de que se podrían quedar con todo sin consecuencia alguna.

Después, a la mitad de los participantes (los ladrones) les dimos la oportunidad de robar a la otra mitad (las víctimas). Concretamente, a cada uno de los ladrones le explicamos que seleccionaríamos a uno de los 16 ladrones al azar, y le preguntamos lo que haría en caso de ser seleccionado (es decir, el “método estratégico” estándar en economía del comportamiento). Y la pregunta que todos respondieron es: ¿cuánto quieres robar? Las opciones eran robar la mitad de todo lo que habían ganado las víctimas, la tercera parte, el 10 por ciento, o nada de nada. Y todo estaba calculado de manera que sabíamos que las víctimas, en conjunto, habían ganado unos 200 Euros. Por tanto, si un ladrón decidiese robar el máximo, se llevaría 100 Euros de los demás. Un billete grande.

Pero claro, no van a robar tanto, porque nuestros participantes son generosos…

Pues sí, sí roban. Y tanto que roban.

Uno de nuestros participantes, al salir, nos dijo “hoy he aprendido algo de mí mismo”. Y tenía razón. No uno o dos, sino más de la mitad de nuestros participantes robaron el máximo posible. El 80% robaron un tercio o más. Y solo un par de ellos renunciaron a robar (por desgracia, las reglas de anonimidad nos prohíben contactar a ese par y recomendarles encarecidamente que se metan en política). Otro nos dijo “yo habría robado el 100%” (ese llegará lejos, me temo).

Egoístas con las Masas

Recapitulando. Nuestros participantes fueron generosos con otros individuos, exactamente como en todos los experimentos con juegos bilaterales realizados hasta la fecha. Pero esos mismos participantes demostraron una espectacular falta de escrúpulos a la hora de perjudicar a un grupo de dieciséis personas, si con ello conseguían llevarse 100 Euros.

¿Diferencias entre estudiantes de economía y otros? Ninguna. ¿Diferencias entre sexos? Ninguna. ¿Si la pregunta se hace antes o después de jugar los otros juegos? Diferencias mínimas. No busquen más, por favor. No hay excusas: no son “ellos,” somos nosotros. ¿Dónde están las raíces de los escándalos corporativos? Mire usted en el espejo. ¿Qué es egoísmo, dices…? Sí, eres tú (con perdón al señor Bécquer).

Eso dicen los datos. ¿Pero por qué? ¿Hay una manera de entenderlo?

Lo que dicen los modelos de preferencias sociales (descargo: por ejemplo los de mis amigos Ernst o Axel, que espero me perdonen esta entrada) es simplemente que nos gusta el dinero pero no nos gusta la desigualdad. Por tanto, hay un “tradeoff.” Lo que los experimentos con los juegos del Dictador, el Ultimátum, o la Confianza demuestran es que no nos gusta la desigualdad. Pero todavía nos gusta el dinero. Así que ¿cuál es el precio? ¿Por cuánto estamos dispuestos a aceptar un nivel de desigualdad dado?

Si, en el Juego del Dictador, decidimos quedarnos con 10 Euros y no darle nada al otro, acabamos con una distribución del 100% contra el 0%. Una desigualdad de 100 puntos porcentuales contra una ganancia de 10 míseros euros (o de 5, comparado con repartir equitativamente). Para muchos de nosotros, no llega. No nos vale la pena.

Pero supongamos que estamos en un grupo de 17, y cada uno tiene 10 Euros. Ahora tenemos la posibilidad de robarles la mitad a todos los demás. Eso nos da 80 Euros. Acabamos con 90 sobre 170, el 53%, y en media los otros tienen 5 sobre 170, el 3%. Una diferencia de 50 puntos porcentuales. Y una ganancia de 80 Euros. Aparentemente, esto alcanza el precio para muchos de nosotros. Retrospectivamente, lo único que ocurre es que, si robamos de un grupo grande, los beneficios monetarios son mucho mayores y la desigualdad que creamos es menor, comparando con una situación bilateral. Generosos con el individuo y egoístas con las masas: una cuestión de precio. Y parece que el precio no es muy alto (100 euros en nuestro experimento).

Conclusión

Lo que nuestro experimento demuestra es que el comportamiento humano es complejo, y que ni somos egoístas sin escrúpulos ni angelitos de ojos verdes. Psicópatas aparte (que haberlos, “haylos”), pocos quieren hacer daño a los demás… pero si el beneficio propio es lo suficientemente grande, muchos de nosotros caeremos en la tentación, aunque nos hayamos jurado que no. Quizá no deberíamos sorprendernos si personas que no habían nunca roto un plato, sean políticos de altos ideales, emprendedores campechanos, o gente como nosotros, caen en la tentación al alcanzar ciertos niveles. Y quizá debiésemos asumir lo que somos y apostar más por instituciones sólidas con mecanismos de control transparentes, y menos por personas de sonrisa cálida, palabra ágil, o incluso currículum impecable. No es que no nos fiemos de ellos y ellas. Es que no nos fiamos de nosotros.

Hay 2 comentarios
  • Excelente entrada. Propongo dos analogías para la reflexión:

    StarTrek. Capitán Pickard al ser interpelado por una humana del siglo XXI sobre… ¿Cómo es la economía del siglo XXIII? A lo que Pickard responde: -No existe el dinero, la fuerza motriz de nuestra sociedad ya no se basa en la acumulación material.-

    Si el mismo juego se aplica a demostrar las bondades de la esclavitud. Y no empleáramos a negreros ni a comerciantes de esclavos sino a personas “normales”, jurisconsultos, poetas, filósofos insignes, campesinos, artesanos, etc.
    Todos caerían en negociar con esclavos para sacar un rédito de la venta de los mismos. Estoy refiriéndome al siglo II a. C. El estudio se realizaría en la República Romana, o en el ágora ateniense, cunas de nuestra civilización.

    Mi conclusión, es que es el tiempo, las circunstancias junto a otras variables culturales las que nos hacen ser como somos sin que exista por necesidad una naturaleza innata.

    Un cordial saludo.

  • Muy interesante el experimento y sus conclusiones (gracias!). Me pregunto si esto "siempre" fue así. Me da la impresión de que, cada vez más, "todo vale". Las desigualdades extremas en la riqueza, la admiración hacia los ultraricos no importa de dónde venga esa riqueza y la tolerancia a la evasión fiscal (en todo el mundo: véase Amazon, Facebook, Apple… o papeles de Panamá y similares) no ayuda a mantener posiciones éticas cuando no te sobra el dinero. Pienso que estas "reglas del juego" que prevalecen minan la moral de los quieren cooperar y les hacen replantearse las cosas. No podemos volver a los 70 y repetir el experimento en tiempos donde la codicia no estaba tan bien vista, pero quizá se podrían buscar sociedades más cohesionadas para ver si la gente responde igual en todas partes.

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